Josep Cuní intenta, infructuosamente, defender su objetividad
Miguel Massanet Bosch. Si alguien quisiera encontrar un prototipo más ajustado al perfil de un catalán, difícilmente podría conseguir uno más apropiado que el representado por la figura de este periodista catalán y presentador de TV, llamado Josep Cuní. Hubo otro personaje, en este caso el músico de fama internacional, que fue conocido como Xavier Cugat, cuyo físico, sin duda, pudo en su día aspirar a representar también al catalán medio.
Difícilmente, aunque lo intentara por todos los medios posibles, este señor podría hacer que cambiásemos el concepto que tenemos formado de su persona, de ser uno de los nacionalistas más implicado en el llamado “proces” y uno de los encarnizados críticos con Madrid y todo lo que representa España como nación; a la que no para de sacar defectos, de reclamarle supuestas irregularidades o de achacarle incumplimientos que, en la realidad, no suelen existir más que en sus fanatizadas mentes de supuestos perjudicados, interesados en enfrentarse con el Estado español. No sabemos si le han llovido críticas por sus tendenciosas opiniones o por presidir programas en las TV3 catalana y TV8, íntimamente ligado con el grupo Godó y La Vanguardia; todos ellos implicados en el proceso soberanista; con el conocido apoyo de la periodista Pilar Rahola, una de las más fervientes defensoras de una Cataluña independiente, en lo que pone todo su empeño en su columna en La Vanguardia, periódico en el cual también tiene la suya el señor Cuní. Precisamente en su columna del día de hoy el señor Cuní, bajo la titulación ¡Qué cruz!, empieza por hacer una afirmación platoniana sobre la “objetividad” que para él no existe.
No existirá si el que comunica una noticia y, antes, la adorna con sus apreciaciones particulares y le sustrae partes importantes del contexto que puedan, de alguna manera, alterar la realidad de lo ocurrido. Lo malo es que, cuando una noticia pasa por el cedazo de la censura de los periodistas y estos pretenden aderezarla con complementos, con los que intentan matizarla, para arrimar el ascua a su sardina y deformarla, de modo que acabe favoreciendo a sus propios intereses; esta noticia acabe llegando a los ciudadanos deformada por la acción previa de quien la da a conocer.
Cuando pretende, el señor Cuní, apelar a conceptos tan sobados como la ética, la honestidad y la honradez, no hace más que meterse en un berenjenal del que es difícil salir si, como es conocido de todos los que ven su programa, todo lo que se trata en él, todos los contertulios que forman parte de él, todos los temas que son sometidos a discusión y las consecuencias que se quiere extraer de los mismos, están impregnados de la más absoluta falta de objetividad; infectados del nacionalismo catalán más radical; corrompidos por la ojeriza, la prevención, la antipatía y la obcecación en contra todo los que les viene del resto de España y, en especial y con específica virulencia, de todo lo que hace referencia a Madrid, la capital de España y, por extensión, al gobierno Central que según ellos es la causa y la consecuencia de “todos los males que vienen padeciendo los ciudadanos de Cataluña”. “El dar respuesta a las preguntas a preguntas mucho más complejas”.
No cuesta mucho encontrar la vena de autocomplacencia de este señor que, como periodista, no como científico, analista político, experto en problemas internacionales o jurista de renombre; se cree posibilitado a dar a los demás las respuestas adecuadas a “estos complejos problemas” que sus lectores (a los que, por lo visto, juzga incapaces de efectuar sus propios análisis y sacar sus propias consecuencias) parecen ávidos de recibir, de su “privilegiada” inteligencia. Y es que, para el señor Cuní, este rimbombante maestro de zotes, según cuales sean las respuestas “tiene el riesgo profesional”, de ser tildado de “tendencioso por no ser objetivo”. Sí, señor, de esto se trata. Pero en el caso de usted, señor Cuní, este “riesgo profesional” al que hace referencia ya no es sólo un “riesgo” es una realidad, una certeza y algo que se puede comprobar en cada ocasión en la que usted sale en la pantalla de una TV y deja la impronta, usted y sus contertulios, de lo que es una verdadera conjura antiespañola.
Empezando por los asistentes a su programa, una serie de señores de todas las profesiones, periodistas, médicos, economistas o abogados, seguramente muy duchos en sus respectivas profesiones, pero con un común denominador: su acérrimo catalanismo, su indudable aversión para el resto de España y su, más que comprobable, apoyo hacia la causa independentistas, quizá con algunos matices, pero, en el fondo, a todos se les nota la inclinación ( que algunos lamentan que sea imposible) pero que todos desearían que se produjera; aunque muchos de ellos seguramente sabrán las consecuencias que para los catalanes comportaría el quedar fuera de España, de sus apoyos económicos, de la UE, de las subvenciones, de la libertad de comercio y de la libre circulación de personas y el no pago de las tasas y aranceles fronterizos.
Cuesta, señor Cuní, encontrar entre los asistentes a sus tertulias, a un solo señor que no opine como ustedes, uno que les cante las cuarenta cuando muestran su fanatismo en relación con el trato que reciben del resto de España; porque ustedes opinan de una manera pero los números, los informes y las realidades a veces son muy tozudas y, en muchas ocasiones, es muy probable que si solicitaran información desde Hacienda o el gobierno de Madrid, les llegarían algunas sorpresas acerca de cuestiones que ustedes dan por sabidas, sólo porque así les interesa presentarlas ante su audiencia.
Es evidente, como usted dice, que “el elogio unánime es imposible” pero, cuando de lo que se trata en una reunión, aparentemente dispuesta a discutir sobre un tema determinado, y resulta que no hay nadie que muestre disconformidad, que nadie rebate las tesis contrarias, que las únicas discusiones se producen se dan, cuando hay alguno de los tertulianos que es menos crítico con el Estado español, o no se opone con mucha fuerza a alguna decisión del TC o habla de algo que no sea que el Gobierno de España hocique el morro y acepte, a pies juntillas, todas las imposiciones del señor Puigdemont; lo que está ocurriendo es que, la finalidad de la misma es la de adoctrinar, lavar cerebros e infundir una doctrina, de modo que aquellas personas menos preparadas o críticas con lo que escuchan, caigan en el lazo de la demagogia soberanista que se intenta divulgar.
No pretenda, señor Cuní, que nos traguemos su pretendida “inocencia” ni hable de dignidad de medios ni, piense, ni por un instante, que en España no existen personas más listas, más preparadas, más inteligentes y más sabias que ustedes porque, si tenemos que ser francos, la postura que en este momento ha adoptado el señor Puigdemont y sus compañeros de equipo que, por cierto, es la que ustedes defienden; es la muestra más clara de una conducta suicida, perjudicial para el pueblo catalán y sin otro porvenir que el provocar una situación que acabe en un desastre para Cataluña y, lo que menos puede suceder, es que deban convocar unas nuevas elecciones en las que, si contemplan el panorama político actual, lo más probable es que el PDeCat pasara a una tercera posición detrás de ERC y del nuevo partidos de la señora Colau, una de las franquicias de los comunistas de Podemos.
¡Un triste porvenir para Cataluña! O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no podemos más que sonreír ante este intento absurdo del señor Cuní de vendernos que, lo que está haciendo es darnos lecciones de política a todos y que, por añadidura, lo hace desde una postura imparcial, tratando por igual a los españoles y a sus correligionarios los separatistas catalanes. ¡A otro con este hueso, porque no cuela!