Ricardo Ruiz de la Serna. 22 de Octubre.
Carrera de san Jerónimo, 12:00 del martes 21 de octubre de 2008. El hemiciclo parecía una clase cuyo tutor fuera Bono. Anuncia que la votación no será antes de las 10:30 del día 23. La verdad es que el orden del día no parecía muy prometedor: Debate de totalidad del proyecto de Ley de los Presupuestos Generales del Estado. Comenzó la sesión y del discurso de Solbes no nos salvaba nadie. Pensé que ojalá tuviese un día bueno porque de sus días malos no se conocen supervivientes. Arrancó con aire de disculpa, como si se batiera en retirada: dijo comparecer para presentar unos presupuestos apropiados y útiles para contribuir a superar las dificultades que afronta la economía española (que son como las que afrontaba Cortés en la noche Triste, pensó el cronista, que es muy mal pensado). Debía de ir el orador por la segunda o tercera página de su discurso cuando frente a mí, en la tribuna del público, un señor empezó a cabecear. Ahí comenzaron las primeras bajas. Los Presupuestos son coherentes y apropiados, decía el Ministro sin mirar al público. Allí le teníamos explicando –como un monje en el refectorio- el prodigio de cómo el contribuyente salvará a algunas entidades financieras .Los bancos y cajas españoles no son inmunes a las tensiones financiaras internacionales. Más adelante, pasó de ser monje a ser profeta del advenimiento de más financiación por parte de las entidades de crédito: estoy seguro de que transferirán esos recursos a las familias y empresas ya que esa es la razón de ser de su propia actividad. El Ministro hablaba serio porque el tiempo no está para bromas y porque le sale natural. Este hombre, a veces, parece experto en dar pésames. Sin embargo, trató en vano de ser optimista: Cerraremos 2008 con un crecimiento cercano a nuestra previsión del 1,6 %. Habló poco de familia, poco de los autónomos, poco de la precariedad laboral y poco de los ochocientos mil desempleados que no cobran ningún subsidio. Terminó augurando la pronta superación de la actual coyuntura. Aplausos sostenidos. Así terminó la sesión de la mañana. No me dio tiempo de leer el parte de bajas.
A las 16:00 se reanudó la sesión. Cuando todos esperábamos escuchar la primera pregunta del examen, subió Rajoy y con él llegó el espectáculo. El líder de la oposición sacó al parlamentario que lleva dentro y en la media hora que duró su discurso hubo espacio para la indignación, la risa y hasta la ironía. Fue con el trabuco cargado de retranca y, cuando se le acabó, se lió a mamporros con los Presupuestos. Las críticas salían como salvas de fusilería. La primera fue en la frente, ¿el Gobierno no se va a oponer a los presupuestos en la Ayuntamientos que gobierna ANV? De ahí en adelante, Rajoy se lanzó como una carga de húsares contra los bancos del gobierno. Atravesamos una crisis muy grave, que es de confianza. Ésta se recupera diciendo la verdad y aunando voluntades. Si el número de parados sigue creciendo, la responsabilidad será del gobierno. Aquí estalló la primera salva de aplausos. Después desenfundó la sorna gallega: escuche, escuche, señor Presidente, insistía interpelando al Presidente, esto es muy importante. Y cada broma, cada puya y cada golpe iba con bala: Y lo peor, el empleo. Acusó al Gobierno de haberse equivocado en quinientos cincuenta mil parados; les reprochó que acabaran de descubrir la crisis después de no querer reconocerla y tuvo una reticencia genial al hablar de un mal de muchos que les libera de responsabilidades. La hemeroteca es un arma devastadora y Rajoy la utilizó bien. Recordó cuando el Presidente le acusó de ser antipatriótico antes de entrar a degüello. Como el Presidente sonreía ante los reproches por la desconfianza que suscita el Gobierno (bueno, la verdad es que sonríe casi siempre), Rajoy le lanzó dos preguntas arrojadizas: Se ríe. Tome nota, señor presidente, ¿se ríe usted de esto? ¿Le parece gracioso? Y, mientras tanto, aplausos, aplausos, aplausos. Perdí la cuenta de cuántas veces lo interrumpieron; debieron de ser cuatro o cinco. Habló en pro de la familia, de los autónomos y de las pequeñas y medianas empresas. Anunció tres millones y medio de parados para el año que viene y afirmó que el Gobierno levanta acta del desastre pero renuncia al tratamiento. Al final Rajoy defendió el gasto social y declaró que no se resignaba ante la pasividad. Fue un buen discurso. Así, agoté el espacio de esta crónica.