Elogio de la Cerveza
José Escandell. Hace unos días nuestro periódico decía que «Desciende el consumo de cerveza en España». La noticia es muy importante. Yo hago voto de contribuir a que la cosa se remedie, tanto por mi cuenta y riesgo como promoviendo entre parientes, conocidos, amigos, alumnos, pueblo en general y militares sin graduación (que antaño no necesitaban en este punto impulso alguno) el uso y disfrute de esa beatífica bebida.
Un puritanismo acomplejado y decadente se empeña en quitarnos los pequeños placeres de la vida.
Cuando uno no encuentra sentido a su existencia. Cuando el destino es la muerte, y la muerte está muy lejos y se sustancia en una aséptica incineración, la vida deja de tener interés. Ya somos nihilistas de puro aburrimiento. Cuando nos hemos echado encima todas las cadenas, cuando nos hemos esclavizado sometiéndonos a modas diseñadas en gabinetes psicológicos y en despachos de políticos y empresarios, hasta el aire libre nos llega a resultar insoportable o, peor aún, indiferente. Hemos decidido a lo tonto, es decir por omisión, que las pantallas y los altavoces nos llenen el corazón con su vaciedad. Somos modernos a costa de lo que, desde siempre, contiene el agrado de vivir.
Entre resentimientos, remordimientos, frustraciones, venganzas, odios y sequedades, nuestra civilización se empeña en construir un mundo nuevo, tan perfecto y organizadito que cada clase de deshecho se desperdicia en una bolsa distinta y los ciudadanos nos pasamos el día decidiendo en cuál de las seis o siete modalidades de basura hay que echar un palillo.
Un puritanismo feroz que traga los biquinis testimoniales y se pone como un basilisco si dejas caer un triste papelillo en el campo. Un puritanismo que estrecha las miras de la gente con el único objetivo de satisfacer el enorme ego de políticos, empresarios y periodistas. En ocasiones, el propio ego peq ueñito y enjuto del sujeto cuyo horizonte vital está en el cicloturismo y la tolerancia. Cuando las estadísticas dicen que hemos reciclado tantísimas toneladas de basuras, ¡qué felicidad! Lo mismo que ensancha el corazón ver esas riadas de gentes en chándal y en carísimos maillots que los domingos emprenden paseos deportivos con el gesto serio y profundo de una ceremonia. Mientras tanto, en una esquina, una esposa decide, porque sí, separarse de su marido y comenzar una nueva andadura. O, lo que es peor, una niña se toma una pastillita para evitar complicaciones después de una noche loca.
Hace un tiempo adopté como himno una canción de Mago de Oz, aunque me gustaba más por lo que afirma que por lo que niega. Es que son un quiero y no puedo. «Alza tu cerveza/ brinda por la libertad/ Bebe y vente de fiesta/ el infierno es este bar». Todo iba bien con eso de la libertad y de la fiesta, y andaba uno confiado y sonriente cuando resulta que, al final, nuestro modernísimo y rockero mundo moderno no nos ofrece más que un bar que es el infierno. Exacto.
¿Dónde tenemos el corazón? Necesitamos una terapia de choque en materia de satisfacciones. Por eso, bebamos cerveza, engordemos y, si es posible, no paguemos el aparcamiento. Reivindiquemos la libertad de ser hombres enteros: de mirar a las cosas tales como ellas son y alegrarnos con su Creador.