Indignados; pero conformistas
Ángel Gutiérrez Sanz. ( Dr. Catedrático de filosofía) Los españoles en estos últimos 40 años hemos tenido ocasión de comprobar que no es oro todo lo que reluce, por eso el descontento con los políticos y el mundo de la política ha ido “in crescendo”. Ciertamente la situación político-social que estamos viviendo no es lo que la gente pensaba, ni mucho menos lo que la gente quería. La euforia de los años 75 se ha convertido en desencanto y pesadilla. Sin duda la gente esperaba bastante más del actual Régimen Político; pues lo que nos ha traído han sido frutos tan amargos, como por ejemplo, la pérdida de valores morales, la falta de respeto por la vida humana, corrupción generalizada, depauperación económica, debilitamiento de la clase media, deslealtades nacionales y falta de patriotismo. Razones suficientes como para poder justificar un descontento bastante generalizado en la ciudadanía.
¿Qué ha pasado? ¿Que está pasando? A lo largo de este tiempo hemos ido constatando cómo los políticos, para alcanzar el poder, se ven obligados a hacer promesas arriesgadas que luego, al final quedan sin cumplir, hemos sido víctimas de engaños, traiciones y corruptelas. Comportamientos que dejan mucho que desear, que se han visto reflejados en una forma nefasta de gobernar, renuncia a los principios sólidos en aras de un relativismo irresponsable falto de todo compromiso, que está impidiendo establecer barreras entre la libertad y libertinaje, entre la libertad de expresión y la burda manipulación, que nos está llevando a confundir la tolerancia con la omnipermisividad, el amor con el sexo, la verdad con la certeza, la apariencia con la realidad , la virtud con el vicio , la ética con la estética , la política con el arte de engañar y persuadir a los incautos. ¿Qué posibilidad tenemos de escapar de una situación que cada día se perfila como un auténtico desastre?
Nos hemos ido acostumbrando al ritual sagrado de las elecciones cada cuatro años, con la creencia de que con el cambio de pilotaje todo se va a arreglar. A toque de corneta nos acercamos a las urnas para hacer que vuelvan los mismos que un día rechazamos y volverles a echar cuando llegue la hora del relevo y en este tejemaneje hemos ido perdiendo un tiempo precioso y quemando las pocas ilusiones que nos quedaban. Hemos renegado por activa y por pasiva de los políticos, porque se han reído de la ciudadanía; aún así seguimos echándonos en sus brazos. Nos quejamos de una casta política que resulta ya insufrible, pero no vemos la forma de liberarnos de ella. A pesar de todos los pesares seguimos creyendo en un sistema político en el que tanto hay que lamentar y es que nuestro conformismo está demostrando ser a prueba de bomba. Todo lo cansados y aburridos que se quiera; pero seguiremos cumpliendo con nuestro rito democrático, e iremos a votar como leales sufridores resignados a nuestra suerte, dispuestos a seguir tejiendo y destejiendo, las veces que haga falta, el velo de Penélope, al monótono compas del bolero de Rabel. La cosa es tan así que uno se pregunta ¿hasta cuándo?...
¿Será verdad que no puede haber nada mejor que lo que tenemos? ¿Será verdad que el “quítate tú para ponerme yo” es todo lo que se necesita para que llegue esa regeneración política y moral de la que venimos hablando desde 1978? Ojalá todo se arregle con una renovación generacional; pero… ¿y si la raíz del mal no estuviera en las personas sino en las instituciones? ¿ y si el fallo no estuviera tanto en los mandatarios cuanto en el sistema?. Ya sé que preguntas como éstas resultan incómodas y pueden llegar a ser impertinentes en los tiempos que corren, pero es necesario que nos las formulemos. En cualquier caso algo habrá que hacer, pues está claro que las cosas no se arreglan simplemente con lamentarse o con el simple hecho de decir que hace falta una regeneración moral, o que hay que ensayar otra forma de hacer política. Es necesario dar un paso más y llevarlo a la práctica. No palabras, sino cambios reales y efectivos son los que estamos necesitando y éstos son los que nunca llegan, entre otras cosas porque la clase política no está por la labor y los ciudadanos se conforman con lo que tienen
Existe una vía natural y pacífica para cambiar el rumbo de las cosas a través de las “urnas vacías”; pero este procedimiento hoy por hoy es inviable, dados los condicionamientos y prejuicios existentes. Como viene sucediendo en política, al Régimen vigente le hemos idealizado sobremanera, hasta llegar a creer incluso que nos durará siempre, por eso ni en broma nos planteamos otras formas de convivencia pacífica que no sean las que ya cocemos; pero la historia es inexorable al respecto y nos advierte que debemos estar preparados, porque el tiempo todo lo cambia y en política nada es para siempre, mucho más en un momento histórico como el que estamos viviendo, en donde todo se diluye en un relativismo inconsistente.
Esta autocrítica que hoy muchos podían ver como disparatada o sospechosa, dejará de serlo a medida que el ritmo de la historia vaya avanzando y nos muestre que nuestro presente político tiene su fecha de caducidad, tal y como las precedentes crisis de pensamiento lo venían anunciando y la actual crisis económica parece corroborarlo. No es secreto para nadie que las ideologías partidistas van dejando de tener el papel relevante que jugaron en el siglo pasado, para dar paso a otras aspiraciones que se midan en términos de eficacia. Sin duda los grandes ideales de la Ilustración han dejado de ser el alimento de la posmodernidad. La gente más que por utopías hoy se mueve en función de sus necesidades vitales y lo que le preocupa fundamentalmente es disponer de los medios necesarios que le aseguren una vida digna para él y para los suyos.
Cada vez está más generalizada la opinión de que no es ya la política sino los mercados quienes mueven y dirigen a la sociedad; por eso las nuevas urgencias acabarán trayendo nuevas formas de gobernar para poderlas satisfacer. En el fondo lo que la gente está pidiendo no es un partidismo ideologizado, sino una gestión pública benefactora que resuelva los problemas de forma eficaz, honesta y justa. Las contradicciones internas de la democracia relativista afloran y cada vez se ponen más de manifiesto. Al final lo trasnochado acaba siempre convirtiéndose en una rémora superada por el ritmo de la historia. La crisis generalizada que estamos padeciendo, viene a ser la expresión de la crisis de un sistema que está esperando una alternativa a la que se le ponga nombre. Aunque muchos no quieran reconocerlo la partitocracia, cada vez va quedando más alejado del sentir de la ciudadanía, digamos que ha iniciado su final de ciclo. El largo periplo recorrido durante ciento cincuenta años ha traído el consiguiente desgaste y deterioro a un sistema que comienza a dar muestras de agotamiento. Ha sido el famoso politólogo Guy Hermet quien en su libro “ El invierno de la democracia” pone de manifiesto la agonía de este régimen político.
Después de todo lo dicho, la única reflexión que se me ocurre es decir que todos somos culpables de lo que nos está pasando, no sólo los políticos. Los ciudadanos con nuestra indolencia y pasotismo, con nuestros cómodos y cobardes conformismos, estamos haciendo inviable el cambio; porque en el fondo le tenemos miedo. “Vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer” decimos. Si ya de entrada nos conformamos con lo malo difícilmente podremos conseguir algún día algo mejor ¿De qué sirve el quejarnos? No es fácil explicar la actitud de no pocos ciudadanos que se pasan toda la legislatura renegando de la casta política, pero les falta tiempo para acudir a las urnas y hacer el caldo gordo a quienes no acaban de tragar ¿No habrá algún componente masoquista en este tipo de comportamiento?...