Felipe VI, un rey constitucional
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Rafael Nieto. Cuando uno echa un vistazo más o menos detallado a la Historia de España, se da cuenta de que la dinastía borbónica, con alguna excepción, no ha dado precisamente gloria a la monarquía española. Dicen que las comparaciones son odiosas, pero si pusiéramos en una hipotética balanza de los tiempos, a Carlos V con Fernando VII, o a Felipe II con Carlos IV, por poner ejemplos significativos, saldrían victoriosos los Austrias por goleada y sin despeinarse. Siendo realistas, podríamos decir que desde los Reyes Católicos en adelante, lo que ha hecho la institución monárquica en España no es otra cosa que despeñarse.
Antiguamente, los reyes en España eran eso: católicos, imperiales, universales. Eran la referencia de otros pueblos menos civilizados, y en concreto, todos sabemos que Fernando de Aragón se convirtió en el ideal de príncipe medieval a ojos del mismísimo Maquiavelo. En nuestro tiempo, ahora, en el presente, a lo que aspiran los reyes es a ser "constitucionales", esto es, a encajar en un texto, hecho por humanos y que, por serlo, está naturalmente sujeto a errores y limitaciones. Es lo que pasa cuando sustituimos a Dios por un legajo: que salimos perdiendo seguro, por muy bien redactado que esté el papel de marras.
Y Felipe VI, que ha empezado a reinar esta semana en España, aspira exactamente a eso, según él mismo reconoció en la sede de la soberanía. Aspira a ser un rey constitucional. No es casual, por tanto, sino causal que haya jurado el cargo sobre la Carta Magna y no sobre la Biblia. No es casual que no hubiera por allí ningún crucifijo, que tampoco hubiera misa, y que no se citara a Dios ni una sola vez. Ahora, las leyes son nuestras únicas referencias; que sean justas o no, ya casi es lo de menos.
Como católico y como español, me ha parecido muy mal esa negación de nuestra identidad cultural cristiana. Creo firmemente que un rey que se acoge humildemente al poder absoluto de Dios es un rey que tiene más posibilidades de actuar con libertad, responsabilidad y acierto ante sus ciudadanos. También me parecen errores graves la supresión del yugo y las flechas que sí figuraban en el escudo del reinado de Juan Carlos I, y la eliminación del Aspa de Borgoña, primera bandera española y nada menos que la bandera de los Tercios de Flandes. De nuevo, escondemos y negamos lo más glorioso de nuestra Historia.
Pero como siempre intento ser equilibrado en mis juicios, diré también con la misma claridad que Felipe VI ha hecho algunas cosas en sus primeras horas como rey que me parecen muy acertadas. En primer lugar, su discurso ante el pleno del Congreso, salvando lo anteriormente dicho, fue bastante digno. Su llamamiento a la unidad dentro de la diversidad, necesario, fue nítido; sus palabras sobre la ejemplaridad de la Corona, claras y contundentes. Su llamamiento a la convivencia pacífica y a evitar enfrentamientos derivados de las diferencias, realmente brillante. Poco se puede criticar de ese texto, salvo, eso sí, la ausencia de referencias claras a favor de la vida y contra el aborto, aunque ya entiendo que eso, hoy en día, es casi pedir demasiado.
Acierta Felipe VI al elegir el Vaticano para hacer su primera visita oficial al exterior, y acertó al entrevistarse ayer con miembros de la AVT, de las víctimas del terrorismo (con la excepción de VCT), a las que también se refirió el pasado jueves durante su discurso en el Congreso. Sus primeros gestos han sido correctos, dentro de la prudencia y el sentido de Estado que se debe esperar de un rey en los tiempos actuales, y lo mismo podemos decir de su esposa, la reina consorte Leticia, y de sus dos hijas, la Princesa de Asturias, doña Leonor, y Sofía.
La Historia, cuando pasen unos años, nos dirá cómo ha sido el reinado de Juan Carlos I. Seguramente, el tiempo será una baza que nos ayude a ver mejor, con cierta distancia, los hechos protagonizados por el hombre que ha reinado durante casi cuarenta años. Ahora comienza otra etapa, llena efectivamente de desafíos y de retos. Entre ellos, salir de esta terrible crisis económica, acabar con el paro y el terrorismo, y promover una paz social que tuvimos pero que, entre todos, hemos roto de forma irresponsable. De ello también tiene mucha culpa, entre otras cosas, la manipulación histórica que capitanea la izquierda y permite la derecha.