Elucubraciones sobre el 11-M
La Lupa del YA. Cada día que pasa existen más dudas en torno a los atentados del 11-M, sobre quién los organizó y perpetró, quién los consintió, quién o quiénes colaboraron necesariamente, y sobre todo, por qué ha habido tanto empeño en emborronar el sumario e inventar pruebas falsas. Precisamente por eso, es lógico que revivan ciertas sospechas en las que la banda ETA aparece señalada bien como autora material de la masacre, bien como colaboradora directa, e incluso en maquinaciones anteriores a ella que podrían incluir a ciertos personajes hoy muy presentes en la vida política de nuestro país. Por no dar detalles más explícitos, que desde este medio sólo ofreceríamos si tuviéramos evidencias, cosa que, de momento, no tenemos.
Lo que sí nos consta es que el que fuera comisario jefe de los Tedax en los atentados del 11-M, Juan Jesús Sánchez Manzano, reconoció ayer por vez primera que si sólo llegaron 23 muestras de los 12 focos de explosión, incluídas dos explosiones controladas, a la Audiencia Nacional fue porque los Tedax las destruyeron.
Juan Jesús Sánchez Manzano compareció ayer durante tres horas ante la titular del Juzgado número 43 de Madrid por una querella interpuesta por la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M, acusado de falso testimonio, omisión del deber de perseguir delitos y encubrimiento por ocultación de pruebas.
Que los crímenes del 11-M están todavía por aclarar es evidente, y que mucho nos tememos que habrá cosas que quizá no sepamos nunca, también.
Pensemos en esos rumores que uno escucha, en esos comentarios que a uno le hacen en el vecindario, en el trabajo o en el bar de la esquina, esa especie de consenso espontáneo que se puede olfatear. Y al pensar en ello y leer las noticias sobre la controvertida declaración de Manzano, no podemos evitar alcanzar algunas conclusiones que no queremos dejar de compartir con todos ustedes, poniendo por delante que son meras elucubraciones si bien presididas, creemos, por un enorme sentido lógico de las cosas. Parece claro que el atentado del 11-M le benefició mucho a la banda terrorista ETA; con Aznar estaban al borde de la extinción, a un paso de la desaparición. ETA ha pasado de aquella situación a la actual, donde ETA ha seguido sembrando el terror y la muerte durante el verano, donde sus cachorros se han movido con gran impunidad quemando cajeros y autobuses sin que les agobien en exceso, y sobre todo, donde se sentó a negociar con el Gobierno de Zapatero el futuro de ciertas provincias españolas, y la suerte de los presos. Puede decirse, sin temor a equivocarnos, que jamás había obtenido ETA tanto rédito político como con el 11-M.
Los terroristas de ETA no son los únicos que han ganado con aquella tragedia. Cierto partido político que acababa de salir de una crisis galopante, recién nombrado su nuevo líder en unas primarias que ganó por los pelos, hoy tiene el poder Ejecutivo. Y también sabemos qué partido es el que más perdió con aquella tragedia: un partido que perdió el poder, perdió al que hasta entonces era su líder indiscutido, y lo que es peor, perdió la poca credibilidad que se había otorgado a sí mismo en los años que ha durado esta larga transición democrática.
Viene a nuestra mente una imagen del 1 de febrero de 2007. La Audiencia Nacional vivió la estampa de unos jóvenes miembros de ETA en revoltosa alegría y casi cachondeo cuando comparecían ante el juez por uno de sus delitos. En este caso, se trataba de Beñat Barrondo, Izkur Badillo y Gorka Vidal, quienes fueron detenidos 11 días antes del 11-M cuando iban a Madrid con una furgoneta cargada de explosivos. Al parecer, sus terroríficos planes incluían poner un bombazo en Madrid, y otro en la estación invernal de Baqueira, e incluso no se descarta que hicieran una paradita en Morata de Tajuña. Pero lo más tremendo es que estos tres individuos comparecieron en la sala blindada de la Audiencia entre risas y puños en alto, en actitud provocadora, y sin el menor susto en el cuerpo. Daba la sensación de que los etarras, en esta España gobernada por Zapatero, tienen la intuición, cuando no la firme convicción, de que la cárcel no está hecha para
ellos.