La Iglesia Católica, a la que pertenecen el 92 % de la población española, no recibe ninguna partida presupuestaria del Estado y lo que recibe por el cauce de la X proviene directamente de los contribuyentes que así lo manifiestan libremente.
Uno de los cauces para el sostenimiento de la Iglesia Católica es el de marcar la X en tu declaración de la renta. Ni se paga más ni te devuelven menos, y con ello se destina el 0,7 % de tus impuestos para el sostenimiento de la Iglesia. También puedes marcar al mismo tiempo la X en la casilla “otros fines sociales” y eso no merma nada al sostenimiento de la Iglesia. Tienes además los cauces de las donaciones libres y directas a tu parroquia, a tu diócesis.
La Iglesia es la gran bienhechora de nuestra sociedad contemporánea. La Iglesia ha sido pionera en hacer el bien a lo largo de la historia, con escuelas, hospitales, obras de caridad de todo tipo. Pero, además de su glorioso pasado, la Iglesia hoy es la principal bienhechora de la sociedad en múltiples campos. Cuando alguien no tiene para comer hoy, acude a la Iglesia, y la Iglesia Católica ofrece a todos (sin que tengan que mostrar ningún carnet) la ayuda que está a su alcance. Es impresionante la labor de caridad que la Iglesia está realizando en este momento, atendiendo primeras necesidades de millones de personas en toda España, que sufren las carencias producidas por la crisis económica.
Los enemigos de la Iglesia salen en estos días a decir mentiras sobre esta realidad tan evidente, con intención de contaminar la opinión pública, pero no lo consiguen. Cuando alguien está en apuro para cubrir sus necesidades básicas, no acude a los partidos políticos, ni a los sindicatos, ni siquiera a las entidades públicas (donde se cobran los impuestos de todos). La gente acude a la Iglesia Católica, y encuentra siempre acogida y ayuda hasta donde la Iglesia puede dar. Todo ello constituye un testimonio precioso del mandamiento del amor, que Cristo nos ha dejado como emblema para sus discípulos.
La Iglesia Católica, a la que pertenecen el 92 % de la población española, no recibe ninguna partida presupuestaria del Estado y lo que recibe por el cauce de la X proviene directamente de los contribuyentes que así lo manifiestan libremente, y que cada vez son más. La ayuda que el Estado da a los colegios concertados, no se la da a la Iglesia, sino a los padres que tienen derecho a que el Estado subvencione la educación de sus hijos, como subvenciona la escuela pública. La ayuda que el Estado da a una residencia de ancianos no es ayuda a la Iglesia, sino al anciano que tiene derecho a ser atendido.
Una plaza en la escuela concertada cuesta al Estado el 40 % menos que esa misma plaza en la escuela pública, y no es de menor calidad. Hay más demanda que plazas en la escuela concertada, gestionada por la Iglesia católica. Una plaza de residencia de ancianos en las que gestiona la Iglesia cuesta al Estado el 50 % menos que esa misma plaza gestionada en una residencia pública, y no es de peor calidad. Sólo por estos capítulos, la Iglesia ahorra al Estado miles de millones de euros cada año.
Las Cáritas en todas las parroquias de España están saturadas de peticiones y, gracias a un voluntariado generoso, que lo hace por Dios y por los pobres, están siendo atendidas millones de personas, que experimentan a la Iglesia católica como su dulce hogar.
La Iglesia, por tanto, no es un parásito en la sociedad de nuestros días. La Iglesia no vive a costa del Estado, sino sostenida por sus fieles. La Iglesia hace un gran bien a la sociedad de nuestro tiempo, aunque a los enemigos de la Iglesia les cueste trabajo reconocerlo o incluso lo nieguen con mentiras que nadie se cree.
Pero, además de estos aspectos tan palpables, la Iglesia aporta a la sociedad la esperanza del Evangelio, una esperanza que nadie más puede aportar. Se trata de la esperanza de la vida eterna, se trata del valor moral de la vida, de toda vida, especialmente de la vida más indefensa, se trata de los derechos humanos, que sin Dios es imposible cumplir. La Iglesia no pide privilegios, sólo quiere libertad para cumplir su misión: para predicar la verdad del Evangelio, aunque a veces escueza, para administrar los sacramentos del Señor, para favorecer un mundo nuevo, más justo, más solidario, más fraterno. En todo esto Dios es siempre un aliado, nunca un adversario. La religión es un factor positivo para la sociedad, es un elemento de convivencia y de paz. Por eso, vale la pena apoyarla, aunque uno no fuera creyente.
Ayuda a la Iglesia, ganamos todos. En tu declaración de la renta, marca la X. Gracias.
Con mi afecto y bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba