Feminismo y el ejemplo de Harriet Quimby
Pedro Sáez Martínez de Ubago. Vivimos unos tiempos de desorden en muchos aspectos y uno de ellos es el del feminismo, algo legítimo en su origen pues no es otra cosa que el deseo de equiparar los derechos de la mujer a los del hombre, algo que le corresponde por naturaleza en tanto persona humana creada a imagen y semejanza de Dios, tal y como se recoge en el Génesis I, 27: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó”.
Estas palabras de la Biblia recogen dos verdades fundamentales sobre la persona humana: que es creada “a imagen de Dios”; y que Dios crea al hombre y a la mujer iguales en su humanidad, con idéntica dignidad personal, de manera que la sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual como un elemento básico de la personalidad y un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano.
Pero cuando la sexualidad se reduce al simple aspecto biológico, la persona, entidad individual de naturaleza racional, se cosificarla y despersonaliza, convirtiéndose en un algo aparentemente circunstancial y exterior. Y, partiendo de este supuesto radicalmente erróneo, se llega a hablar de la “orientación sexual”, que cada uno podría determinar libremente ya sea en la vivencia de sus relaciones afectivas, ya en pretender que determinadas funciones como el ministerio sacerdotal pueda ser algo indiferente del género, ya el aberrante y genocida supuesto del tristemente famoso “nosotras parimos, nosotras decidimos”…
Sin embargo, toda concepción de la persona humana que tenga en cuenta su verdad y todas las dimensiones de su ser, pone de manifiesto que no se puede elegir ser hombre o mujer, sino que la diferencia sexual nos es dada en nuestra naturaleza personal con todas sus consecuencias.
¿Por qué hoy estas consideraciones? Porque un 16 de abril de 1912, una mujer americana llamada Harried Quimby, cruzaba el Canal de La Mancha, desde Dover hasta Hardelot, en medio de una gran niebla y de unas condiciones atmosféricas hostiles, convirtiéndose en la primera mujer en hacerlo.
Pero hoy, cuando decenas de pilotos y “pilotas” de IBERIA o lo que quede de una compañía que ha sido bandera y embajador nuestro en los cinco continentes hacen con tanta frecuencia trayectos mayores, parece que esta fecha es algo que a ningún grupo feminista interesa recordar.
Dice la sabiduría popular “dime de qué presumes y te diré de qué careces”, quizá, en este sentido, el que haya sido necesario crear un ministerio y luego una dirección general de igualdad, sean el mejor testimonio de la desigualdad a que nos conduce una sociedad cuando se aparta de Dios, la moral objetiva y de la Ley Natural cuyos principios deben orientarla y dirigirla al Bien Común, para caer en los sofismas de un relativismo ciego y desenfrenado como el que estamos padeciendo.
Aprovechemos esta efemérides para ser más prudentes reflexivos y consecuentes y, desdeñando demagogias baratas, saber apreciar la autenticidad de los cientos de Harrieds Quimbys, madames Curies, Teresas de Calcutas, Marías Pitas o Fernán Caballeros, o si menos famosas no menos ejemplares madres de la inmensa mayoría de nosotros que jalonan cada día, cada año de la historia del mundo y ponen a hombre y mujer en, no creo que pueda decirse más oportunamente, un plano de igualdad como Dios manda, hasta el estado de cosas que hizo escribir a Fray Luis de León en La perfecta casada: “Si hay debajo de la luna cosa que merece ser estimada y apreciada, es la mujer buena; y en comparación con ella, el sol mismo no luce y son oscuras las estrellas”.
PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO