Manuel Bru. 3 de mayo. Haber alcanzado la cifra más alta de desempleo de nuestra historia reciente, la celebración hace dos días de la fiesta de San José Obrero, la magnífica carta pastoral del Cardenal Amigo sobre este tema, y la respuesta de Cáritas que no sólo alivia a los parados, sino que, contracorriente, consigue miles de puestos de trabajo, merecen una reflexión. Los católicos estamos todos afectados por este drama social. Si muchos han perdido su trabajo en estos meses, el resto no podemos quedarnos cruzados de brazos, porque el dolor y la necesidad de nuestros hermanos son nosotros, como suyos son nuestra seguridad y nuestra esperanza. Aunque no sea un padre de la Iglesia, los cristianos podemos aplicarnos aquello que decía Albert Einstein, que “es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque sin crisis todo viento es caricia”. Hay que vencer dos tentaciones que nos acechan, distintamente, en estas circunstancias:
La Iglesia no tiene soluciones mágicas para la crisis económica y el drama del desempleo, pero sí ofrece una respuesta, pensada desde su evangélica doctrina social y aplicada desde la imaginación de la caridad: el dinero no vale nada, el enriquecimiento fácil es siempre injusto, y el derecho al trabajo es consecuencia de la dignidad humana. Reírse de esto nos llevo a la crisis. Creérselo es empezar a salir de ella.
http://blogs.cope.es/diosesprovidente/2009/05/03/iglesia-y-desempleo/