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Diario YA


 

In memoriam

Fray Antonio de Lugo, Monje Jerónimo

Santiago Barco*. Conocí  a Fray Antonio de Lugo en la década de los ochenta, cuando yo era un joven estudiante de Derecho y el un viejo monje retirado en el Monasterio de Yuste, ya liberado de todos sus cargos y responsabilidades en la Orden de San Jerónimo. Este hecho me permitió frecuentar  con cierta asiduidad su compañía tanto en el Monasterio de Yuste como en los Monasterios de las Salesas o de las Jerónimas de Madrid donde el celebraba la Santa Misa en sus frecuentes visitas al médico.

Cuando me llamaron las Monjas Jerónimas –a las que siempre estuvo tan unido- para comunicarme su fallecimiento –que no por esperado ha dejado de ser un duro golpe- vinieron a mi memoria tantos recuerdos de este monje ejemplar, santo sacerdote y español de bien, a quien tanto debo en mi vida espiritual. No en vano el fue quien ofició en mi boda y bautizó al primero de mis hijos en otro memorable Monasterio madrileño: el de San Ildefonso de las Monjas Trinitarias. Escribimos, pues, con sobrecogimiento y gratitud filial.

Hijo de un oficial de Infantería, vino al mundo nuestro monje en Lugo el 13 de junio de 1918. Siguiendo los destinos de su padre la familia pasa de Galicia a África y de allí a Madrid en 1931 donde Antonio Manuel Rio Vilas realiza su carrera en la Escuela de Periodismo de El Debate. 

En 1936 el Alzamiento le sorprende en la Capital, siendo forzado a enrolarse en las filas del ejército republicano, pero –espantado de luchar con quienes profanaban y destruian templos, asesinando a los ministros de Dios- consigue zafarse y se incorpora a la Falange clandestina donde, con riesgo de su vida, trabaja por la victoria de las armas cristianas y logra evadirse de una checa cuando le iban a asesinar.

Llegada la paz y restablecida la libertad para la Iglesia en España, Antonio Vila siente la llamada de Cristo al sacerdocio e ingresa en el Seminario de Madrid en 1939, pero deseando llevar una vida de más íntima amistad con Dios en el silencio y la oración ingresa en 1941 como Monje en el Monasterio de Santa María del Parral de Segovia, donde la restauración iniciada por Fray Manuel de la Sagrada Familia unos años antes estaba a punto de fracasar tras el martirio de este sacerdote en Paracuellos del Jarama.

Cuando, en el lenguaje de los monjes,  “deja el siglo” para retirarse al claustro, siguiendo la costumbre jerónima pasa a llamarse Fray Antonio de Lugo. El junio de 1946 recibe la Ordenación sacerdotal y meses después una grave crisis sacude la Orden y Fray Antonio es nombrado Prior. Debe expulsar a un grupo de monjes disolutos que vivían en el Monasterio y hacer frente a una delicada situación financiera.. Son tiempos difíciles de mucho sufrimiento y penuria económica en los que el Padre Lugo no puede ni comprarse las medicinas que le receta el medico, pues ha de hacer frente con esos recursos a otros gastos de la Comunidad monacal.

Como Prior de El Parral debe retomar la refundación de la Orden, empapándose en las fuentes de la tradición jerónima. En esta labor conoce y cuenta con la ayuda de prelados como Herrera Oria, Casimiro Morcillo, García Lahiguera, Marcelo González, Bueno Monreal, Guerra Campos, Laureano Castán…  Lo mejor y más granado del Episcopado español. 

Como Prior de diversos monasterios primero y como General de la Orden después, obtiene la ayuda de las autoridades para restaurar y abrir nuevos cenobios según se van consolidando las comunidades de monjes. Para tal fin despacha con Franco,  Carrero Blanco y otros dignatarios de los que obtiene siempre favorable respuesta y generosa ayuda.

Poco a poca la Orden se va afianzando: abre en Salamanca el Colegio Mayor de Nuestra Señora de Guadalupe para que los monjes que estudian en la Universidad Pontificia puedan llevar vida monacal, funda San Isidoro del Campo en Santiponce (Sevilla), restaura San Jerónimo de Yuste y en 1964 es la  fundación de Santa María de los Ángeles en Jávea (Alicante). En 1965 restaura la vida jerónima en el monumental monasterio de San Jerónimo de Granada, que posteriormente fue ocupado por las monjas de la Orden. 

      Llega el Concilio Vaticano II y el Padre Lugo entiende, como no puede ser de otro modo, que la renovación de la vida religiosa ha de realizarse desde la fidelidad a la Tradición y al Magisterio. Pero soplan malos tiempos para los sacerdotes fieles y Fray Antonio comienza otro nuevo calvario de incomprensiones al negarse a aceptar reformas ajenas al espíritu de la Orden de San Jerónimo y a la Tradición de la Iglesia. Solicita permiso para retirarse a un Monasterio con los monjes que deseen vivir el espíritu tradicional jerónimo, pero no lo obtiene.

      En el noble combate por defender la sana Doctrina frente al modernismo surge la Hermandad Sacerdotal Española, que llegó a contar con cerca de 7000 sacerdotes y religiosos en España, con los que Fray Antonio colabora estrechamente mediante artículos y conferencias.

     Así, mediando los años ochenta como dijimos antes, Fray Antonio de Lugo pasó a un segundo plano y fue quedando sin cargos en la rama masculina, trasladándose del Monasterio de El Parral –del que era capitular- al de Yuste para evitar participar en ciertas decisiones que no podía compartir. 

     En esta época, a la crisis general que padece la Iglesia en posconcilio se une la de la Orden Jerónima: comienzan las defecciones, los monjes que quieren mantener el espíritu de siempre y ya no lo encuentran en esos Monasterios salen a buscarlo fuera, cierran  Santiponce y Jávea … pero la sangría no para hasta nuestros días, donde apenas un puñado de heroicos monjes visten el hábito de San Jerónimo, de modo que no me parece descabellada la opinión de un correligionario que me decía estos días que con el Padre Lugo, si Dios nuestro Padre no lo remedia, se enterraba la Orden de San Jerónimo.

Un accidente de coche, el hundimiento sobre su cama del techo de un monasterio (le rescataron ensangrentado de los escombros), una operación de columna y diversas dolencias le obligan a trasladarse con frecuencia de Yuste a Madrid. Para ser atendido por los médicos, lo que aprovecha para hacer un fructífero apostolado: conferencias, retiros, dirección espiritual, artículos en Iglesia-Mundo, Roca Viva, Vida Espiritual, El Alcazar etc. 

De su prolífica literatura espiritual cabe destacar “María Teresa. Fisonomía de un alma grande” “Martirologio español, Madrid”, escrito en 1974 cuando muchos se avergonzaban de nuestros mártires, “El santo propósito” donde expone la verdadera vida religiosa frente a interpretaciones filoprotestantes, “El precio de una victoria” sobre la Cruzada del 36, “En tierra firme”, “Estirpe de Dios” o “Sexualidad y madurez personal”.

Con Fray Antonio de Lugo se nos va uno de los últimos sacerdotes de esa generación ejemplar y prolífica  que tanto bien ha hecho a la Iglesia y que tantas cosas buenas han salvado del huracán. Que desde el cielo –pues escribo esto con la esperanza cierta de que esté ya gozando de la paz del buen Dios a quien consagró su vida-  interceda por nosotros, por la Iglesia, por la Orden Jerónima y por España, a la que tanto amó.

Santiago Barco es Abogado del S. Tribunal de la Rota y Profesor de Historia