"Historias de la Alcarama", de Abel Hernández
Rafael Nieto. 22 de noviembre.
Abel Hernández (Sarnago, Soria, 1937) es una de las firmas más reconocidas de la prensa española, y desde hace algunas semanas nos honra con su presencia entre los columnistas de Diario YA, él que tantos años estuvo en el viejo YA en papel. Ahora nos deleita con su faceta de escritor, con un relato emocionado pero realista de su infancia y juventud en la Alcarama, comarca ubicada entre las provincias de Soria y La Rioja. El libro, titulado precisamente “Historias de la Alcarama”, está editado por Gadir y puede encontrarse ya en muchas librerías.
Casi todo el mundo conoce al Abel Hernández cronista político, al hombre interesado por la noticia, por la actualidad, al periodista en definitiva...¿cómo se le ocurre este libro, qué le empuja a hacerlo?
Me empujó la familia -mi mujer y los hijos- que me oían contar historias en las sobremesas, de otro lugar y otro tiempo, o sea de otra dimensión, y me animaron a escribirlas en un libro. Pero además hacía mucho tiempo que sentía la necesidad de recuperar la memoria de mi infancia. De pronto recuperé también la emoción de la creación literaria, que era mi vocación oculta soterrada bajo el periodismo. Como periodista yo perseguía los acontecimientos, y ahora eran los acontecimientos, las personas, las historias, el paisaje los que salían a mi encuentro y tiraban de mí. Esa es la diferencia. Y no pude resistirme. En el periodismo hay que sofocar los sentimientos propios; aquí no, en "Historias de la Alcarama" escribo con el corazón.
Es un libro que sorprende por varias cosas..., una de ellas es que, a pesar de tener un punto de nostalgia y de ternura, es tremendamente "realista" en el relato de ciertas vivencias, que Vd. no ha querido edulcorar; es decir, era una España dura y el autor ha querido que el lector se dé cuenta, ¿no es así?
Sí, he tratado de ser honesto. No oculto la miseria y las dificultades de aquella vida rural. No disimulo que nací en un pueblo, Sarnago, ahora abandonado, en las montañas de Soria, sin luz eléctrica, ni carretera, ni agua corriente; donde no existía la rueda ni tenían nombre las calles; pero donde regía la fraternidad y pasé una infancia feliz. He puesto el mayor empeño en que sea un relato veraz y creíble.
Hablando del hombre, algo que está muy bien expuesto es el tratamiento de la muerte, que entonces se vivía como algo tan natural como la propia vida. Hoy existe un miedo cerval no sólo a la muerte en sí, sino incluso a la idea de la muerte, ¿cree que ese aspecto condiciona la vida en sociedad?, ¿es el mundo de hoy más ñoño, más antinatural, más ficticio?
El que no está preparado para morir tampoco está preparado para vivir. En el pueblo se aceptaba la muerte con estoicismo como algo natural, que abría la puerta al más allá. Nunca olvidaré el recogimiento de los vecinos cuando se llevaba el viático al enfermo terminal, el acompañamiento de todos los vecinos al difunto en silencio al camposanto y la solidaridad de todos con la familia del muerto, recogiendo la cosecha o realizando la siembra que había quedado a medias. Cito el ejemplo del tío Luis, el aceitero de Fuentes, que con más de noventa años, sentía morirse "cuando hay tantos adelantos". En realidad, una única televisión en blanco y negro en el salón parroquial. Reunió a sus hijos en torno al lecho, hizo a cada uno las recomendaciones oportunas, recibió los últimos sacramentos y se murió tranquilamente.
En el libro aparece la pobreza de las gentes, pero también su enorme solidaridad: a nadie le faltaba un pedazo de pan mientras hubiera alguien que tuviese dos. ¿Era una solidaridad asentada en el cristianismo, o no era algo exclusivo de la gente de fe?
Sin duda, esta solidaridad procedía de las raíces cristianas, encajaba con la esencia del cristianismo. Había que dar posada al peregrino, por ejemplo. Cualquier pobre que llegara tenía que ser acogido en una casa "a reo vecino". En el caso de Juan Manrique que cuento en el libro, mi abuelo concluía siempre la historia de aquel pobre que desapareció misteriosamente de la casa: "Era Jesucristo".
Otra cosa que hace de la lectura del libro un verdadero placer es el uso del lenguaje, de una brillantez ciertamente infrecuente en la literatura de nuestros días..., ¿cuánto se tarda en escribir un relato de estas características con ese léxico tan rico?
El libro me ha llevado dos años, aunque es la experiencia de toda mi vida. En efecto, una de mis pretensiones era recuperar el nombre de las cosas, como digo en el capítulo primero, y "recoger los despojos de una civilización -rural, primitiva, extrañamente humana- que moldeó mi vida con la esperanza de que no quede muerta y sepultada para siempre".
Usted deja caer una reflexión sobre lo que supone para un país la desaparición de pequeños pueblos y aldeas, el éxodo masivo a las grandes ciudades donde todo es diferente..., ¿usted cree que se volverá a los pueblos, o piensa que ese fenómeno es imposible?
Mi pueblo nunca volverá a ser lo que fue. Pero, aunque sea de otra forma, confío en que vuelva a tener vida. De hecho ha empezado a recuperarse y vuelven, aunque sea de paso, los hijos y los nietos de los que tuvieron que cerrar sus casas. Algún día cesará el abandono y el desprecio de los poderes institucionales, y la vida rural -enriquecida con los adelantos de hoy- se recuperará. No es normal que la comarca de las Tierras Altas de Soria, la comarca de la Alcarama, en la que discurre mi libro, poblada de pueblos abandonados, sea el mayor desierto de Europa, con dos habitantes por kilómetro cuadrado. Algún día habrá que pedir responsabilidades. Hay un montón de cadáveres del éxodo rural dispersos por España, sin que nadie quiera recuperar esta memoria histórica.
Llama la atención que buena parte del relato de su vida en Sarnago transcurriese durante el Gobierno del General Franco, pero apenas haya referencias a la política, salvo un par de sucesos propios de una guerra fratricida como la que vivimos..., ¿ha querido alejarse voluntariamente de la política, o curiosamente (para alguien que después ha trabajado sobre ella) no forma parte de su memoria sentimental?
No hay que olvidar que se trata de la memoria de mi infancia. Mi pueblo fue desde el principio de la "zona nacional". Creo que el drama de la guerra y la posguerra está recogida en el libro; no sólo algunas atrocidades que me conmovieron entonces, sino el entramado de la posguerra: racionamiento, estraperlo, odiosos delegados, y, en general, la injusta presión del Estado sin dar nada a cambio. En esto queda claro que la vida es lo que se recuerda para contarlo. He sido fiel a lo que recuerdo.
La última pregunta es obligada, como periodista y como lector: ¿para cuándo el próximo?
Estoy en ello. Estoy escribiendo un relato largo y distinto sobre el mismo escenario. Lo llevo a medias. Me tiene enganchado.