Jornada Mundial de la Juventud, un signo de esperanza
Roberto Esteban Duque
La Jornada Mundial de la Juventud en Madrid el próximo mes de agosto será un signo de esperanza en un escenario de fulgurante secularización en Europa, un incontrovertible gesto del carácter público de la fe en Jesucristo, cuando ésta se quiere convertir, como pretendía Hobbes, en un mero asunto privado, además de la manifestación de una verdad incontrovertible: el hombre es un ser religioso y espiritual. En un tiempo de desarraigo y desfundamentación, de notoria irreligiosidad occidental, la presencia joven de la Iglesia católica en Madrid será la proclamación universal de que un mundo sin Dios no tiene futuro, siendo algo profundamente extraño para el hombre y la cultura.
George Weigel habla de un cercano relevo generacional, un esperanzador relevo de “la generación del 68” por “la generación de Juan Pablo II”, los millones de jóvenes reactivados por el Papa en las precedentes Jornadas Mundiales de la Juventud. Esos mismos jóvenes son los que se encontrarán ahora en Madrid, y a quienes Benedicto XVI recordará la necesidad de una vida de oración y servicio a los demás, de abierto rechazo al credo secular y liberacionista, al permisivismo y los ídolos del siglo XXI, así como la propuesta de un camino de autoexigencia para alcanzar el don de la santidad.
En un siglo donde el poder se sacraliza y en el que se hace patente una actitud pesimista sobre la naturaleza humana, a la que se intenta modificar desde las leyes; en una época para la que la muerte carece de sentido y no existe otra felicidad que no sea coincidente con el sentimiento de la indiferencia; en una cultura anhelante de transformaciones antropológicas y estructurales; en una sociedad igualitaria, politizada, con una moral de cuño utilitarista y hedonista, la Iglesia tiene una insustituible tarea que realizar: recordar al hombre que su más elevado y verdadero patrimonio es Dios.
Esta misión la vio como pocos el Papa Benedicto XVI, creando un nuevo Dicasterio en la Curia Romana para la Nueva Evangelización. Se trata de una invitación a que todos los bautizados salgan al encuentro de un hombre y de un mundo que, aunque no lo sepan, llevan inscrita en su alma una sed que los devora. Esa sed, es sed de verdad, sed de Dios.
No será fácil esta vuelta a la religión tradicional cuando la religión secular quiere ser dominante. La profunda secularización de Europa ha llegado con fuerza a nuestra nación. La laicización del Estado, la creación de distintas instituciones de socialización, la casi supresión de la religión en la vida práctica y el creciente individualismo, anexo a una infausta primacía de la libertad subjetiva o autonomía de la conciencia, y de un altivo y escéptico relativismo, constituyen un verdadero desafío para la evangelización.
Pero lo más complicado está en el proceso de secularización en que se encuentra sumergida la misma Iglesia. Monseñor Munilla, obispo de San Sebastián, lo advierte en una reciente entrevista: el principal y primer reto es “la comunión en el seno de la Iglesia”. La Iglesia disidente hace absurdas distinciones entre lo que dice la conciencia y lo que sostiene la Iglesia. El beato Newman afirmaba que más que al Papa quiere su propia conciencia, puesto que el Papa no es sino servidor de la conciencia. La Iglesia no hace sino recordar lo que Dios puso en nuestra conciencia.
Asimismo, la Iglesia disidente, arguyendo cuestiones de naturaleza económica, no hace sino provocar el rechazo de la JMJ por una cuestión de fondo como es el rechazo de la autoridad. El rechazo del catolicismo en España es el rechazo de la autoridad y de la tradición, de la institución que es la Iglesia, del dogma, de la vida sacramental y de la adoración eucarística, de la unidad y la comunión.
¿Qué queda cuando se desmitologiza el cristianismo, expulsando de él la jerarquía, los dogmas y las instituciones? Para la secularización de la sociedad y de la misma Iglesia, sólo quedaría el amor. Pero un amor apenas trascendido, un humanitarismo secularizado donde la Fe sería un auténtico escándalo y el anuncio del Evangelio absolutamente innecesario. La pregunta que surge entonces es muy sencilla: ¿acaso la beata Madre Teresa de Calcuta era testigo de un amor que no fuese el Amor en sí mismo, que es Dios, y que es quien funda, une, capacita y sostiene para el amor?
En España, donde se patentiza una cultura descristianizada, hay que evangelizar desde el diálogo constructivo entre la fe y la razón. La respuesta a la secularización se deberá realizar desde la inteligencia, desde donde el Magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI han profundizado, frente a una cultura difícilmente evangelizable en su celebrada exaltación del relativismo y el malogrado eclipse de la verdad. Todo auténtico diálogo es búsqueda mancomunada de la verdad. Lo dijo Machado: “¿tu verdad?; no, la verdad; y ven conmigo a buscarla”. Sin verdad, no hay realidad ni sociedad posible donde se espere una Nueva Evangelización, y donde la JMJ constituya su inicio y mejor esperanza.