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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Entre la indignación y la aversión

Manuel Parra Celaya. Debo a la cortesía del maestro Enrique de Aguinaga y a su último libro el haberme refrescado dos citas históricas significativas. La primera es de Enrique Tierno Galván y data de 1956: No creo en un apacible futuro neocapitalista en España, pues está en profunda contradicción con la psicología española. En los campamentos de las juventudes de la Falange, medio millón de niños españoles han sido educados en el culto a la justicia y en la igualdad de clases.

 
    La segunda cita, como un jarro de agua fría, es de Francisco Franco trece años después: No podemos prescindir del mundo capitalista liberal en que vivimos, que condiciona nuestra labor. Dentro de él hemos de perseguir los logros sociales más ambiciosos que sean compatibles con la situación general.
 
    Pues bien, yo fui uno de esos niños que, algo después de la fecha en que el “viejo profesor” alabó a las juventudes de la Falange (en aquel tiempo, las Falanges Juveniles de Franco), recibió igual tipo de formación en los campamentos de la recién nacida Organización Juvenil Española, sucesora del anterior movimiento juvenil; no obstante, ya se notaba el realismo impuesto por el Caudillo, demostrado en la cita.
 
    Así, no es extraño que muchos de los afiliados mayores de la Organización saliéramos respondones y contestatarios: considerábamos al Movimiento como una  mixtificación espuria de la Falange verdadera y de nuestras críticas acerbas no se escapaba ni el Régimen ni el propio Franco.
 
     Ha llovido bastante desde entonces ya no soy el cadete  apasionado que jugaba a la clandestinidad con aspiraciones de “pureza”  doctrinal en pro de una revolución pendiente. Intento compaginar, a mis sesenta y tres años, el realismo que da la edad con el idealismo que me proporcionan unas convicciones muy arraigadas. Quiero decir –si el  lector aún no lo ha adivinado- que me reconcome  esa tabula rasa que el neoliberalismo del PP y la Europa de los mercados están haciendo con los logros de aquel Estado del Bienestar que anunciaba la frase de Franco, y que sigo considerando como el mal menor, pues mis ideales de juventud y mis utopías de sexagenario siguen pasando por la  sustitución del Sistema Capitalista por otro más justo, y todo ello considerado como una alta moral.
 
      No me da ningún corte figurar, por ello, en la desleída lista de los indignados, no tanto por los logros sociales arrasados sino por haberse difuminado –de momento- del horizonte europeo la posibilidad de caminar hacia un Sistema más equitativo, marcado por unas bases distintas en cuanto a trabajo, producción, consumo y propiedad. 
 
      Por otra parte, contemplo el abanico de la izquierda, que va desde el 25M y sus patéticos mentores de signo marxista hasta la socialdemocracia del PSOE, rueda de recambio del neoliberalismo, dentro del sistema capitalista al que no hace ascos en modo alguno. Y siento aversión por su demagogia, por sus engaño a una población minada por el desempleo y la estrechez económica y, sobre todo, moral. Entre otras cosas, porque una gran parte de esa misma población ha vivido como pez en el agua con la mentalidad del capitalismo  en la época de las vacas gordas, ha participado, cada uno en su nivel, en el pelotazo y la corrupción, y ahora, en la época de las vacas flacas, lamenta haber pedido aquella hipoteca millonaria, haber competido con el vecino por el modelo de coche y haber hecho caso de la propaganda mentirosa de los bancos sobre preferentes y cosas así. 
 
      Siento, por lo tanto, indignación por lo uno y aversión por lo otro, y compruebo día a día que los caminos marcados o los senderos sugeridos no son más que las dos caras de una misma mentira, la que encierra el Sistema en sus fundamentos más íntimos.
 
     La solución, no obstante, no estriba en anclarme en recuerdos nostálgicos de mi juventud, pero, como siguen en mi almario las convicciones procedentes de aquella formación recibida en los campamentos, me afano por descubrir nuevos horizontes de futuro. Aquí necesito la voz clarificadora de mis amigos economistas –a quienes a veces no comprendo por culpa de mis limitaciones- y las sugerencias limpias de quienes entienden de política y aun participan en ella. Todo ello sin dejar de apreciar en mucho el respaldo, a modo de cordón umbilical con el pasado, los textos insignes de mis mayores, como los del maestro Enrique de Aguinaga.