Gregorio Ordoñez, cuando se rompió el espejismo
José Luis Orella. El asesinato de Gregorio Ordóñez fue el preámbulo de una ofensiva mayor llevada por el terrorismo contra cargos municipales. Aunque Alianza Popular ya había sufrido varios atentados mortales, y la UCD por su responsabilidad de gobierno, también había sufrido un desgaste sangriento en su militancia vasca. El fin cruento del joven dirigente guipuzcoano fue diferente. Gregorio Ordóñez, concejal de 36 años de San Sebastián, se había convertido en el símbolo de la renovación y el despegue del centroderecha en el País Vasco.
Su militancia en AP provenía de 1977, cuando el asesinato del padre de un amigo le sirvió de espoleta para intervenir en la política de su ciudad. La beligerancia contra la violencia fue uno de los puntos que pronto mas resaltaron de su personalidad. La tenacidad y una incansable capacidad de trabajo estaban labradas en el ejemplo de su familia, de origen humilde, que regentaban una lavandería. Desde 1987, su labor diaria de contacto con la ciudadanía de la calle le llevó a la obtención de tres concejales. En el ayuntamiento donostiarra le fue confiada la delegación municipal de turismo, siendo uno de los responsables de la recuperación turística de la buena imagen de la Bella Easo. Su disponibilidad para los demás, traducido en un contacto permanente con la ciudadanía de la calle y una estrecha relación con la prensa, provenía de un sentido del deber forjado en una catolicidad que le hacía ver su vida pública como un servicio a los demás. Esta capacidad de liderazgo le convirtió en un revulsivo dentro de AP, convirtiendo al pequeño partido en una fuerza local de importancia y a su líder en un protagonista de peso en la vida municipal donostiarra.
Su prestigio le hizo ser en 1990 parlamentario de la cámara vasca, miembro de la Junta directiva nacional del PP, presidente provincial del partido y teniente de alcalde de San Sebastián. Simpatizantes de la formación conservadora llegaron a decir que la existencia electoral del partido se debía al liderazgo local de Gregorio Ordóñez y su intensa entrega a la política local donostiarra. Su combatividad política contra el alcalde socialista y la lucha por descubrir corrupciones y los topos que ETA pudiera tener dentro de la institución municipal le llevó a convertirse en una persona con un gran apoyo popular, por encima de simpatías políticas.
Cuando el 19 de enero de 1995 fue proclamado candidato a la alcaldía de San Sebastián, la posibilidad de que el PP pudiera ganar una capital de provincia vasca era totalmente alcanzable, después de 18 años de intensa vida pública del joven político. Sin embargo, cuatro días después, ETA decidía evitar con su asesinato que una formación derechista a través del carisma de Ordóñez pudiera regir una ciudad vasca. Su asesinato causó espanto en la vida política vasca y la facilidad de realizarlo estuvo en el mantenimiento de una vida “normal”, pero intensa en relaciones sociales. Desde su muerte, los cargos municipales de los partidos constitucionalistas han tenido que vivir una vida marginada de la sociedad, protegidos por sus guardaespaldas, verdaderos custodios de sus vidas. La muerte de Gregorio fue el fin del espejismo, de la posibilidad de que alguien que estuviese libre del virus nacionalista pudiese ocupar un cargo municipal. Su desaparición también favoreció la desaparición de un hombre comprometido con su ciudad, y celoso de preservarla de la corrupción que actualmente campea en la gran cantidad de municipios de todo signo político.