Imma Monsó habla, desde la ignorancia, del franquismo
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“Un demagogo propagandista como Paul Preston, que se denomina a sí mismo historiador cuando no es más que un manipulador que utiliza los hechos a su antojo y realiza afirmaciones sin prueba alguna que las sustente, analice así ciertos episodios es algo que resulta pura y sencillamente repugnante.” Roberto Centeno.
Miguel Massanet bosch. Resulta alarmante que, alguien de las nuevas generaciones, como la señora Monsó, saque conclusiones evidentemente desacertadas, sin pruebas que las avalen, oportunistas y recurriendo al infame tópico de que todo lo que tuvo lugar en los años del franquismo era malo, criticable, corrupto, perjudicial para los trabajadores o criminal. No es de extrañar que esta escritora, formada en Cataluña, en escuelas catalanas en las que, de todos es conocido, la historia de España ha sido perversamente manipulada, alterada, distorsionada y acomodada a una ficción imaginada por el nacionalismo catalán, por la que pretenden encontrar en el pasado, en tiempos de los reyes francos, una legitimación para considerarse una nación, cuando no es cierto que nunca pasaran de ser un mero condado de la corona de Aragón.
La Ley de Memoria Histórica forma parte de esta pretensión de pintar a Franco y sus tiempos como algo que se engendró por el simple hecho de que, en julio de 1936, la República española era como una “balsa de aceite”, todo funcionaba a la perfección y “unos militares revoltosos” se empeñaron en levantarse contra aquel “maravilloso” sistema político, simplemente con la mala idea de dar al traste con aquella “idílica forma de vida” de la que disfrutaba el pueblo español. Para refrescarle la memoria a esta escritora catalana, con el objetivo de librarla de las telarañas que, por lo visto, le han nublado la vista después de la lectura de un libro de este “historiador riguroso”, como califica ella a Jaume Muñoz Jofre (1990), un joven catalán que, aparte de hacer un trabajo sobre el reciclaje de residuos, para la universidad de Cantabria; como, al parecer, le puso el tema, decidió enlodar, si es posible hacerlo todavía más, la época franquista; publicando un libro, en colaboración con Paul Preston, titulado “La España corrupta” .
Empecemos por el principio. El que un muchacho pretenda enseñarnos a los que vivimos la guerra, estuvimos durante los años posteriores a su finalización superando las consecuencias de la misma ( carencia de alimentos, restricciones eléctricas, racionamiento, escasez de materias primas) y, para redondear este panorama, un embargo internacional ( consecuencias de la Conferencia de Yalta, entre las grandes naciones de la II Guerra mundial) que repudió al Estado español, en aquellos tiempos una piedra en el ojo del señor Stalin, que no había conseguido implantar su comunismo de Frente Popular en España; amén de la enemistad manifiesta del señor de Roosevelt y del británico Churchill por el hecho de que, España, no hubiera querido colaborar con las potencias aliadas; nos parece, como menos, una temeridad.
El que su tutor, mentor o colaborador en la redacción de este panfleto al que llama libro, haya sido, nada menos que el señor Preston, un sujeto que ha despreciado la documentación y se ha valido del “boca a boca” de los resentidos con el franquismo, para pergeñar su Historia de la Guerra Civil Española, y que ha sido desmentido por la mayoría de historiadores serios que han escrito sobre el mismo tema (Pio Moya, De la Cierva, Hugh Thomas, César Vidal, etc.). Para ampliar y poder sacar conclusiones sobre las relaciones de Rusia con lo sucedido durante la Guerra Civil podría leer un libro muy ilustrativo, “España Traicionada” de Ronald Radosh, Mary R. Habeck y Grigori Sevostianof (Planeta).
Es fácil escribir sin tener en cuenta el contexto político, social y económico de una España devastada por la guerra; una España que había sufrido la sangría de 500.000 muertos entre los dos bandos y los jóvenes supervivientes con pocas posibilidades de encontrar trabajo, porque la mayoría de empresas habían sido destruidas durante la contienda. Qué es lo que interesaba entonces. En primer lugar evitar que los derrotados se reorganizaran, cuidar nuestras fronteras para impedir que los maquis entraran a través de los Pirineos; compensar a los universitarios que tuvieron que dejar sus estudios para incorporarse a filas; establecer un sindicato único que pudiera encauzar las protestas de los trabajadores y promocionar una recuperación, aunque fuera a costa de que se cobraran menos impuestos y que, algunas trabas de tipo burocrático desaparecieran, en la práctica, para dar prioridad a la reindustrialización y recuperación del país. Qué a la Iglesia se le dieron muchas facultades, es cierto; pero no debemos olvidar que en aquella época España era, especialmente en el llamado bando nacional, católica apostólica y romana.
Que hubo una represión sobre el bando perdedor, también la hubo, pero mucho menor de la que hoy en día se pretende hacer creer. Si hubiera ganado el bando de los rojos, a la vista de lo que ha venido sucediendo en los países en los que han alcanzado el poder, como Rusia, Viet Nam, China, Indochina, Alemania Oriental etc. fue mínima. No se puede culpar a Franco de todo lo que sucedió, porque la realidad es que aquello fue una guerra entre hermanos, una guerra civil en la que, en ambas partes, en la retaguardia, cometieron verdaderas barbaridades, perfectamente documentadas como fue el caso de las “checas” importadas de Rusia, en las que se torturaron, asesinaron e hicieron desaparecer a miles de personas de derechas, por el mero hecho de ser curas, católicos, ser ricos o por rencillas y viejos rencores entre familias.
Es evidente que, después de casi 80 años de la finalización de aquella guerra, el pretender resucitar aquellas efemérides carece de toda lógica y sólo demuestra el punto de locura; el afán de venganza, transmitido de generación en generación y el grado de insensatez de estas personas que siguen empeñadas en reavivar pasados agravios. Conviene aquí recordar que, desde la implantación de la II República el 14 de abril de 1931 hasta el día 18 de julio de 1936, España no fue más que un inmenso cementerio en el que fueron cayendo, uno tras otros, miles de personas, asesinadas por bandas de indocumentados, por los sindicatos (FAI, CNT, UGT y los comunistas). Por motivos religiosos se calcula que, al menos, fueron asesinados 13 obispos, 4184 miembros del clero secular, 2.365 religiosos y 283 monjas.
Todo ello antes de que se iniciara el levantamiento del 18 de julio de 1936. Resulta inverosímil pensar que, durante la II República, no hubiera corrupción y que, después de que se instaurara la democracia en el territorio nacional, cuando se dejaron atrás los tiempos de la llamada dictadura; los partidos políticos; los nuevos sindicatos, los mismos órganos de representación de las dos cámaras Parlamento y Senado; las autonomías con las facultades que se les han atribuido de administrase a sí mismas o los municipios convertido en lugares en los que enchufar a los amiguetes o colaboradores de los grupos políticos; no hayan sido lugares en los que, todos los que han querido aprovecharse del dinero de los contribuyentes, no hayan tenido las máximas facilidades para hacerlo. Nadie puede hablar de que la corrupción que existe hoy en día en las instituciones políticas, sea causa o efecto de lo que tuvo lugar durante la dictadura franquista. Puede que entonces hubiera casos de corrupción, pero no más ni menos que los que se han venido dando durante el tiempo que hemos estado en democracia.
A las pruebas nos remitimos. Resulta una práctica deleznable, la demostración de poseer una fanatismo que va más allá de lo razonable y un interés dañino en volver a un pasado que, aquellos que fueron derrotados por las armas, en contra de todo pronóstico, y tuvieron que marcharse exiliados ( aunque, la mayoría de ellos, cuando pudieron, si no tenían manchadas las manos de sangre, pudieron regresar a la patria antes de pasados los seis meses de su marcha), directamente o a través de las siguientes generaciones, continúen empeñados en mantener viva la antorcha del odio y de la venganza.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, un español que vivió toda la guerra civil y la postguerra, no pueda comprender que, así como se critican muchas de las actuaciones de Francisco Franco, no se sepan valorar aquellos años de paz ( sólo los que se metían en política y pretendían atentar contra el régimen era represaliados), aquella recuperación que los tecnócratas consiguieron llevar a cabo durante los últimos años de vida del dictador; el progreso evidente que representó para los trabajadores la instauración de una Seguridad Social; las garantías de permanencia en el empleo que, hoy en día, ningún trabajador tiene y las posibilidad de que los hijos de las clases menos favorecidas pudieran ir a las escuelas y a las universidades, algo imposible de imaginar en tiempos de Azaña y Largo Caballero, cuando echaron al clero de la enseñanza y se encontraron con que no disponían de suficientes profesores para cubrir las vacantes producidas. El hablar por hablar, el hacer afirmaciones sin base alguna y el pretender vivir a costa de artículos, no suficientemente avalados por los hechos, puede constituir uno de los medios de desinformación que, por desgracia, se han convertido en algo usual en nuestros días.