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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

En el desván de la historia

Manuel Parra Celaya. En un típico chiringuito, en compañía de buenos amigos, contemplo con tristeza el convoy, cetrilleras o vinajeras que ornan familiarmente todas las mesas, pues me acabo de enterar de que tienen los días contados. Al parecer, para evitar que los clientes aliñemos nuestras ensaladas o reguemos nuestra rebanada de pan con aceites de procedencia non sancta, la Unión Europea ha decretado su exterminio y sustitución por  yenvases precintados con garantías sanitarias. Quizás por el mismo motivo (que el profesor Dalmacio Negro llama bioideología de la salud) hace ya tiempo que musité un responso por aquellas botellas de agua de forma peculiar que las cafeterías ponían al alcance de sus clientes, sin necesidad de incrementar la consumición con el botellín de plástico de agua mineral.

   No suelo ser dado a nostalgias ni he creído que cualquiera tiempo pasado fue mejor; el signo de los tiempos es inapelable y arrumba con un sinfín de cosas, unas buenas, otras francamente malas, otras que me parecen irrelevantes. Omo dirían los modernos, no se puede luchar contra el progreso.

    A tenor de ello, en nuestra amigable tertulia dejamos por un momento de comentar los casos Bárcenas, Urdangarín, del vástago de Pujol y demás hermanos mártires y, a modo de sencillo divertimento, llevamos a cabo un improvisado inventario –para que quede más en ambiente, en una servilleta de papel- de objetos que han ido pasando a la historia, más concretamente a su desván, tragados por la enorme boca de aquel Saturno-Cronos goyesco que, al igual que devoraba a sus hijos, no hacía ascos a alimentarse con gran variedad de elementos, ya naturales ya creados por la mano pecadora del ser humano.

    En nuestra conversación, y dejando al lector que complete la lista con su memoria personal según edades, hemos anotado a vuelapluma lo siguiente: el molinillo de café, el brasero, el bacín u orinal, el gorro de dormir y la bigotera (aportación del más carcamal de la tertulia), el papel secante, el papel carbón, la máquina de escribir (manual o electrónica), el tintero, las gorras de los taxistas, el salacot de los municipales, la botella de goma de agua caliente (sustituta, a su vez, del calentador de camas), el plumier, la Uralita, los tiralíneas, el compás y la bailarina, el pulverizador de insecticida, las plumillas y el palillero para engarzarlas, el Super 8, las televisiones en blanco y negro y las fiambreras de aluminio.

   Acabada la tertulia, salgo del establecimiento no sin echar una ojeada sentimental a los recipientes condenados. Salgo a la calle y me detengo en un puesto de periódicos; la lectura de los titulares me invita a añadir mentalmente al inventario que obra en mi bolsillo algunos elementos más.

   Por ejemplo, la honradez de los hombres públicos o, ampliando el ámbito, la honradez de los hombres a secas, pues tengo para mí que la corrupción en los puestos de mando sociales no es más que un reflejo cuantitativo de la ausencia de esta virtud en todas las escalas de la comunidad.

    También añado el patriotismo, como virtus clásica, intemporal y necesaria, especialmente en estos momentos en que se va imponiendo la negación de la españolidad, sea por acatamiento a la Aldea Global, sea por fanatismo de la Pequeña Aldea. En punto a la trascendencia,  sumo la fe religiosa y sus inseparables hermanas la esperanza y la caridad, que no vale confundir con un vago filantropismo de amor a una Humanidad poco concreta. Y el sentido del honor y de la dignidad, palabras cuyo significado desconocen mis alumnos de la ESO y me contemplan como a un orate cuando las menciono. Y el valor, y el sentido de autoridad, y la jerarquía de valores, y el cultivo de la voluntad, y la capacidad de esfuerzo…

   Detengo mis pensamientos febriles. ¿Ha pasado todo ello al desván de la historia, donde ni siquiera puede ser contemplado como herencia curiosa de otros tiempos?

    Mi natural optimismo  -o mi dosis elemental de realidad- se abre camino ante lo negativo de mis elucubraciones. Todo invierno es seguido de una primavera; toda edad media desemboca en un renacimiento. En primer lugar, por la lógica de los acontecimientos y el devenir histórico; en segundo lugar, porque el ser humano sigue siendo la criatura hecha a imagen y semejanza de Dios y lleva en sí las semillas de su impronta divina, aunque sea tardo en que afloren.

   No quedarán en el desván oscuro de la historia loa valores esenciales de la persona ni de las sociedades humanas; acaso sí, los objetos, reemplazados por otros que puede que sean mejores. Por estos no vale la pena luchar; simplemente, dedicarles un recuerdo amable. Por aquellos sí , y entregarse en cuerpo y alma, si es que estamos convencidos de que la vida no vale la pena vivirla si no es para quemarla al servicio de una gran empresa.