Democracia de ideas y democracia económica
Ya no hay discusiones «ideológicas». Parece que la democracia consiste en crear un marco neutro de convivencia, en el que puedan entrar en juego, en paz, ideas contrapuestas acerca de la vida, del hombre, del mundo. Según eso, la tarea de los gobernantes es la de establecer unas bases genéricas de la vida social. El bien común es, así, un marco vacío de valores. La construcción de la democracia estriba en la creación de un fondo «material» común, sobre el cual cada ciudadano, o cada grupo, pueda definir y concretar, pueda «formalizar», su particular proyecto de vida.
Esa es la idea pragmática de la democracia. Hay, sin embargo, una forma «ideológica» de la democracia. Consiste ésta en la convicción de que, para que sea posible la convivencia, es necesaria una concordancia fundamental de los ciudadanos en ciertas ideas. Una «ética mínima». Claro que la primera de esas ideas ha de ser la de que la democracia es el valor máximo. Si se da por sentado este principio, lo demás viene solo. Decir que la democracia es el valor máximo es tanto como afirmar que el hombre es para el hombre el ser supremo.
La democracia «ideológica», la democracia «formal» (en el sentido antiguo de la palabra), tiene contenidos. La democracia pragmática y «material» es vacía. Pues bien, estas dos concepciones se corresponden bastante bien con el progresismo de izquierdas y el conservadurismo de derechas. Aquellos persiguen establecer una forma determinada y particular de convivencia; éstos se empeñan en abandonar toda discusión «ideológica» y en buscar bases comunes de convivencia.
No son alternativas. Es fácil advertir que el progresismo no tiene en el conservadurismo un enemigo, sino más bien un aliado. En la medida en que el conservadurismo anima a eliminar aristas en la convivencia, deja espacio libre y expedito al progresismo. Al progresismo ideológico sólo se le puede oponer una posición «formal» o de ideas. No se trata de huir de la confrontación ideológica, o de juzgarla inútil, sino más bien, por el contrario, de enfrentarla con claridad. Para lo cual, por cierto, es necesario tener ideas.
No hay debates de ideas, no hay discusiones ideológicas. Nadie se atreve a enfrentarse con el progresismo de la izquierda, nadie quiere enfrentarse con él. Alguien ha dicho que los verdaderos problemas son los de la economía.