Eduardo de Prado Álvarez. España debiera ser un país fácil de gobernar. No es muy grande a nivel mundial. No tiene mucha población. Los rasgos tribales son muy generales y comunes. Los mismos apellidos en toda España, pues de los 20 más usados, están todos presentes de norte a sur y de este a oeste por todo el territorio español y sus provincias. Madrid y Barcelona están hoy a dos horas y media en AVE, cuando en tiempo de Isabel y Fernando, Reyes Católicos, se tardaba entre dos y tres semanas en hacer el recorrido.
Sin embargo, más allá de las famosas ‘dos Españas’ de Antonio Machado, la verdad es que la Historia, sobre todo de la Edad Media, en especial de la Alta Edad media, condiciona todo el devenir hispano. Lo que provocó la división del reino hispano fue la Invasión Musulmana al Reino Visigodo de Hispania (España), que ya casi había unificado toda la Península con el rey Leovigildo y luego con su hijo Recaredo, a finales del siglo VII (Siete). Los núcleos o reinos emergentes de norte a sur peninsular, a partir del Siglo XI, por ‘política de Estado’ impuesta desde el creciente Reino de León, tuvieron como objetivo común de los entonces denominados Reinos Cristianos, la Unificación de España, o mejor dicho, la Reunificación por Reconquista.
Esto lo olvidan hoy deliberadamente los ‘nacionalistas’ separatistas, a la hora de proponer el troceamiento de España y su Estado y buscar orígenes remotos de su presunta identidad. Que se tardase más o menos en tal Reconquista o Reunificación hispana, es ya cuestión de los intereses de los diversos reinos y magnates de los mismos (noblezas) que buscaban más sus intereses familiares y personales, y de casta, que los de la Unificación de España, la que desde el siglo XI propuso y promovió el Reino de León.
En la situación de crisis que vive hoy España, debido primero a lo económico pero también al desafio separatista, casi no procede plantearse temas como el de monarquía o república, que dividirían aún más a los españoles hoy.
Tema muy delicado por lo tanto.
Además, España es un país con una doble tendencia disgregadora y cainita. De una parte (caninita) la tendencia a dividirse en dos bandos irreconciliables. De otra, la tendencia a traer reinos de taifas, cantonalismos, a sacar localismos presuntamente irredentos.
Un rey, si sirve para unificar, moderar, pacificar, es muy necesario en la Jefatura del Estado; si de verdad sirve para eso y cumple su misión, cosa que no siempre ocurre. Eso pensaron, o debieron de pensar los ponentes constitucionales y el pueblo español, allá por el año 1977 y 1978, al aprobar la Constitución vigente.