Franco: Algo más que electoralismo
MANUEL PARRA CELAYA
Va a ser la primera y la última vez que escribo sobre la profanación de la sepultura de Francisco Franco, el que fue denominado Caudillo y efectivo Jefe del Estado español hasta su fallecimiento, por causas naturales, en 1975. Por una parte, porque ya está casi todo dicho por plumas más prestigiosas que la mía; por otra, porque coincido plenamente con la frase del gran periodista Enrique de Aguinaga: Ser franquista a estas alturas es un anacronismo; ser antifranquista, una estupidez.
Desde el Ejecutivo se ha afirmado, con gran derroche de expresiones y visajes severos y otras muestras de gravedad, que se trata de un tema de urgente necesidad. Veamos: ¿se va a paliar con ello el endeudamiento de España o el déficit de la Seguridad Social?; ¿se va a solucionar el problema del paro o la escasez de viviendas accesibles al ciudadano medio?; ¿se van a llenar los pantanos que están a un veinte por ciento de su capacidad?; ¿se van a resolver los virulentos procesos separatistas?; ¿va a ocupar España un papel de liderazgo en la Unión Europea?
Evidentemente, ninguno de estos aspectos va a corregirse con desenterrar a una persona que lleva muerto cuarenta y cuatro años. ¡Ah! Dicen en la derecha que se trata de una añagaza electoral más, destinada a conseguir votos para un gobierno de izquierdas estable. Permítanme que lo ponga en duda en cuanto a sus últimos alcances; por mucho que menospreciemos la inteligencia del electorado, me da en la nariz que la medida tiene un significado mucho más profundo.
Tampoco es, estrictamente, una vulgar e inútil obra de revanchismo del resultado de la Guerra Civil del 36; la historia está ahí, los testimonios de vencedores y vencidos también, y, por mucho que se pretenda retorcer el inconsciente colectivo de los españoles, aquel Frente Popular que quiere resucitar la izquierda progresista perdió aquella contienda, que ganó a quien ahora quieren desenterrar y condenar al escarnio y al olvido.
Sospecho que la maniobra tiene todo el tufo de lo que llamaría, con perdón, simbolismo esotérico o de ritual sectario, que no perdona, a lo largo de los años o de los siglos, a quienes han osado desafiar determinados dictados ocultos. Pedro Sánchez y el sector del PSOE -no todo, por lo que sabemos- serían, así, meros sicarios a quienes se encargan los trabajos sucios. No soy en absoluto creyente en forma alguna de conspiracionismo, pero…haberlas haylas.
Este ejercicio de odio metapolítico puede, además, procurar en el futuro consecuencias que no están de seguro previstas en las agendas de la medrosa derecha, en las altas instancias del estado o en la mente de cualquier españolito normal. ¿Quién dispuso que Franco descansara en el Valle de los Caídos? Evidentemente, no fue ninguna disposición testamentaria suya. Creo recordar que la firma del decreto con un Yo, el Rey correspondió a D. Juan Carlos de Borbón y Borbón, actual Rey Emérito; si ahora se revoca y contradice aquel mandato real esto equivale a cuestionar la legitimidad de origen -la pérdida de la de ejercicio fue la causa de su abdicación-, pues no olvidemos que la II Restauración se debió a la voluntad de Franco; la persona elegida fue, precisamente, quien ostenta esa categoría de emérito, a su vez con legitimidad dinástica tras la renuncia de Don Juan en la persona de su hijo. Por cierto, que en la disputa entre el Gobierno de Sánchez, la familia de los Franco, la Comunidad Benedictina del Valle y el Supremo, no se ha oído la voz de quien decidió el lugar de la sepultura.
Al revocarse ahora aquella decisión de D. Juan Carlos I, Rey de España por la Gracia de Franco (como decía el chascarrillo), queda en entredicho la total legitimidad de la Corona, incluso en la persona de su sucesor, el actual Rey Felipe VI. Así pues, lo que he considerado en primer término maniobra de carácter simbólico esotérico y sectario adquiere, en su dimensión política, la forma de un torpedo en la línea de flotación de la institución monárquica. Puede esto servir de tema de meditación para sus acérrimos defensores.
Muchos calificativos se podrían decir de la decidida profanación. ¿Cabría, incluso, el anacrónico término de felonía? Tengo mis dudas, visto lo visto. No así el hablar de indignidad o, mejor, de indignidades. En primer lugar, porque todos los poderes del Estado han quedado salpicados de este rasgo. También, los poderes de la Iglesia Católica, en tanto e acumulan en el hecho detalles tan nimios como la inviolabilidad del suelo sagrado y de una sepultura en un recinto eclesial, con el no menos insignificante pormenor de que el cadáver cuya sepultura se profana recibió el título de la Orden de Cristo por sus servicios a esa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, actualmente regida por el Papa Francisco en el Vaticano y por la Conferencia Episcopal en España, que se ha apresurado a ponerse de perfil ante los primeros avisos de la profanación. Y, en general, podríamos hablar de indignidad del sector social -franquista o no, que eso ahora ya no importa- que no se ha indignado con la maniobra.
Quizás un último apunte: también es casualidad que el hecho del que hemos tratado coincide exactamente con las suficientemente anunciadas amenazas de sublevación de masas e instituciones del Estado en Cataluña.