Irán advierte: enésimo avatar de Al Qaeda
Fernando José Vaquero Oroquieta. Singular aviso, en apariencia. El jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Irán, Hassan Firouzabadi, advirtió a Europa, el pasado lunes 11 de junio, del resurgimiento de Al Qaeda en el sureste mediterráneo. Se refería, evidentemente, a los grupos armados salafistas adheridos a Al Qaeda que vienen actuando en Líbano y en el contexto de la guerra civil siria.
Sorprende, al menos inicialmente, que sea una autoridad militar de la mayor teocracia musulmana del mundo la que realice tal advertencia; no en vano, tales actores –Irán y Al Qaeda- forman parte de la compleja, aunque nada uniforme, realidad del islamismo radical.
En el universo musulmán las cosas no siempre son como parecen serlo.
Hay que partir de una premisa. El Irán actual es el pilar más fuerte del eje político y militar que integra, hasta las últimas consecuencias, con otros dos actores del próximo Oriente: la Siria baasista y el grupo terrorista/milicia/partido/estado del libanés Hizbulá.
La alianza con su aliado libanés es inquebrantable: ambos son chiíes y el propio Irán está en los orígenes organizativos de Hizbulá, allá, hacia 1982.
Sorprende, por el contrario, la alianza del teocrático Irán con el laico, nacionalista, socialista y panárabe Baas sirio. Ello se originó, históricamente, en su común enemistad a muerte con el Irak de Saddam Hussein y, sobre todo, Israel.
En este contexto, la advertencia iraní desvela su verdadera razón: el temor a que una caída del régimen baasista transforme a Siria en un nuevo Afganistán ingobernable; enésima base del terrorismo de Al Qaeda y sus aliados.
La compleja, dividida, desconocida y en constante mutación oposición siria, está desvelando poco a poco la consistencia de sus grupos armados salafistas o adheridos a la red Al Qaeda.
Ya se detectaron años atrás, especialmente en la zona de Trípoli, grupos de esa inspiración entre los sunitas libaneses. También entre los refugiados palestinos. De hecho el grupo palestino Fatah Al-Islam mantuvo en 2007 incidentes armados de extrema dureza con el Ejército regular libanés en un conflicto, de varios meses de duración, que ocasionó cientos de muertos.
Y en la reciente crisis armada sufrida, a primeros de junio, en esa ciudad del norte de Líbano, que ocasionó nuevos choques entre sunitas partidarios de la oposición siria, y alawitas (de la misma secta a la que pertenece la familia gobernante en Siria Al Assad), emergió un grupo islamista próximo ideológicamente a Al Qaeda, Al-Jamaa Al-Islamiya, integrado en parte por combatientes procedentes de diversas nacionalidades árabes.
El régimen iraní no tiene ninguna simpatía por la decadente e impía Europa. Pero comparte un mismo enemigo: el islamismo radical sunita y su punta de lanza Al Qaeda. Irán, en la actual coyuntura, tiene mucho que perder: ante todo, a su principal aliado en la zona, Siria; de modo que, de caer el régimen baasista, su aliado libanés Hizbulá quedaría aislado, incluso geográficamente.
Más allá de las interesadas advertencias iraníes, Europa debe cuidarse mucho de los movimientos de Al Qaeda en diversos escenarios mundiales. Ya hemos sufrido sus zarpazos.
El mundo musulmán sufre unas convulsiones imprevisibles, pero, en cualquier caso, de un resultado muy alejado de la estúpida e infantil creencia en su evolución hacia fórmulas democráticas al estilo occidental. Es evidente que hemos pasado de una “primavera árabe” a un “invierno islamista”.
Son varios los actores internacionales que vienen jugando sus bazas en la cada vez más extensa área musulmana: la ya mencionada Irán, potencia chií no árabe; Turquía, en su intento de exportación de una imagen moderada, junto a su voluntad de expansión política y cultural entre los países limítrofes de etnia turca; las integristas Arabia Saudita y Qatar, que vienen apoyando a los Hermanos Musulmanes y a otros grupos salafistas de realidad transnacional.
Mientras tanto, Europa mira hacia sí misma. Economía y, únicamente, economía.
Por otra parte, en Mali, la mitad de su extenso territorio –un naciente Azawad- se ha escindido en una extraña y explosiva conjunción de los libérrimos tuaregs del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA) y los integristas de varios grupos allí operativos: Ansar Dine (Defensores de la Fe, también tuaregs), Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y su escisión el Movimiento por la Unicidad y la Yihad en el África Occidental (MUJAO). Destaquemos que entre los miembros de los dos últimos grupos, según denuncian diversos observadores y expertos en la zona, confluyen extremistas de procedentes de todo el mundo musulmán. Pudiera ser: un nuevo Afganistán, pero en África.
Pero no todo son malas noticias.
En Somalia, el grupo local adherido a Al Qaeda, Al Shabab, se encuentra asediado en su último reducto: la ciudad de Kismayo. Así, el primer ministro somalí, Abdiweli Mohammed Ali, ha informado que las tropas de su gobierno, junto a las fuerzas de paz de la Unión Africana, han marcado el 20 de agosto como fecha tope para eliminar a ese grupo terrorista.
Siendo una misión difícil, bien haría Europa en apoyar militarmente al gobierno somalí en esta beneficiosa e imprescindible misión.
Paradojas de este tiempo convulso. Irán, alejado e inquietante enemigo de Europa antaño, acaso mañana, imprescindible aliado.