“Las palabras que no van seguidas de los hechos no valen para nada”, (Demóstenes)
Miguel Massanet. Uno puede decir que, a fuerza de escuchar las mismas cosas, los mismos argumentos, las mismas simplezas y las mil veces repetidas muestras de buena voluntad, de deseos de paz y de ánimos para los que lo están pasando mal; hemos conseguido cubrir nuestros propios sentimientos con las duras escamas de la tortuga Carey, de modo que se han vuelto corazas impenetrables a cualquier posible tentación de prestarles la más mínimas credibilidad, de hacerles el más mínimo caso y, por supuesto, de tomárselas en serio. Siento tener que decirlo con esta crudeza, pero hay ceremonias en este país que podrían suprimirse sin que se notara en absoluto; lo mismo que hay juramentos, tomas de posesión, frases ampulosas y estúpidas retenciones mentales, que afloran por encima de la presunta habilidad dialéctica de quien las pronuncia, para quedar reducidas a meros intentos de simular una inteligencia de la que se carece. Pueden causarnos pena o hilaridad, según el humor que tengamos, pero, en ningún caso, encierran la menor posibilidad de convencer o dar esperanza, que pudieran justificar el haberlas pronunciado.
Todos ya sabemos que, el día de Nochebuena, SM el Rey se dirige al pueblo español para lanzar su mensaje de felicitación, del que siempre se espera que contenga algún punto interesante, que diga algo novedoso o que nos sorprenda con alguna alusión a su propio comportamiento o al de su familia. Reconozcamos que siempre salimos decepcionados y nos arrepentimos de haber encendido la TV para ver, una vez más, al monarca, cada vez más deteriorado físicamente y escuchar de su boca idénticos, parecidos o remozados argumentos, reflexiones o, incluso, frases que acaban de bajarnos la moral a los pies. Este año, por mucho que la prensa pelotera se haya esforzado en darle un significado especial al discurso del Rey, lo cierto es que ha pasado rozando, sin apenas tocarlos, los temas que, hoy en día, nos vienen preocupando a los españoles y, me atrevería a decir, nos tienen pendientes de un hilo a aquellos españoles que vivimos en tierras con gobiernos separatistas, como es el caso de Catalunya.
Verán ustedes, hablar de “política con mayúsculas” puede resultar impactante, pero nos quedamos sin saber en qué consiste hacer política en mayúsculas si, en toda nuestra vida, no hemos visto a nadie de los que nos han gobernado que haya sido capaz de llevar correctamente la política con “minúsculas”, que es la que, de verdad, entendemos los ciudadanos de a pie. Puede que, como dice SM, no todo se reduzca a la cuestión económica pero, de lo que no hay ninguna duda es de que, la cuestión económica, es la que ha venido, durante los últimos cinco años, siendo la causa de todos los males, problemas, cierres de empresas, obreros en paro y toda la retahíla de desgracias que se han venido sucediendo desde que, el PSOE del señor Rodríguez Zapatero y su gobierno, se ocuparon de gobernar al país. ¡Cómo puede pedirles, don Juan Carlos, a que aquellos que se ponen la zancadilla cada día, que hagan esta famosa política con mayúsculas!
Alguien ha recordado que, en la felicitación del pasado año, el Rey pronunció las siguientes palabras: “ todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar” ¡Ejem! No es que queramos pinchar en la herida pero, este año, ha sido para la familia real un año en el que “el comportamiento ejemplar” de algunos de sus miembros ha brillado por su ausencia; de tal manera que, a muchos de nosotros nos ha parecido que alguien debiera de haberse hecho responsable de “sus actos” y haber actuado en consecuencia. A decir verdad, en este país, no hay nadie que sea capaz de reconocer sus errores y dimitir de su cargo antes de que deban ser los jueces o la presión de la calle la que les obligue a hacerlo.
Lo cierto es que, con discursos o sin discursos, parece evidente que, a los españoles en general ( no a los banqueros, a los que se llevan el dinero fuera de España, a quienes los embates de la crisis no les afectan nunca y a muchos políticos que sacan tajada de los malos momentos por los que pasa la nación), nos espera un espeluznante año 2013 a tenor de lo que se nos viene advirtiendo; porque lo de estrecharse más el cinturón puede que sea una frase adecuada pero ocurre que los habrá que, de tanto estrechárselo acabarán por partirse por la mitad.¡Un poco de seriedad, señores! Pero SM el Rey no se refirió al problema catalán (será, como le ocurre a su hijo don Felipe, que piensa que no existe ningún problema catalán); ni al de la lengua castellana, amenazada de ser excluida de una serie de autonomías, ni a los proyectos de un Estado federal ni una palabra, respecto a esta Constitución de la que parece que muchos se han olvidado. Los silencios de SM, han resultado ser más elocuentes que sus palabras.
Y, mientras, en la comunidad catalana, con la pompa y boato de la toma de posesión de un Jefe de Estado, en una sala en la que se ocultó el retrato del Rey, como en un anticipo del funeral por la monarquía, con un trapo negro, me imagino que para evitarle contemplar aquel espectáculo deleznable en el que el señor Mas, fue investido como nuevo presidente de la Generalitat. Lo curioso fue la forma en la que prestó juramento. Afirmo respetar la Constitución española y la monarquía pero, en lo que de verdad puso todo su énfasis fue cuando dijo que siempre sería fiel al pueblo catalán. ¿ Cómo piensa el señor Mas se fiel a su pueblo y, a la vez a la Constitución?, ¿acaso de la misma forma en la que lo viene siendo desde que afirmó que su empeño es darle al pueblo catalán el derecho a decidir?, para luego proponer un referéndum en el que, pasándose por la entrepierna la Constitución y toda las leyes españolas, los catalanes decidan si separarse de España o no; del que piensa que sacará la fuerza moral para su proyecto secesionista.
Lo curioso es que, el señor Rajoy, sigue empeñado en ignorar lo que está ocurriendo, pensando que el tiempo va a curar la “enfermedad” que padecen los catalanes. Una representación del Gobierno, encarnada por el ministro Montoro, ha sufrido la humillación de tener que permanecer, mezclado con el resto de autoridades, en lugar de, como era lo indicado, presidir el acto. Estrechones cordiales de manos y felicitaciones mientras, como una suprema burla a España, se le colgaba al nuevo presidente la medalla de Maciá, aquel que proclamó la flamante República catalana.
¿Así es como vamos a asegurar la unidad de la nación o la posibilidad de usar el castellano para la educación de nuestros hijos o el poder rotular en castellano nuestros comercios? ¿Qué clase de tomadura de pelo se nos hace a los cientos de miles de españoles que residimos en Catalunya? Mucho nos tememos que tantos paños calientes, tanto tragar ofensas, tanto ceder y prometer diálogo, tanta parafernalia y claudicación, no van a conseguir más que envalentonar más a los que no cesan de repetir que no se debe poner obstáculos a una Catalunya independiente. Señores, cada día cuenta y cada tregua que se les da a los independentistas no hace otra cosa que acelerar el proceso que va a conducir al enfrentamiento con España. Así veo yo, señores, el resultado de la tibieza del gobierno de Madrid, temeroso de enfrentarse a la realidad.