Generales franquistas represaliados post mortem. ¿Comete Díaz delito de odio?
Miguel Massanet Bosch
Cuando las izquierdas, siguiendo su política de ir en contra de sus propias opiniones, se olvidan de lo que ellos mismos han legislado para actuar, sin el menor pudor ni consideración, diametralmente en contra de ello. No es que no tengan memoria, que estén en la más pura inopia, sino que son incapaces de establecer una clara diferencia entre los actos fallidos que sus enemigos (digo enemigos porque, para ellos, todos los que queden fuera del círculo que son capaces de dominar, son tratados, sin el menor escrúpulo como tales) puedan cometer, que juzgan contrarios a la legalidad, de aquellos que lleven a cabo los que forman parte de su grupo aunque, lo evidente, es que no se diferencian absolutamente en nada.
Nos están machacando hasta la saciedad, insistiendo en que la derecha actúa motivada por el odio ¿hacia quién? Hacia nadie, lo que sucede es que para quienes hacen de la propaganda negativa del contrario su mejor arma para combatirlo, el utilizar expresiones semejantes les suele resultar rentable entre una población que deberemos admitir, en muchos lugares, ambientes, y circunstancias locales se siente atraída por todo lo que sea potenciar viejos resentimientos, recuerdos deformados de la realidad y esta retrasmisión oral, evidentemente “enriquecida” a medida que el “boca a boca” imaginativo, viene de más atrás.
¿Delito de odio? O, ¿acaso, son las derechas las que sacan a relucir su victoria en la Guerra Civil 1936? en absoluto. Franco, sus gobiernos, sus apoyos, sus instituciones y sus generales son los que se han convertido en blancos favoritos de comunistas, socialistas, independentistas y demás resentidos, que han sido incapaces de entender que hubo una vez una segunda República que, contrariamente a lo que quisieron hacer sus fundadores, les salió rana. En esta absurda y manipulada Ley de la Memoria Democrática dan una lección al país de lo que es el odio potenciado por el paso del tiempo, contra lo que fueron los resultados de unos gobiernos ineptos, criminales, incapaces de mantener el orden y la seguridad de miles de personas que se consideraban de derechas, cristianos y monárquicos que pagaron con su vida el tener esta condición.
Odio, odio del más profundo se ha ido retrasmitiendo de padres a hijos en contra de los vencedores de la contienda. Las derechas ya haría años que se habrían olvidado de una época que, para la mayoría de ellas, ya no figura en sus recuerdos o bien la sitúan fuera de lo que son sus preocupaciones actuales. ¿Cuántos artistas de cine, teatro, cantantes, escritores, músicos han sido enviados por las izquierdas, esas que se autocalifican de “intelectuales”, al ostracismo más absoluto?, sin reconocer sus méritos ni aceptar que tuviesen otras ideas contrarias a las suyas. ¿Quiénes han recibido apoyos oficiales, contratos sustanciosos, parabienes y demás gabelas del Ministerio de Cultura? Los Bardem y todos aquellos que han sabido apoyar al gobierno de Sánchez y a todos los paniaguados que viven de él.
¿Quieren más odio? Pues vean el encabezamiento del artículo del periodista Joaquín Luna, en el periódico de los Godó, La Vanguardia, explayarse a gusto, berreando un “Franco jódete” “Adios, laureada”. Magnífica muestra de cerrilismo, cretinismo y cerrazón mental, la de este sujeto que seguramente vio colmada la ilusión de su vida al saber que podría publicar semejante insulto sin que nadie lo metiese en la cárcel. Pero lo que es odio, a raudales.
Y llegamos al momento cumbre. Sánchez, el todopoderoso jefe del rebaño de las izquierdas, tiene entre manos un problema para resolver. Lo está consiguiendo, pero todavía no tiene la seguridad de que su estrategia de liquidar al PP antes de que sea tarde sea efectiva. Con la ayuda del CIS, de su amigo Tezanos está intentando cambiar el sentido de las encuestas que, hasta hace poco estaban a favor del señor Feijoo. Necesita rematar la faena y ¿cómo hacerlo? Inyectando en la parroquia de votantes unas dosis masivas de odio hacia la derecha que, como todos sabemos, es la “causante” de que España vaya mal, de que su economía se hunda, de que el FMI y el BCE pronostiquen un otoño caliente, coincidiendo con lo que viene advirtiendo el gobernador del Banco de España y, a poco que nos descuidemos, de que el señor Putín se haya atrevido a invadir Ucrania.
Pero estamos a unos pocos meses de que en nuestra nación tengan lugar elecciones municipales y no sólo es a nuestro presidente socialista a quién le preocupan, hay otros sectores ambiciosos que sueñan con hacerse un hueco importante entre los que puedan sacar alguna tajada de semejante acontecimiento. Y aquí tenemos la batalla intensa pero sorda que se viene realizando entre el señor Pablo Iglesias, recientemente resucitado de su aletargamiento, advirtiendo a su correligionaria y, sin embargo, adversaria, de que con Podemos “no se juega” y que se le ha de tener “ un respeto”. Serias advertencias, pero que no parece que vayan a descabalgar a la ministra Yolanda Díez de ir por su cuenta en este tema de las municipales.
Como la ministra es la manda más en el ministerio de Trabajo, ha sabido urdir una de estas maldades de las que entran pocas en docena y que, a la vista del resultado, no podemos menos que pensar que doña Yolanda, si bien carece de vergüenza, decencia y consideración hacia los muertos y su descanso eterno, en cuanto a llamar la atención y contentar a muchos de estos eternos rencorosos y nostálgicos de la II República, seguramente ha conseguido un puñado de votos para su candidatura. ¡Gran hazaña, peligrosa maniobra, fúnebre victoria, la de desposeer de la medalla al mérito en el trabajo a una serie de cadáveres, de los que seguramente ya no quedan más que cenizas, pero con suficiente simbolismo como para herir a miles de españoles, que ven en estos hechos sacrílegos más que evidentes delitos de odio que, sin embargo, por ser quien es la que los comete y por la ineptitud y pasividad del señor Pedro Sánchez, ningún fiscal, juzgado ni órgano oficial va a denunciar semejante atropello.
Pero creo ciertamente que de donde se rezuma un odio más intenso, un rechazo más arraigado y un sentimiento de repudio hacía el resto de España y, puntualmente, respecto a la comunidad madrileña es en Cataluña donde en la mayor parte, no toda gracias a Dios, de la población oriunda y muchos inmigrantes que se consideran también como defensores de las esencias del catalanismo separatista, demuestran tener un verdadero sentimiento de odio que, en cuanto tienen ocasión, no dejan de poner en evidencia.
Todo ello nos lleva a preguntarnos ¿Cúal fue la finalidad de promulgar esta ley en contra, supuestamente, de las manifestaciones de odio? Si la pergeñó las izquierdas, debemos suponer que para tener aherrojada a la derecha, cuando intentase actuar contra determinados postulados de la izquierda, hablemos de los casos de homosexualidad o el aborto. Pero cuando se aprueba una ley genérica cuyos límites pueden resultar muy difíciles de acotar, puede que los jueces o los fiscales o quien fuera que precisara esgrimirla, no se limitaran al estrecho límite de defensa de las distintas variedades de homosexualidad masculina o femenina y se utilizara para casos tan obvios como los que hemos estado denunciando a través de este comentario.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no nos queda más que hacer una observación sobre el rapapolvo que, desde el BCE, la señora Lagarde le ha propinado al gobierno de España con motivo de su obcecación a ponerle un impuesto especial a la banca sobre los ingresos obtenidos y no sobre los presuntos beneficios. Añadámoslo al que Bruselas propinó a quienes tienen la obligación de controlar como se administran las ayudas que España recibe del fondo de Ayuda de la CE. Que nadie piense que ninguna de estas advertencias de Europa, van a torcer la egolatría manifiesta de nuestros gobernantes, convencidos de su infalibilidad. ¡Dios nos coja confesados!