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Diario YA


 

San Francisco de Javier: Un Santo muy español y universal

España, la única tierra en que María Santísima se apareció en carne mortal

Pedro Sáez Martínez de Ubago. España tiene el gran honor de haber sido la única tierra en que María Santísima se apareció en carne mortal, es decir, mientras vivía en la tierra, hecho que la tradición y devoción sitúan el 2 de enero del año 44 en Cesaraugusta, a orillas del Ebro y al Apóstol Santiago el Mayor, que predicaba el cristianismo en nuestro suelo.
Y a esto añade España el honor y la gracia de ser cuna de una incontable pléyade de santos venerados y reconocidos por la Iglesia Católica, entre los que sería muy difícil o imposible determinar uno que cualitativamente fuera superior a los demás, ni a través del tiempo ni por su carisma. Por citar sólo unos ejemplos, nombraré a San Dámaso (papá que ordenó la confección de la Vulgata), Santo Domingo de Guzmán, el primer español que fundó una orden religiosa (orden de predicadores o dominicos), San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San José de Calasanz, fundador de la primera orden exclusivamente dedicada a la enseñanza, Santa Ángela de la Cruz, San Josemaría Escrivá de Balaguer, San Isidoro de Sevilla (o de León), San Fernando, monarca que supo cohonestar los deberes de la realeza con los de la fe (eso que hoy parece tan políticamente incorrecto), San Vicente Ferrer, San Juan de la Cruz o San Francisco Javier, canonizado por el Papa Gregorio XV en 1622 junto a San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y San Felipe Neri; proclamado en 1748 por Benedicto XIV patrono de todas las tierras al este del cabo de Buena Esperanza; en 1904 por Pío X patrono de la Obra de la Propagación de la Fe; y en 1927 por Pío XI Patrono de las Misiones junto a Santa Teresita del Niño Jesús.
La vida y obra de San Francisco Javier, jesuita, patrón de las Misiones y de Navarra, y muy posiblemente el misionero más importante de la historia, es un buen motivo para reflexionar sobre la obra de la Iglesia, no sólo la misional realizada con grandes sacrificios y no pocos mártires en todas las épocas y continentes, sino la que actualmente se desarrolla en esta sociedad sumida en una grave crisis tanto económica como de valores. La misión que la hoy denostada y perseguida iglesia española lleva a cabo en las calles de nuestros pueblos y ciudades, en ese infierno en la tierra, consecuencia con palabras de Juan Pablo II de una sociedad que genera estructuras de pecado, al que dicho pontífice de santa memoria denominó como “cuarto mundo”.
Pensemos en los millones de españoles a quienes no ampara el artículo 35 de la Constitución y que se alimentan en comedores conventuales o se visten en roperos parroquiales, hallan cobijo en albergues de la iglesia o estudian ellos y sus familias en centros católicos, gracias a que la Iglesia, principalmente a través de Caritas, les dedica unos recursos, de cuyo desembolso descarga al Estado, que pueden evaluarse en torno a los 300 millones de euros, alrededor de un 75% de los cuales procede de fondos propios y el 25% restante de las aportaciones libres de españoles no necesariamente católicos –recordemos el caso de Julio Anguita que pidió que se pusiera la marca del 0,7% en la casilla de la declaración del IRPF porque juzgaba que la Iglesia administraba y dispensaba las ayudas más desinteresada y honradamente que los sindicatos o el gobierno de la nación- que prefieren canalizar su generosidad a través de cauces limpios y transparentes cuyos administradores no enriquecen a sus parientes y amigos, ni pasan del anonimato a las listas de Forbes, ni cambian los transportes públicos o turismos por coches oficiales ni sus residencias en barrios más o menos humildes por mansiones en urbanizaciones exclusivas o a veces la celda de una prisión…
Si San Francisco de Javier, cuya fiesta la Iglesia celebra este sábado 3 de diciembre, llevó la fe desde el Pirineo navarro hasta las puertas de China, quizá ahora, sean nuestras instituciones, nuestra sociedad, nuestras calles… el territorio de misión y nos corresponda a nosotros acometer la reevangelización desde esa célula nuclear de toda sociedad e “iglesia doméstica” que es la familia tradicional, que, con injustas aberraciones alienantes como la EPC o despropósitos jurídicos como algunas “discriminaciones positivas”, está sufriendo tantos ataques como la denominada “iglesia oficial”, cuando Iglesia no hay más que la que cada fiesta confesamos una, santa, católica y apostólica y que para todos es Madre y Maestra.
En esta convicción, más que en ninguna ley ni parlamento, puede radicar el principio de la tan ineludible y perentoria regeneración de nuestra descristianizada vieja Europa, que ahora sufre lo que ya describiera Donoso Cortés: “Al compás mismo con que disminuye la fe, se disminuyen las verdades en el mundo; y la sociedad que vuelve la espalda a Dios, ve ennegrecerse de súbito con aterradora oscuridad todos sus horizontes”.
PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO