Hungría vuelve a la vida
José Luis Orella. El pequeño país danubiano ha respondido al clima de crisis económica y moral. Desde el desmembramiento del Imperio Austrohúngaro, Hungría se convirtió en un pequeño país muy homogéneo en torno a sus rasgos identitarios nacionales. Los húngaros provienen del tronco fino-ugrio y no guardan parentesco con germanos, eslavos ni latinos, por lo que son muy conscientes de que su personalidad nacional es única en el mundo, de ahí su fuerte nacionalismo.
El gobierno de Viktor Orban, que obtuvo una aplastante mayoría absoluta. El 11 de abril, la Alianza de jóvenes demócratas (Fidesz) logró un 52,73% de los sufragios, adelantando al Partido socialista (MSZP) que se encontraba en el poder desde hacía 8 años y que dirigía Attila Mesterhazy, que obtuvo un 19,31% de los votos. El Movimiento para una mejor Hungría (Jobbik) dirigido por Gabor Vona, logró un 16,67% de los sufragios. El partido ecologista Hacer política de otra forma (LMP) logró un 7,44% de los sufragios y la alianza de los demócratas libres (SZDSZ) obtuvo un 7,25% de los votos.
El Fidesz de Orban quiere restaurar Hungría con su historia, de la que fue divorciada durante el periodo comunista. Como símbolo se recuperará la corona de San Esteban, aunque el país tenga forma republicana. Pero lo más importante es la decisión, aprovechando su mayoría absoluta en la asamblea nacional de Budapest, de sustituir la constitución comunista de 1949, por una nueva. En el proyecto de esta nueva constitución de incluye la defensa de la vida desde el momento de la concepción, por lo que se eliminaría la lacra del aborto, medida introducida por los comunistas en todos los países que dominaron. Hungría es el segundo país, tras Polonia, que ha luchado por restituir el país a una legislación coherente con la protección de la vida y la familia.
Hungría no es un país de una identidad católica que englobe a toda la nación como en Polonia, sólo un 51% se consideran católicos, junto a un 36% de protestantes (calvinistas y luteranos) y un 11 % de agnósticos. Sin embargo, los países centroeuropeos responden con firmeza a las amenazas de la cultura de la muerte, y siguen siendo un ejemplo no seguido por ninguno de nuestros partidos importantes.