Joaquín Jaubert.
Que un rabino judío, por mucha importancia que revista su cargo, se pronuncie sobre la bondad o no de Harry Potter le trae al pairo a toda la prensa mundial. Lo mismo sucedería si el que opinara fuera un pastor evangélico o un pope ortodoxo, aunque este último fuera llamado al episcopado, y no digamos si es un imán musulmán en cuyo caso se buscarían motivos para darle parte de razón. Ahora bien, si el que habla o escribe es un sacerdote católico se guarda bien su postura doctrinal en la hemeroteca de la progresía, todopoderosa en el dominio de los medios de comunicación, para airearla como un gran problema para la Iglesia y, sobretodo, para el mundo si es elegido como futuro obispo. La preocupación mediática por lo que acontece en el seno de la Iglesia Católica sólo encuentra explicación en el odio de muchos a la Verdad que ella predica.
Se teme a la Iglesia, como se temió a Cristo en su momento porque hablaba con autoridad. La auctoritas de la Iglesia es temida por aquellos que no desean que nadie descubra la actuación del Maligno en el manejo de los hilos del poder que creen dominar sus servidores o poderosos del mundo que, desde el inicio de la Creación, no ven el momento de colocarse en el lugar de Dios. Cualquier acontecimiento, que a la mayoría de los católicos no les causa ningún malestar, es aprovechado para dar comienzo a una nueva batalla contra Roma.
Sin embargo, el problema principal no está tanto en la actuación casi unánime de los enemigos de la Iglesia como en el eco que, por osmosis en la convivencia convertida en connivencia con la sociedad decadente y anticristiana, se proyecta sobre un sector eclesial siempre muy tenso y nervioso por como saldrá retratado en la foto que estos medios hostiles difundirán por todo el orbe. Pena y tristeza me da la actitud de católicos, máxime si son parte de la jerarquía, que, aprovechando presiones varias desde un cada vez más clericalizado laicado, consiguen que un sacerdote, el Rvdo. Wagner, nombrado para obispo no alcance esta dignidad. Le honra a este sacerdote su renuncia al episcopado, actitud que no creo sea imitada, cada uno en su nivel o grado, por tantos que presionan a Roma al tiempo que mantienen teologías nada católicas. Tal vez en la Europa Central se sigue analizando mal el éxito, obtenido no en el texto final sino en la práctica cotidiana posterior, que tuvo el uso poco eclesial de los medios mundanos para intentar manipular un Concilio que, gracias al Espíritu, no recogió el espíritu que se deseaba imponer como bien se expone en el libro “El Rhin desemboca en el Tíber” del padre Ralph Ralph Wiltgen, S. V. D. No, no es ese el camino a seguir si, con equilibrio, profundizamos en la anarquía, doctrinal y de vivencia, en estas últimas cuatro décadas, generada por la proliferación de una eclesiología poco católica, más bien galicana. No, no está nada bien el moverse en la Iglesia del modo que se mueven en la política mundana los que desean imponer su postura, utilizando medios de comunicación para presionar y, sibilinamente, desacreditar como ha sucedido hoy con este sacerdote y, siempre, con el Santo Padre.
La Iglesia, por su propia naturaleza, no puede olvidar un aspecto importante de su predicación cual es el de la denuncia profética. ¡Ay si todo este mundo hablara bien de ella!, algo malo estarían haciendo sus miembros. Una población que, a pasos agigantados, va aceptando la cultura de la muerte, las políticas que diluyen a la familia natural, a gobiernos que siembran contravalores en las mentes inocentes de los niños… no puede estar tranquila con los aldabonazos a las conciencias que va propiciando el magisterio eclesial. Desde esta perspectiva, está bien el temor a la Iglesia y está mal el temor en la Iglesia. Y muy mal que, desde ese temor en la Iglesia, se termine cediendo a los que, por ahora, temen la auctoritas de una Iglesia profética.