Homenaje a Solzhenitsin
José Escandell, 23 de agosto.
«Ha tenido una vida díficil, pero muy feliz». Estas palabras son de Natalia Dmítrievna, viuda de Alexánder Solzhenitsin. Las pronunció el 4 de agosto pasado, en Radio Eco de Moscú.
Dejaremos de lado el hecho de que la muerte de Solzhenitsin ha sido acogida por políticos y prensa con escaso interés. Menciones obligadas y poco más. Hay personajes de la historia reciente cuya trayectoria les ha llevado a los panteones del Sistema mundial. Parece que la de Solzhenitsin ha sido tan nítida que no se le puede convertir en un Santo de Naciones Unidas. Me alegro.
Traigo las palabras de la Sra. Dmítrievna a escena porque me gustaría que ese fuera también el resumen de mi vida. Lo confieso. Vida difícil, pero feliz. ¡Qué envidia!
Hay vidas plácidas porque así lo quiere la Providencia. Hay quienes tienen esa suerte. Les sonríe la vida. Son guapos, son ricos, y quizás incluso de llaman Federico. Entre estos, hay quienes viven de manera burguesa, y a veces queda huella de su ejecutoria en las revistas rosáceas (es decir, del bajo vientre). Hay, por el contrario, quienes en medio de satisfacciones y éxitos, ponen su talento al servicio de «lo difícil». Tienen sentido de misión, conciencia de una obligación con la humanidad y con la historia, como que, por haber recibido mucho, tienen que rendir mucho.
La de Solzhenitsin ha sido una vida de dificultad real; no, a él no le ha sonreído mucho la vida, al menos durante unos largos años penosos. También hay en el mundo quienes sufren y el sufrimiento, en vez de romperles, les aquilata o les forja.
Pero la clave quizás no está tanto en el dolor como en el sentido de la vida. Vida «difícil» es vida de esfuerzo, y de esfuerzo en la dirección de la justicia. Vivir es «difícil», debe ser «difícil», porque ha de ser orientación hacia lo grande. Por eso la relación entre «difícil» y «feliz» no es, en realidad, un «pero». La vida difícil, heroica, esforzada, enérgica, es vida feliz cuando el motivo del esfuerzo es la verdad y el bien. Algo de razón tiene Nietzsche cuando alaba el gesto altivo de quien deja las seguridades y se arriesga a vivir. Es verdad, solo que a Nietzsche le faltaba el sentido.