Historia de la Gran Via
Redacción
Desde hacía tiempo el proyecto de la Gran Vía inspiraba en los madrileños ilusión y desconfianza a partes iguales, como en 1886 nos cuenta la zarzuela de Federico Chueca que lleva por título el nombre de la calle. Al fin y al cabo esta operación de cirugía urbana podría haber salido mal. Sin embargo el resultado fue excelente. Por fin el 4 de abril de 1910 Alfonso XIII golpeó con una piqueta la casa del cura, el primer edificio que desapareció para dejar paso a la nueva avenida.
La Gran Vía ha sido y es el escenario de los estrenos de cine, de las fiestas elegantes, de la gente chic y la cara más cosmopolita de la ciudad, por donde se han paseado las estrellas de Hollywood y los toreros: Ava Gardner, Manolete y Orson Welles. El escritor americano Ernest Hemingway dijo que era una mezcla ente Broadway y la Quinta Avenida. Otros han preferido compararla a los bulevares de Haussmann en París. Pero la Gran Vía es única e inconfundible, y su historia narra el encuentro de la sociedad española con la vida moderna: los primeros almacenes comerciales, el primer edificio con aire acondicionado, la primera línea de metro, las primeras cafeterías americanas o los primeros establecimientos de comida rápida.
El proyecto
En el mes de agosto de 1898, el alcalde de Madrid, Álvaro de Figueroa y Torres, conde de Romanones, ordenó a los arquitectos municipales Francisco Andrés Octavio y José López de Salaberry que realizaran el estudio para la formalización material de la nueva Gran Vía. Octavio y López de Salaberry redactaron el proyecto a lo largo de los dos meses siguientes. Culminaron su trabajo un 26 de octubre de 1898. La nueva Gran Vía se estructuraría por tres calles de distinta dirección y anchura, denominadas respectivamente Avenida A, comprendida entre las plazas de San Marcial y del Callao; el Bulevar, comprendido entre la plaza del Callao y la Red de San Luis; y la Avenida B, comprendida entre la Red de San Luis y la calle de Alcalá. Su longitud total alcanzaría los 1.316 metros y a lo largo de su desarrollo alternaría los anchos de 25 metros para las avenidas A y B y los 35 para el Bulevar. El proyecto debió esperar aún doce largos años hasta que un 4 de abril de 1910 el rey Alfonso XIII golpeara la pared de la casa del Cura de San José con una piqueta de plata. Con este acto protocolario comenzaban las obras de la Gran Vía.
Los números que acompañaban al primer contrato de construcción hablan de una obra colosal para el Madrid de los inicios del siglo XX: la obra afectaría a un total de 141.510 metros cuadrados, que abarcaban los 101.409 metros cuadrados destinados a parcelas edificables y otros 40.101 metros cuadrados destinados a vía pública. En esa obra se demolieron trescientas doce casas para formar trescientos cincuenta y ocho lotes de terreno, agrupados en treinta y dos manzanas de nuevo trazado. Esa magnitud forzó al Ayuntamiento a abordar las obras de construcción de forma paulatina, tramo a tramo: el primero, que afectó a la Avenida B, se desarrolló entre el 4 de abril de 1910 y mayo de 1917, demorándose en algunos casos hasta el 18 de julio de 1924; el segundo, circunscrito al Bulevar, desarrollado entre septiembre de 1917 y principios de 1921, con retrasos en algunos puntos hasta el 20 de agosto de 1927, y el tercero, dedicado a la Avenida A, iniciado en 16 de febrero de 1925. Las asépticas denominaciones del proyecto original se bautizaron respectivamente como avenida del conde de Peñalver, calle de Pí y Margall y, por último, avenida de Eduardo Dato.
Años 20
Los Años Veinte llevan, en lo político, el signo de la dictadura militar del general Miguel Primo de Rivera, comprendida entre 1923 y 1930, y la guerra de África, retomada con ímpetu tras el desastre de Annual de 1921. La otra cara de la moneda la ofrece el “savoir vivre” de los denominados “Felices Veinte”, extendidos por todo occidente. Madrid no iba a ser una excepción a esa regla.
En esa línea, la Gran Vía cumplirá un importante papel al afianzarse como lugar habitual de ocio para los madrileños de la época, y ello pese a encontrarse aún en marcha los trabajos para su construcción. Sus dos primeros tramos, los de la avenida del Conde de Peñalver y la calle de Pí y Margall, fueron testigos del arraigo del modo de vida americano, plasmado en la aparición de buen número de establecimientos dedicados al comercio en los que la publicidad poseía un importantísimo papel, como los almacenes Madrid-París (calle de Pí y Margall, nº. 10), acompañados del surgimiento de todo un notable elenco de establecimientos dedicados al ocio.
El amplio panorama de locales comenzaba con las Salas de Cinematógrafo, como el Palacio de la Música, Callao y el Avenida, y seguía con una nutrida variedad de salas de Espectáculos, bares de corte americano, sedes de revistas ilustradas, como Prensa Gráfica y La Esfera (calle de Pí y Margall, nº. 9), y, por último, empresas de radio, como Unión Radio, situada en el edificio Madrid-París (calle de Pí y Margall, nº. 10). Esta variada gama supondría la conversión paulatina de la recién nacida Gran Vía como referente incuestionable de espectáculos para toda la ciudad de Madrid.
Años 30
Los años que median entre 1931 y 1936 suponen desde el punto de vista político un periodo de intensidad excepcional para la Historia de España, dominados sobre todo por la frustrada experiencia de la Segunda República Española, proclamada un 14 de abril de 1931.
En lo material, esos breves años constituyen para la Gran Vía la conformación definitiva de su trazado, pues aunque el tercer tramo o avenida de Eduardo Dato había comenzado a gestarse en 1926, su materialización se acomete en este periodo, con la peculiaridad de existir algunos solares que no se ocuparían hasta después de 1940.
Son los años de edificación de los grandes edificios que perfilan su tono urbano, como las moles de la Telefónica o el Carrión. Además, todo ese tiempo será clave para el asentamiento y raigambre de las distintas tiendas, locales comerciales y de ocio, como el emblemático Chicote, y las distintas salas dedicadas al cine, además de la consolidación del comercio mayorista. Después de la fallida experiencia de los Almacenes Madrid-París, el mejor ejemplo es el conocido SEPU, acrónimo de la Sociedad Española de Precios Únicos, empresa dedicada a la venta minorista de un reducido surtido de artículos, de fácil manejo y a bajo precio.
El convulso periodo es testigo, por último, de la acentuación de los rasgos típicos de cada uno de los tramos en que se divide la Gran Vía, la calle del Conde de Peñalver, identificado con las tiendas de lujo; el bulevar o tramo de Pi y Margall, identificado con las recién surgidas Salas de Cinematógrafo y comercio mayorista; y el último de Eduardo Dato, aún por terminar y que tomaría su personalidad final en el siguiente decenio.
Guerra Civil y Posguerra
El esplendor de la Belle Époque en la Gran Vía quedó truncado por la Guerra Civil, tres años en los que la arteria se convirtió en el reflejo de la difícil vida de los madrileños. Si en los primeros meses no se vieron alterados los paseos por sus aceras o el café en sus terrazas, a partir del invierno de 1937 los violentos bombardeos hicieron que se la empezara a conocer castizamente como La Avenida de los Obuses.
A lo largo de los tres difíciles años que duró el enfrentamiento bélico, la Gran Vía recibió varios nombres oficiales, según sus tramos: Avenida de la CNT, Avenida de Rusia o Avenida de la Unión Soviética fueron algunos de ellos.
El edificio de la Telefónica se convirtió en puesto de observación del General Miaja, atento a los movimientos del cercano frente de Argüelles, y muchos establecimientos protegieron sus fechadas con sacos ante los constantes ataques de la aviación franquista.Al final de la contienda, la Gran Vía, que pasó a llamarse Avenida de José Antonio desde abril de 1939, recuperó su fisonomía y poco a poco su esplendor. De nuevo abrieron cines, teatros, y terrazas, aunque con las limitaciones que imponían las cartillas de racionamiento. Se rehabilitaron los edificios dañados y los comercios recuperaron el pulso cotidiano sin olvidar el terrible episodio: la fachada de Samaral aún conserva como testimonio un agujero hecho por la metralla.
Chicote se convirtió en el símbolo de esta resurrección, a pesar de adquirir fama por ser el lugar donde conseguir las primeras dosis de penicilina de estraperlo que llegaron a España. En su barra se volvieron a reunir los artistas que no partieron al exilio y la flor y nata de la nueva sociedad de la capital.
Años 50 y 60
Durante las décadas de 1950 y 1960, la Gran Vía volvió a vivir un periodo de gran esplendor, una época dorada en la que la arteria madrileña se convirtió en el reflejo de un Madrid cosmopolita y abierto al mundo tras las penurias de la Posguerra. A esta imagen contribuyeron las visitas de los artistas más destacados de Hollywood, que atraídos por el comercio de lujo y los establecimientos de ocio de la Gran Vía dejaron huella en locales como Loewe, la boutique del maestro Balenciaga, grandes joyerías como Grassy o Sanz o el archiconocido Chicote, donde se servían los cócteles más exclusivos de Madrid.
Pero la Gran Vía era, ante todo, un lugar lleno de vida, que comenzaba a soportar el tráfico de los primeros coches utilitarios como el popular Seat 600. De día los madrileños encontraban en sus locales moda para todos los bolsillos, acudían a las numerosas academias de secretariado o corte y confección que se abrieron por aquellos años o acudían a merendar a algunas de las cafeterías de más prestigio de la capital, como California. De noche, el bullicio de las salas de cine, donde se proyectaban los estrenos más esperados se mezclaba con el glamour de los locales nocturnos más chic de la ciudad.
Gran Vía contemporánea
La Gran Vía es el lugar donde tradición y vanguardia se entrelazan, reflejo de una gran ciudad que sigue sorprendiendo a todos aquellos que la visitan.
Convertida en el pulmón por donde respira el centro de la capital, la Gran Vía sigue teniendo el aire cosmopolita que la hizo célebre desde su nacimiento. Espejo de la capital, en ella se percibe el rápido pulso de un Madrid intercultural y en constante crecimiento que celebra ahora por todo lo alto los cien años de su arteria más popular.
Los establecimientos clásicos comparten acera con restaurantes de comida rápida, los limpiabotas siguen aguardando a sus clientes a las puertas de las antiguas salas de cine transformadas en enormes locales de las multinacionales de la moda. En los teatros ahora se estrenan los títulos más destacados del género musical.
En la Gran Vía, Doña Manolita sigue repartiendo la suerte cada Navidad y sus edificios mantienen el aire señorial e imponente que les hizo modelos arquitectónicos de toda una época, siempre llenos de vida y vibrante actividad.