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Una obra maestra considerada como la cima de la ópera romántica

Eugenne Oneguin de P.I. Chaikovski abre la nueva temporada del Real

Fotografía de Javier del Real. Teatro Real

Luis de Haro Serrano

Eugenne Oneguin de Chaikovski es la obra elegida por el Teatro Real para abrir dos grandes puertas. La de la temporada de ópera 2010-2011 y la del nuevo director musical Gerad Mortier. Etapa llena de expectativas por los comentarios de todo tipo surgidos a raíz de su nombramiento. En esta custión creemos que lo más prudente es dar tiempo al tiempo y no abrir sin fundamento la ventana del desánimo o la duda. Basta con echarle una ojeada a algunos de los títulos que subirán a escena en esta temporada; “Eugenne Oneguin”, ”El Caballero de la rosa”, Ifigenia en Tauride” de Gluck, “Werter”, “Las bodas de Fígaro” y “San Francisco de Asís” de Messien para finalizar con la “Tosca” de Puccini, a los que se unirán otros menos conocidos, pero no por ello exentos de interés artístico y musical.

La dirección musical y de escena en esta ocasión son responsabilidad de los maestros rusos Dmitri Jurowoski y Dmitri TCherniakov. En el foso se encuentra la Orquesta y el Coro del Teatro Bolshói de Moscú, invitados expresamente para las representaciones de la inauguración de esta temporada. Como es habitual se cuenta con un doble reparto integrado por grandes intérpretes. Para dar vida a la parte vocal se requiere la presencia de un amplio elenco.

Eugenne Oneguin, como al compositor le gustaba llamarla,  es una “ópera lírica en tres actos” preparada sobre el texto del libreto de K. Shibooski y Modest Chaikovski,  su hermano, basado en la obra homónima realizada en verso por Alejandro Puskin en 1831. Chaikovski empezó a componerla en Rusia y la terminó en San Remo. Ha servido de inspiración a otras manifestaciones artísticas como el ballet (del que destaca la versión del bailarín John Crauko) o el cine, “Oneguin”, con Ralph Fiennes.

Por el contenido del libreto y la musicalidad de la partitura, E. Oneguin se convirtió pronto en una obra modelo del lenguaje artístico de su época. La versión cantada en el idioma original, el ruso, le aporta una mejor comprensión de la belleza que contiene, a pesar de ello ha sido traducida a varios idiomas; italiano, francés, ingles y alemán.

La acción se desarrolla en una hacienda rusa de San Petesburgo a mediados del siglo XIX. Narra la historia de amor de una joven soñadora de provincias, Tatiana, con el excéptico Oneguín,  que desemboca en una serie de  amores cruzados que acaban con la muerte de los dos grandes enamorados, Lensky y Oneguin. Toda una historia de pasión y locura cargada de emoción.

Se le ha considerado como “la cima de la ópera romántica”, “La última historia de amor antes de la Revolución rusa”, catalogándosele, además, como una obra maestra y “como una ópera en la que las palabras, surgidas de la sensibilidad de su autor, hieren profundamente”.. El director de escena Gian Carlo del Mónaco la considera también como “el drama del sentimiento”. En ella Chaikovski, más que en ninguna otra composición,  refleja el drama de sus pasiones personales tan propias de la  azarosa vida sentimental con que vivió

A pesar de estas valoraciones el compositor la calificó al principio como un “recital infantil”, no considerándola apropiada para representarse en un Teatro público. De ahí que su primera puesta en escena fuera realizada  por estudiantes en una función especial que tuvo lugar en el Conservatorio de Moscú el 29 de marzo de 1879, estrenándose oficialmente poco más tarde, 23 de enero de 1881, en el Bolshói.

Tras un gris recibimiento  fue superando poco a poco la popularidad de otras composiciones más conocidas, por lo que la asiduidad de su representación es hoy bastante frecuente. En el Bolshói la producción del director de escena Boris Pokrovsky llegó a mantenerse en cartel durante más de sesenta años (1944-2005)

Entre los momentos más destacados de la obra conviene recordar el vals y la polonesa. Dos pasajes dotados de extraordinaria brillantez. La significativa escena de la carta interpretada por Tatyana, las divertidas coplillas de monsieur Triquet del segundo acto cantadas por Lensky,  así como  su aria  antes del duelo y el dúo de Tatyana y Oneguin con el que se cierra la obra.

El equipo artístico
Considero un acierto la programación de esta gran obra romántica para iniciar la nueva temporada de ópera y la elección de una institución estable como el Coro y la Orquesta del Bolshoi.

La dirección de escena del maestro Dmitri Tcherniakov resultó atractiva, a pesar de la sencillez de su planteamiento, lejos de la suntuosidad con la que hasta ahora se acostumbraba a presentar la ópera rusa. A ello se le une el fluido movimiento de todos los personajes en el escenario y la cálida y elegante iluminación concebida por Gleb Filshtinsky. La utilización de la gran mesa oval situada en el centro del escenario, como indica  Tcherniakov, sirvió para reflejar con claridad la indiferencia entre los personajes, familiares o amigos que, a pesar  de permanecer o estar esporádicamente juntos, como ocurre en la sociedad actual, nadie se preocupa de nadie pero, en cambio, viven encorsetados por sus frías  y rígidas reglas de convivencia.

El elenco vocal, sin excepción, brilló con la misma fuerza, destacando las bellas intervenciones de Tatiana Monogarova (Tatyana), Mariusz Kwiecien (Oneguín), Alexey Dolgov (Lesky) y Anatolij Kotscherga (Príncipe Gremin) por la belleza y expresividad de sus voces.

La Orquesta y el Coro, dirigidos por Dmitri Jurowski, estuvieron muy precisos y con gran fuerza en todas sus intervenciones, especialmente la orquesta que tiene el difícil papel de trasladar en todo momento al espectador el clima de pasión y melancolía que se desarrolla en toda la obra.

Afortunadamente solo puede achacársele un pequeño lunar a la representación: el excesivo tiempo empleado en los cambios de escena porque disipan la concentración que una obra tan densa necesita.
 

 

Fotografía: Javier del Real. Teatro Real