Miguel Massanet Bosch. Decía el gran patricio romano Lucio Anneo Séneca, filósofo, político, escritor y orador cordobés (4 a.C.- 65 d.C.), en tiempos del emperador Nerón; en su De Clementía, que: “El galardón de las buenas obras es haberlas hecho. No hay, fuera de ellas, otro premio digno”. Y es que hoy, señores, no creo que haya una noticia más digna de ser comentada, más alentadora y ejemplificante que una que acabo de leer en las páginas de un periódico, no en primera página por supuesto; protagonizada, precisamente, por una granadina que, a mi modesto criterio, deja en mantillas, en cuanto a interés y valor humano, el rescate bancario previsto por el Gobierno, la modificación de la Ley de Arrendamientos Urbanos y las andanzas de toda esta pandilla de la UE, que parece que nunca están saciados de chuparnos las entrañas, dispuestos a acabar, de una vez, con lo poco que nos dejaron las huestes del señor Fernández Ordóñez y Zapatero.
El hecho a tenido lugar en Granada, la ciudad de la Alambra, el Generalife y el Albaicín; antigua capital de los reyes moros de las etnias ziris, bereberes y nazaris ubicada en la vega del Darro y Genil, y protegida al sudeste por el macizo de Sierra Nevada.. La anécdota ha corrido a cargo de una humilde limpiadora de la Estación de Autobuses de Granada., Palmira Díaz, de 52 años, viuda y con dos hijas (una de ellas en paro). Ocurrió que, mientras estaba limpiando uno de los autobuses, Palmira, al poner derecho uno de los asientos, vio que alguien se había dejado un bolso abandonado y, cuando lo abrió se encontró con la sorpresa de que contenía una gran cantidad de dinero. Estupefacta y sin creerse lo que estaba viendo, abrió y cerró el bolso varias veces hasta que quedó convencida de que no era un sueño, sino que se encontraba ante una fortuna que parecía que la Providencia había puesto a su alcance.
Asustada y no atreviéndose a moverse del lugar con aquella fortuna, llamó a la encargada y, posteriormente, ambas requirieron la presencia del vigilante de seguridad, que las acompañó a la dependencia que la Policía Nacional tiene en dicha estación. Cuando se llevó a cabo, en presencia de todos, el recuento del hallazgo resultó que el contenido del bolso ascendía a 13.900 euros y 2.900 yuanes (moneda china). En el mismo bolso pudieron hallar documentos identificativos y tarjetas de crédito. Es evidente que, para aquella buena mujer, la cantidad hallada representaba una verdadera fortuna, sin embargo, no le pasó por la mente, ni por un instante, la tentación de apropiarse de lo que no le pertenecía, a pesar de que le hubiera resultado fácil hacerlo con la más completa impunidad. Cuando le preguntaron que le había pasado por la cabeza cuando se encontró con aquel tesoro, equivalente a más de un año del sueldo que recibe, ella respondió sin dudar “Mi puesto y mi conciencia valen más que ese dinero”.
¿Cuántas personas, me pregunto, incluso en una situación económica más boyante, con una mejor preparación y acaso con una educación religiosa más profunda, hubieran tenido este gesto de honradez y hubieran renunciado a quedarse con aquel sustancioso hallazgo? Seguramente serán muchos que me responderán que, si se hubieran encontrado en aquel trance, también hubieran reaccionado como Palmira. Pero, señores, uno que ya tiene más conchas que un galápago, ha visto situaciones en las que se ha hecho cruces de lo que las personas son capaces de hacer por dinero y se precia de conocer la naturaleza humana; les puede decir que, el caso de la buena de Palmira, es como encontrarse con un mirlo blanco.
En cualquier caso, debo reconocer que, ante episodios como este, ante muestras de una honradez semejante y ante la sencillez con la que esta mujer actuó, sin considerar que lo que estaba haciendo se salía de lo normal y sin que este suceso le hiciera perder el tino porque, por raro que les pudiera parecer, regresó a su puesto de trabajo en el autobús para continuar limpiando, porque ella sabía que el trabajo debía terminarse antes de la hora en que aquel vehículo debía entrar en servicio.
Resultó ser que, el propietario de aquel bolso, era un ciudadano chino que debía cerrar un trato respecto a un negocio, en Granada. El pobre hombre, cuando le fue notificado el hallazgo, se personó de inmediato en la comisaría para recuperar lo que era suyo. No pudo ver a Palmira, debido a que no estaba allí. Debemos suponer, porque la mujer tiene derecho a ello y para recompensar, de alguna manera, (si es que, como dice Séneca, existe alguna forma con la que su pueda corresponder a un gesto tan hermoso e insólito); el propietario debería tener una muestra de agradecimiento y, aparte de personarse para darle las gracias directamente, entregarle el 10% de la cantidad devuelta que es el importe que, en calidad de recompensa, tiene derecho a recibir de aquella persona a la que se le devolvió la cantidad extraviada.
Yo no sé lo que pensarán ustedes, ni tampoco el juicio que les merecerá la acción de esta buena mujer a quien, seguramente, la cantidad que encontró en el interior de aquel bolso, le hubiera ayudado a solucionar una serie de problemas que, con toda probabilidad, la tienen preocupada, como la desgraciada circunstancia de que su hija esté sin trabajo. Por mi parte puedo decirles que, como me sucedió con el hijo de la infanta Elena, el pequeño Froilán; cuando, a pesar de tener una importante herida en el pie, repetía una y otra vez que su padre no tenía culpa alguna en aquel accidente; a pesar de no ser monárquico, he sentido la convicción de que, ambos gestos, son los que verdaderamente enaltecen a las personas, les libran de este estigma de egoísmo y despreocupación por los demás y las igualan en un lugar especial, por encima del resto de los humanos, al que es muy difícil acceder a causa del lastre de prejuicios, respeto humano y egoísmo personal, que nos tienen retenidos al nivel en el que, el diablo, se mueve a sus anchas; impidiéndonos alcanzar este estado altruista y generoso que nos debiera diferenciar de los irracionales aunque, en realidad, ellos nos podrían dar lecciones si se lo permitiéramos.
Por ello, señores, hoy he preferido referirme a este sencillo, pero magnífico, hecho de esta ciudadana que, con toda naturalidad y sencillez, ha llevado a cabo un acto de una grandeza que nunca van a poder alcanzar todos estos grandes magnates que nos han llevado, con sus erróneas decisiones, a la situación extremadamente peligrosa por la que estamos pasando. Convendría que los que nos gobiernan, estos que tienen el poder y el dinero, que se bajaran de su Olimpo y se dignaran tomar ejemplo de estas personas sencillas que, de forma anónima y sin esperar recompensa alguna, cumplen con su deber sin otro objetivo que lograr sobrevivir y conservar su puesto de trabajo que, como ha dicho Palmira, hoy en día no tiene precio. Es posible que me sienta arrastrado por un subidón de optimismo, o que, por primera vez en mucho tiempo, haya leído una buena noticia en estos periódicos que sólo hacen que darnos malos augurios; pero puedo afirmarles que me siento reconfortado al menos con una parte de la humanidad, aquella que, normalmente, no aparece en los medios de comunicación pero que es capaz de mantener y practicar aquellos valores que tanto echamos de menos en este mundo de materialismo y relativismo en el que estamos condenados a vivir. O así lo pienso yo.