Henry Kissinger y Ucrania: “But do we know where we are going?"
Michele Marsonet. Hacía falta un grande como Henry Kissinger para leer por fin algo razonable sobre la cuestión de Ucrania. Dejando a un lado los inútiles tonos triunfalistas del ex secretario de Estado de EE.UU, vuelve a demostrar una vez más que es un maestro de la realpolitik, palabra cuyo significado parece permanecer ignoto tanto en la actual administración americana como en una Unión Europea cada vez más ridícula con sus infundadas ansias de protagonismo.
“But do we know where we are going?”. “¿Pero sabemos hacia dónde vamos?”, se pregunta Kissinger en un magnífico artículo (“How the Ukraine crisis ends”) recientemente publicado en el “Washington Post”. Evidentemente no, de lo contrario Occidente –o su pálido simulacro actual– se habría comportado de manera más equilibrada y razonable frente a una crisis muy arriesgada y de contornos digamos un poco indefinidos.
¿Queremos realmente insistir en la tesis de que nos encontramos ante un ejemplo paradigmático de la batalla entre libertad y tiranía? Pues bien, dejémoslo claro si eso ayuda a sentirse “politically correct”. Kissinger, sin embargo, tiene la mirada profunda y el realismo sólido del estudioso que ha llegado –caso del todo extraño– a trasportar a la realidad política e histórica concreta las teorías aprendidas en los libros, y lo políticamente correcto no lo tiene en cuenta en absoluto.
Señala ante todo que es un error plantear en términos de ultimátum la pregunta sobre si Ucrania debe estar con Occidente o con Rusia. Considerando su historia, este gran Estado eslavo, para sobrevivir, debería en cambio ser un puente entre las dos orillas que hoy están un poco menos alejadas en comparación con los tiempos de la Guerra Fría. Y que tienen –o deberían tener– además intereses comunes: por ejemplo, la lucha contra el radicalismo islámico. Recordemos, a propósito de esto último, que los rusos no son los únicos que lo tienen en casa. También lo tenemos los europeos y los americanos.
Según Kissinger, Rusia debe entender que los tiempos han cambiado: ya no es posible reducir a Ucrania a la condición de Estado satélite. Por su parte, también los americanos y europeos deben comprender ciertos hechos fundamentales. Empezando por lo siguiente. Los rusos nunca podrán considerar a Ucrania de la misma manera que a cualquier otro país extranjero por un motivo muy sencillo: “Russian history began in what was called Kievan-Rus. The Russian religion spread from there”. Dicho en otros términos, Kiev es una suerte de cuna de la civilización rusa, y algunas de las batallas más importantes de su historia se libraron precisamente en suelo ucraniano. Incluso muchos famosos disidentes de la era soviética, como Solzhenitsyn o Brodsky, consideraban a Ucrania parte integrante de la historia rusa.
Pero eso no es todo. Estamos hablando de un país políglota donde la componente rusófona está presente de un modo tan masivo que no se puede ignorar su existencia, resultando claramente mayoritaria en la parte oriental y –curiosamente– en Crimea. La península ha sido siempre rusa, y en tiempos de la URSS fue “regalada” a Ucrania por el secretario del PCUS Nikita Kruscev (también él ucraniano), al parecer después de una solemne resaca.
“Una política americana sabia en relación a Ucrania –prosigue Kissinger– buscaría a toda costa el modo de hacer cooperar entre sí a las dos partes en conflicto, sin tratar de que una prevalezca sobre la otra”. Y sigue: “Para Occidente, la demonización de Putin no es una política; representa más bien una coartada para justificar su ausencia”. Estas palabras harán torcer la nariz a muchos lectores, pero confirman la gran agudeza política del ex secretario de Estado.
De la UE, mejor no hablar. No se puede entender “cuál” Europa es la que los ucranianos antirrusos tienen en mente. La realidad es que el sueño europeo ha sido en gran medida traicionado, y la Unión que hoy tenemos es muy distinta de la que tenían en mente los padres fundadores. Es una mole burocrática que se preocupa casi exclusivamente de sutilezas. No hay un espacio de política exterior común. No suscita entusiasmo entre los ciudadanos de los países miembros, y no se comprender por qué debería suscitarlo fuera de sus fronteras.
¿Qué más se puede decir? ¿Tal vez que una UE que ya está en crisis profunda no puede hacerse cargo de otro país en ruinas? Estoy seguro de que a muchos mis consideraciones no les gustarán, pero me consuela pensar que un hombre del calibre de Henry Kissinger ve el peligro mucho mejor que Obama y que su inefable secretario de Estado John Kerry.
Michele Marsonet | A & D