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Iglesia y desempleo

Manuel Bru. 3 de mayo. Haber alcanzado la cifra más alta de desempleo de nuestra historia reciente, la celebración hace dos días de la fiesta de San José Obrero, la magnífica carta pastoral del Cardenal Amigo sobre este tema, y la respuesta de Cáritas que no sólo alivia a los parados, sino que, contracorriente, consigue miles de puestos de trabajo, merecen una reflexión. Los católicos estamos todos afectados por este drama social. Si muchos han perdido su trabajo en estos meses, el resto no podemos quedarnos cruzados de brazos, porque el dolor y la necesidad de nuestros hermanos son nosotros, como suyos son nuestra seguridad y nuestra esperanza. Aunque no sea un padre de la Iglesia, los cristianos podemos aplicarnos aquello que decía Albert Einstein, que “es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia”. Hay que vencer dos tentaciones que nos acechan, distintamente, en estas circunstancias:

o La tentación de la insensibilidad y la frivolidad: si a mí no me afecta, yo a lo mío, a sacar tajada a costa de los demás. Es la actitud que ha llevado a esta crisis, la de la avaricia, el consumismo desenfrenado, la suplantación del ser por la apariencia y, como profetizaban los obispos españoles en sus orientaciones morales de hace unos años, “la consideración idolátrica de los bienes del mundo y de la vida terrena como si fueran el bien supremo”. Y por ejemplo, hacer de una propuesta de cambio de horario de un trabajo millonariamente remunerado un drama nacional, es un insulto para quienes se suman, minuto a minuto, al verdadero drama que es el desempleo.
o La tentación de la insolidaridad: como hacer que la crisis no me afecte, o me afecte lo mínimo, pero allá cada cual con su mochuelo. Hay una peligrosa versión tibia de esta actitud, y es la de ser solidario con los más afectados de la crisis, con los parados, pero sólo desde la ayuda puntual. Eso de que Cáritas, además de comedores, promueva puestos de trabajo, proponga políticas de empleo, y denuncie la insolidaridad de empresarios y trabajadores, sienta muy mal. Porque recuerda que la obligación moral tanto de los empresarios como de los trabajadores, así como de las políticas ante la crisis, es poner en la balanza antes que ninguna otra cosa el mantenimiento de los puestos de trabajo.

 La Iglesia no tiene soluciones mágicas para la crisis económica y el drama del desempleo, pero sí ofrece una respuesta, pensada desde su evangélica doctrina social y aplicada desde la imaginación de la caridad: el dinero no vale nada, el enriquecimiento fácil es siempre injusto, y el derecho al trabajo es consecuencia de la dignidad humana. Reírse de esto nos llevo a la crisis. Creérselo es empezar a salir de ella. 

http://blogs.cope.es/diosesprovidente/2009/05/03/iglesia-y-desempleo/

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