Herta Müller:La voz de una comunidad a punto de desaparecer
José Luis Orella. El reciente Premio Nobel de Literatura a la escritora alemana Herta Müller, vuelve a descubrirnos a una colectividad desconocida por nuestros lectores, los volkdeutschen o alemanes étnicos. Estos alemanes viven una triste agonía, aunque Alemania, por el derecho de sangre, se gaste ingentes cantidades de dinero en mantener su identidad, y cuando no es posible, en repatriarlos a una Patria que les resulta extraña. Los alemanes étnicos ya fueron protagonistas de su tragedia en El Danubio, la magistral obra de Claudio Magris, donde nos evocó con nostalgia el mundo que se desarrolló en torno a un río que una vez fue la frontera de la Civilización. Pero la escritora Müller forma parte de esa tragedia y la inmortaliza en unas obras que fueron perseguidas por la seguridad comunista rumana.
Los alemanes étnicos fueron testigos de la desconocida historia de la Europa central, algunos de ellos, como los sajones de Transilvania, llegaron en el siglo XIII; otros, como los suabos del Danubio se establecieron a finales del siglo XVIII. La numerosa demografía de una Alemania no unificada, proporcionó simiente nutriente al continente americano y al lejano oriente ruso. En Rusia y en el Imperio de los Habsburgo, las comunidades alemanas mantuvieron su identidad cultural y lingüística. A la caída del imperio austro-húngaro, después de la Primera Guerra Mundial, aquellas colectividades que habían proporcionado el personal administrativo del imperio, se encontraron bajo la autoridad de nuevas naciones. Aquellos nuevos países, desarrollaron un dinámico nacionalismo que chocó con el desarrollado por las viejas elites dominantes. Aquellas comunidades, antaño orgullosas de su origen, se veían postradas ante los nuevos amos eslavos. La Segunda Guerra Mundial les traerá un protagonismo que les será fatal. Su carácter étnico les permitirá servir en las filas nacionalsocialistas, convirtiéndose en los centinelas del nuevo orden. Pero el crepúsculo del Reich milenario los convertirá en refugiados y en víctimas propiciatorias de los nuevos vencedores. En la actualidad, la mayoría de aquellas comunidades se han extinguido como en las antiguas Yugoslavia o Checoslovaquia, o están a punto de hacerlo, como son el caso de Hungría y Rumanía. Sin embargo, sus descendientes, bien situados en la rica Alemania que les recogió en la postguerra, siguen soñando con los amaneceres rurales que vieron sus abuelos, unos amaneceres que el dinero alemán no puede proporcionar.