Luis de Haro Serrano
El Teatro Real presenta por primera vez en su historia una obra realizada por encargo, en la que una mujer -Pilar Jurado- es la autora del libreto, de la música e intérprete de uno de sus personajes. Toda una responsabilidad que afronta con valentía y fe en si misma.
Su planteamiento escénico se enmarca dentro de la línea conocida como; “El teatro dentro del teatro”, en este caso “la ópera dentro de la ópera”. El argumento describe el miedo que un compositor experimenta cuando decide escribir una ópera, haciendo un paralelismo entre lo que supone el futuro de la vida y la incertidumbre que aquel siente cuando quiere comenzar su trabajo y se encuentra continuamente ante una primera página que no contiene nada, que está en blanco. A raíz de ahí aborda un planteamiento filosófico sobre el paso del hombre por la vida, un aspecto ya tratado con mayor atractivo por algunos de nuestros clásicos del siglo de oro.
En ella, la autora ha deseado afrontar un tema muy cercano a la sensibilidad del hombre de hoy, cuyas creaciones deben pasar por un sistema dominado por nuevas tecnologías que acaban convirtiéndolo en su propia víctima. Un argumento tan actual como futurista”. La ex - mujer del compositor, Ricardo, amenaza con quitarle su música para que pueda dedicarle más tiempo. Un profesor de cibernética, amigo del protagonista, le crea un robot que puede componer música y hacer de cantante a la vez, interpretando perfectamente las ideas del atormentado compositor a medida que las va creando. Diversas situaciones, llenas de tensión, crean en él una fuerte ansiedad debido a la creencia de que su ordenador tiene un mecanismo que elimina o copia todo lo que escribe. A pesar de sus numerosas contrariedades consigue por fin terminar la obra.
Como le ha sucedido a otras óperas será el tiempo el que se encargue de situarla en el lugar que verdaderamente le corresponde. Hoy, cuando su presentación ha despertado una polémica tan variada, con opiniones para todos los gustos, es todavía pronto para calificarla objetivamente. Si bien la parte instrumental está construida con una orquestación muy agradable y rica, el libreto, a pesar de la defensa que de él intenta hacer el director musical Titus Engel, es demasiado flojo, con una línea argumental poco coherente, extraña en la narración y en el desarrollo general de la relación de los protagonistas con sus conductas emocionales. La autora ha preferido plantearlo dando preferencia a la rapidez de los contrastes con que ha concebido su dramatismo, por lo cual su seguimiento resulta bastante difícil. El tratamiento que hace de la cibernética, es excesivamente infantil.
Su alusión al Apocalipsis de San Juan para concluir la obra es lo único que, en parte, puede salvarla, por su escenografia y musicalidad, acompañada con el apoyo de los estridentes dibujos realizados por David Hermann, que, solo inicialmente, resultan atractivos por su movimiento y colorido.
Sería interesante conocer con profundidad donde se encuentra la frontera entre el trabajo realizado por la autora y el del equipo alemán.
La historia de “La página en blanco” se remonta tres años atrás cuando Antonio del Moral le encargó la composición de una ópera. Cuando Mortier, como nuevo director artístico, la examinó se entusiasmó con ella y se convirtió en su más directo valedor, haciéndole importantes sugerencias y poniéndola en contacto con un equipo alemán formado por David Hermann, director de escena, Alexander Poltzin, escenógrafo y Titus Engel, director musical.
Soy consciente del privilegio y la oportunidad que para mí ha supuesto estrenar una ópera en el Real, comenta Pilar Jurado. Mi deseo es agitar la conciencia de las personas sencillas. No le debo temer ni a los comentarios de la crítica ni a la aceptación con que el público pueda recibirla.
La vida de esta joven autora e intérprete, solo tiene 43 años, está llena de proyectos, como cumplir con el encargo que le ha realizado la ORCAM de preparar una obra para coro y orquesta a estrenar la próxima temporada
El equipo artístico
No todo ha sido negativo en esta obra, como muchos espectadores han declarado tras la representación. Es obligado salvar del “naufragio” la parte musical. El trabajo realizado por Titus Engel y la orquesta ha sido extraordinario debido a su perfección y a la correcta superación de las grandes dificultades que en todos los aspectos la partitura tiene. La orquesta, reforzada para la ocasión con instrumentos de percusión y viento, se ha entregado a conciencia, obteniendo un resultado muy aplaudido por el público, igual que el extraordinario elenco vocal que ha hecho gala de su alta profesionalidad para superar con éxito las numerosas alternativas voales que la autora hadado todas sus intervenciones. Es justo destacar la labor de Pilar Jurado, Aisha; Nicolai Schukoff, Sabih; Andrew Wats, Kobayashi, así como el coro dirigido por Andrés Máspero.
La escenografía en la ópera, además de poseer la máxima originalidad en su creatividad, debe tener muy en cuenta las condiciones de visibilidad del aforo del teatro donde se va a presentar. La òpera es música y teatro y tanto David Hermann como Alexander Polzi parecen haberlo olvidado en “La página en blanco”. Otra cuestión técnica ¿Cuando el escenario está fuertemente iluminado. No creen que convendría cambiar el sistema de proyección de los subtítulos? Un aspecto bastante debatido por su importancia que debería tenerse en cuenta para futuras ocasiones.