Coincidiendo con la publicación de La Pasión de José Antonio del escritor José María Zavala, y que desde aquí recomendamos por la novedad de haber dividido el libro en tres partes -sus amores, la cárcel y su muerte, además de por los documentos inéditos que aporta e informaciones como que Pilar Primo de Rivera no hubiera aceptado a Franco si no supiera que su hermano también lo hubiera hecho- publicamos, coincidiendo con el 75 aniversario del fusilamiento de José Antonio, un análisis de la política de Franco en relación a lo que hubiera sido la política de José Antonio.
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Este domingo se conmemora el LXXV aniversario del asesinato en la prisión de Alicante a manos de un piquete de milicianos sin ninguna autoridad competente al frente, de José Antonio Primo de Rivera, y el XXXVI de la muerte en la habitación 132 de la Clínica La Paz de Madrid de Francisco Franco. Dos españoles de talla universal que entregaron su vida por una España unida en que los demás españoles viviéramos en paz, con dignidad, prosperidad y justicia social. Prueba de ello son las últimas palabras de ambos. Las de José Antonio “mi sueño es el de la Patria, el pan y la justicia para todos los españoles, pero preferentemente para los que no puedan congraciarse con la Patria, porque carecen de pan y de justicia”. A su vez, quien durante casi cuarenta años fue nuestro Caudillo dejó en su Testamento el siguiente mandato: “No cejéis en alcanzar la Justicia Social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España...”
Mucha literatura se ha escrito sobre la relación entre Franco y José Antonio, casi siempre desde la perspectiva interesada de un antagonismo ideológico entre ambos. Así, con José Antonio muerto y Franco bajo palio, el dirigente de la FAI Diego Abad de Santillán dice en Por qué perdimos la guerra (1940) “Hemos pensado y seguimos pensando que fue un error por parte de la República el fusilamiento de primo de Rivera. Cuánto hubiera cambiado el destino de España si un acuerdo entre nosotros hubiera sido tácticamente posible, según los deseos de Primo de Rivera”. Más tarde, con ambos muertos, el presunto historiador Ian Gibson escribió en el Nº 127 de Historia 16: “A Franco le encantó la noticia de la desaparición del fundador de Falange Española (...) Salvado José Antonio Primo de Rivera cabe la posibilidad de que hubiera cambiado el rumbo de la historia española contemporánea”. Algo totalmente falso.
Cabe postular que José Antonio fuera no sólo el ideólogo audaz, capaz de concebir una doctrina adelantada a su tiempo, que hoy se asimila a la Doctrina Social de la Iglesia, sino también el idealista que creía que a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas. Como escribió Gabriel Celaya en 1979 en Poesía y verdad, citando palabras de García Lorca, “José Antonio era un buen chico”. O como dice Sánchez Dragó, Época, (29-VIII-1994) “En aquella triste y dura guerra, mi puesto de combate habría estado en las filas joseantonianas. Vale decir: en el iberismo, en el heroísmo, en la audacia, en la imaginación preñada de futuro, en la ética de la estética y en la honra sin barcos”.
Sin embargo, Franco fue el Caudillo, el Jefe de Estado cuyo pragmatismo permitió que las ideas de José Antonio comenzaran a ser hechos, aunque no llegara a desarrollarlas completamente. José Antonio postuló la reforma agraria y Franco hizo la concentración parcelaria; José Antonio habló del sindicato corporativo como punto de partida y Franco desarrolló el sindicato vertical; José Antonio quería que el Estado y la Iglesia concordaran sus facultades y Franco firmó el Concordato; José Antonio exigía la protección especial de los más débiles y Franco creó la Seguridad Social, las viviendas de protección oficial, las Escuelas Nacionales y dictó un Fuero del Trabajo que ya quisieran ahora los que tanto se quejan del abaratamiento del despido, los contratos basura o el empleo precario...
Franco, además, mantuvo la no beligerancia de España en la Guerra Mundial, resistió el bloqueo de la ONU y terminó sacando a España del atraso secular y devolviéndole un prestigio internacional, al tiempo que asumía, como avalan los hechos, que el bienestar de los españoles pasaba por que, en los ministerios de proyección social, fueran falangistas como Girón, Arrese o Sanz Orrio quienes trabajaran para lograr esa Justicia en cuya consecución tanto José Antonio como Franco empeñaron su vida.
Cierto que en las cuatro décadas de gobierno del Generalísimo Franco no se puso en práctica la totalidad de los postulados del nacionalsindicalismo, pero entiendo que más que por otra razón fue por falta de tiempo. Es axiomático que, para distribuir la riqueza de acuerdo con los principios morales de la Justicia Social, la primera condición es disponer de tal riqueza. Y a esto es, algo a lo que el Generalísimo Franco consagró gran parte de los cuarenta años de su Gobierno. En 1936 Franco asumió la titánica tarea de devolver su grandeza a una nación asolada por más de un siglo de guerras y arruinada por nefastos gobiernos de los más diversos signos y falleció en 1975 dejando a España convertida en la undécima potencia industrial del mundo, con unos índices económicos y sociales como nunca se habían dado. Esto es historia.
Por otra parte, contra los que pregonan tal antagonismo, no hay que olvidar la relación política que se venía dando desde 1934 entre ambos personajes. En las Obras del fundador de la Falange hay (24-IX-1934) una Carta al General Franco, donde, en vísperas de la revolución de Asturias, dice: Mi general (...) estoy seguro de que usted, en la gravedad del instante, mide desde los primeros renglones el verdadero sentido de mi intención (...) una victoria socialista tiene el valor de invasión extranjera (...) estas sombrías posibilidades me han llevado a romper el silencio hacia usted con esta larga carta (...) Dios quiera que todos acertemos en el servicio de España. También de la renuncia de Franco a presentarse a las elecciones de febrero de 1936 por la circunscripción de Cuenca, a fin de que sus votos fueran a la candidatura de José Antonio, hecho, al que éste no opuso reticencia, puede inferirse que, si los votantes de uno y otro estaban tan cercanos como para tal renuncia, sería porque entre sus candidatos existía una concomitancia.
Por tanto, admitiendo la hipótesis de una pretendida evolución ideológica de José Antonio, ésta iría en la misma línea de la ideología del General Franco, no en dirección antagónica. Y tal evolución es mucho presuponer, porque los autores que evolucionan notablemente suelen tener en común el rechazo o la crítica final de sus obras iniciales. Sin embargo, en José Antonio se da el fenómeno contrario: la reafirmación final en lo postulado previamente. Así, en su testamento, un documento al que hay que dar el crédito de toda última voluntad, el 18 de noviembre de 1936, dice: Ayer, por última vez, expliqué al Tribunal que me juzgaba lo que es la Falange. Como en tantas ocasiones, repasé, aduje los viejos textos de nuestra doctrina familiar. A mi entender, este texto ratifica la madurez de todos los anteriores, sin rechazos ni referencias a evoluciones. De igual manera, también en su testamento, refiriéndose al Alzamiento Nacional del 18 de Julio, con cuatro meses de perspectiva y Franco ya en la Jefatura del Estado como principal paladín de la Cruzada, el fundador de la Falange dice: Yo no puedo injuriar a unas fuerzas militares que han prestado a España en África heroicos servicios. Ni puedo lanzar reproches a camaradas (...) que a buen seguro tratan de interpretar de la mejor fe mis consignas y doctrinas de siempre.
Por todo esto, cabe considerar al fundador de Falange Española y al Caudillo de España no como dos realidades antagónicas, sino como las dos caras de una misma moneda. Volviendo al símil de Sánchez Dragó, frente al romanticismo idealista de José Antonio de la honra sin barcos, no es disparatado afirmar que Franco supo defender nuestra honra que, en definitiva, como nuestro Caudillo, era la suya, dotándonos, además, de barcos.
PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO