FE Y RAZÓN
Carlota Sedeño Martínez. “Este domingo, Michelle, Malia, Sasha y yo nos uniremos a nuestros hermanos cristianos de todo el mundo para celebrar la Resurrección de Cristo, la salvación que ofreció al mundo y la esperanza que nos trae la Pascua…Evocamos todo lo que sufrió Jesús por nosotros (el desprecio de la muchedumbre, la agonía de la cruz) para que Dios perdonara nuestros pecados y nos otorgara la vida eterna.” Es el presidente Barack Obama el que habla. Y, tras la visita que realizó al Papa Francisco recientemente, dijo: “Cuando el Papa habla, sus palabras tienen peso…Es una gran autoridad moral y su voz tiene que ser escuchada por el mundo.” ¿Hemos oído algo similar a algún presidente europeo, en la época actual? Y, sin embargo, el cristianismo llegó a América desde Europa. Pero, desde hace mucho tiempo, Europa se ha dejado invadir por una visión puramente material de la vida y por un nihilismo que camina hacia la autodestrucción. ¿Qué sentido tiene una vida humana que sólo se plantea como un nacer, crecer, reproducirse y morir? Como un animal cualquiera. ¿Cómo se puede enfocar cada sufrimiento, cada carencia de cualquier orden, el dolor, lo efímero de la vida, etc. etc.? Una mirada a la historia humana muestra cómo, en todas las culturas, en todos los lugares de la tierra, en todas las épocas, brotan preguntas de fondo referentes a la vida humana: ¿quién soy? ¿de donde vengo? ¿ a dónde me dirijo? ¿por qué existe el mal? ¿qué hay después de esta vida? ¿da igual portarse bien que portarse mal? Estas preguntas y otras similares se originan debido a la necesidad de sentido que tiene cada ser humano. Y, naturalmente, de la respuesta que se dé a estas preguntas depende la orientación que se dé a cada existencia humana y, por consiguiente, la plenitud o el vacío. Nos encontramos en el año de la canonización de Juan Pablo II, un hombre que sufrió a lo largo de toda su vida y al que pudimos ver sufrir y que fue como un alud arrollador, alguien que se entregó a Dios y a los demás, olvidándose de sí mismo. Y, además, su clara inteligencia dio lugar a escritos que han iluminado a millones de personas. En su encíclica “Fides et ratio” expuso cómo la fe y la razón son como dos alas con las que el espíritu humano se eleva a la contemplación de la verdad. Por cierto, no hace demasiado tiempo, una amiga agnóstica con la que hablaba, quizás en el fragor de la conversación, exclamó: “¡No quiero buscar la verdad!”. Me quedé callada porque era muy “fuerte” lo que estaba oyendo pero así sucedió. Por otra parte, es llamativo como algunos seres humanos que pretenden usar la sola razón, muestran unas reacciones que están dirigidas realmente por los sentimientos y no por una actitud razonable. Olvidan, o no son conscientes en determinados momentos, de que la razón y la voluntad son las que deben dirigir la conducta, y los sentimientos han de ser conducidos por ambas. Los buenos sentimientos hay que reforzarlos y los malos erradicarlos. Se me viene a la mente esta frase tan oída en relación a algunos matrimonios que finalizan: “Se rompió el amor”. Aparte de rebajar la palabra “amor”, lo que realmente sucede en la mayoría de los casos, es el fracaso en toda regla, desde el principio, en el uso de la razón y la voluntad, un fallo en la buena canalización de los sentimientos ya que éstos no fueron dirigidos, fueron dejados al vaivén de los estados de ánimo y al egoísmo personal. Al llegar a este punto, alguna persona que piense, puede plantearse: Yo tendría que cambiar algo en mi vida pero... ¿a estas alturas, bien pasada la adolescencia, la juventud, en plena madurez? Sí, se puede dar otro rumbo al ejercicio de la inteligencia, de la razón. Y si se trata de fe, sí con rotundidad. Pero hay que practicar la humildad, esta virtud básica, necesaria en todas las fases de la vida. Ya lo dijo Teresa de Ávila, esa castellana firme y segura: “Humildad es andar en verdad”. Todo esto va unido a la búsqueda de la sencillez que no es simplonería sino un intentar hacer desaparecer todas las complicaciones psíquicas y espirituales que cercan, a veces, la personalidad. La sencillez es serena y transparente porque cree en un último fundamento y significado de la vida, aun en sus encrucijadas más misteriosas. Carlota Sedeño Martínez Trabajadora Social