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Diario YA


 

Otto Pérez Molina es el grito de un pueblo acorralado

Guatemala: Un General contra el caos

Luis Montero Trénor. Los viajeros que llegan hasta Guatemala entienden rápidamente por qué se conoce a este país como “el de la eterna primavera”. En su geografía hallamos selvas donde se alzan esplendorosas las más llamativas ruinas precolombinas, caminos alfombrados por flores exóticas que conducen hasta un Caribe cristalino, suelos donde toda fertilidad tiene su asiento y paisajes inabarcables en los que la exuberancia estalla en forma de belleza multicolor. Por desgracia, la situación social refleja exactamente lo contrario. La pobreza alcanza al cincuenta y uno por ciento de la población, el analfabetismo a más de la cuarta parte y el azote de la delincuencia ha convertido al país en uno de los más peligrosos del orbe. Tanto es así que su capital, Ciudad de Guatemala, pasa por ser la cuarta más violenta de todo el planeta.

En los últimos tiempos se han producido crímenes llamativos, mediáticos, que alertaron de la situación e hicieron que el mundo pusiera sus ojos en este lugar del centro de America. Entre todos ellos destaca el asesinato de Facundo Cabral, cantautor argentino que nos dejó aquello de “no soy de aquí ni soy de allá”, acribillado por los disparos procedentes de dos furgonetas cuando se dirigía en coche hacia el aeropuerto. El objetivo, parece ser, no era él sino un empresario que le acompañaba. Mucho tiempo después mataron a Valentín Leal, diputado de la nación, el día antes de que Otto Pérez Molina fuera envestido presidente del gobierno en una ceremonia a la que acudió el Príncipe de Asturias, por aquel entonces de gira en la región. Y no podemos olvidar uno de los casos que más repudio y escándalo ha causado entre la población: Guadalajara (México) albergó en octubre de 2011 la celebración de los juegos panamericanos y Guatemala, país por lo demás poco acostumbrado a ganar, consiguió un tremendo éxito con la obtención de quince medallas. Pues bien, los deportistas triunfantes –héroes a ojos de sus compatriotas- fueron rápidamente extorsionados por el crimen organizado, que les exigió el pago rápido y sin condiciones de una buena suma de Quetzales (moneda nacional) cuando aún no habían cobrado cantidad alguna. Para intentar evitar esta extorsión, y más teniendo en cuenta la procedencia humilde de los exitosos atletas, el Comité Olímpico de Guatemala ha decidido pagar “en especias”: se hará cargo directamente del coste de sus estudios, del alquiler de una casa o de la adquisición de un coche, pero no ingresará dinero en sus cuentas.

Pero detrás de esos casos, en el silencio y la rutina macabra que no encuentra reflejo en titulares de prensa, grupos dedicados al secuestro, el contrabando y el tráfico de personas o narcóticos campan a sus anchas gracias a la impunidad que les ofrecen sus vínculos con instituciones del estado y sectores poderosos de la sociedad. Sin esos lazos sería imposible. Hablamos de auténticas empresas del crimen, de profesionales que elaboran amplísimos análisis socioeconómicos –una especie de estudio de mercado- antes de decidir a qué persona es más rentable secuestrar, de organizaciones que, es asombroso, han talado ya mas del cuarenta por cien de los bosques caribeños guatemaltecos. El año pasado se perpetraron dieciocho homicidios diarios, cifra superior a la registrada durante la guerra civil que finalizara a mediados de los noventa, pero prácticamente ninguno de ellos fue resuelto y condenado por las autoridades. Hablamos, también, de de un país en el que las redes de violación y torturas contra mujeres son más numerosas que en cualquier otra nación de America, incluida la tristemente conocida Ciudad Juárez -en México- de la que Judith Torrea, escritora navarra residente en aquella localidad, nos hace una memorable y valiente radiografía con su libro “Juárez en la sombra”. En otras épocas menos oscuras España entera habría proclamado el heroísmo de Judith, pero hace tiempo que nuestro país decidió renunciar a sus valores más elevados para después pisotearlos y, finalmente, sustituirlos por la excelsa virtud de prohibir el tabaco en locales de alterne legales.

Y EN ESTO LLEGÓ UN GENERAL

En noviembre del pasado año se llevó a cabo la segunda vuelta de las elecciones generales guatemaltecas. A un lado, el general retirado Otto Pérez Molina encabezaba la lista del Partido Patriota y era claro favorito para llevarse el triunfo; al otro, un abogado cuyo nombre es Manuel Baldizón hacía lo imposible por desmentir las predicciones de las encuestas.

Baldizón siempre lleva gomina y gafas porque -dice- así parece un clon de Supermán, pero en realidad el parecido es mucho mayor con Rick Moranis, aquel actor que encogió a sus hijos en el cine de principios de los noventa después de participar en “Los Cazafantasmas”. Aparecía en todas sus entrevistas y actos públicos con una biblia en la mano, aseguraba que con él de presidente la Selección Nacional se clasificaría siempre para los Mundiales de fútbol y prometió aplicar la pena de muerte, incluso con carácter retroactivo. Es decir, determinados criminales ya condenados serían sacados de sus celdas para hacerles morir. Fue víctima de una conspiración verdaderamente rastrera cuando rumores insidiosos divulgaron que Estados Unidos le había retirado la visa por su vinculación (nunca demostrada y seguramente falsa) con el narcotráfico. Ante esto, Baldizón convocó una rueda de prensa para defenderse de las anónimas, cibernéticas y masivas acusaciones y, de paso, contraatacar exigiendo a Otto Pérez que hiciera pública una lista en la que figuraran aquellos que le financiaban, tal y como él sí había hecho. ¿Le estaba devolviendo al general la acusación de contactos con el crimen organizado?

Otto Pérez Molina intervino en los acuerdos de paz firmados en 1996 para poner fin a una larguísima guerra. Si algunos le llaman “El Pacificador de Guatemala”, otros piensan que se trata de un genocida que intervino decisivamente en las torturas y supuesto exterminio de la población maya en el Departamento de Quiché –punto de partida de la guerrilla izquierdista en aquel conflicto- cuando corría el año 1992. Unos y otros sostienen como ciertas versiones tan opuestas que la verdad, como tantas otras veces, está enterrada demasiado hondo y es tarea casi imposible alcanzarla. Valga como dato que en el lugar de los posibles hechos, Quiché, Baldizón se alzó con la victoria pero Pérez Molina obtuvo un nada desdeñable cuarenta y cinco por ciento de los sufragios.

Otto promete mano dura y sin contemplaciones para acabar con el crimen, aunque trató de convencer a la parte más reacia del electorado moderando su discurso. Si hace cuatro años perdió con un eslogan tan contundente como “Mano dura”, esta vez ha logrado su propósito completando aquella máxima electoral de esta forma: “Mano dura, cabeza y corazón”. De momento, sus primeras medidas se corresponden con los compromisos electorales adquiridos: entendiendo la lucha contra el narcotráfico como lo que es, una gran guerra de la que depende la vida o muerte de Guatemala, y siendo conocedor de la insuficiente capacitación policial ante tan dura batalla, ha decidido emplear el poder de las fuerzas armadas con el fin de expulsar a los narcotraficantes de su país, obligándoles a buscar otras rutas en su camino hacia los Estados Unidos.

En Guatemala el crimen esta institucionalizado y ya es evidente que nada puede arreglarse –todo lo contrario- con los políticos de siempre, auténticos cómplices o promotores de la situación. Por eso, Otto Pérez Molina es el grito de un pueblo acorralado que ya no cree en el sistema. Un voto lleno de desesperación, un presidente para la esperanza.