"La civilización no puede darse nunca por supuesta...
Manuel Morillo. 6 de octubre.
Hay un propósito por parte de la clase dominante de cambiar a los españoles, mediante una transformación de su conciencia, y a España, mediante una operación que la avergüence de su hechura y que la haga dimitir como sujeto histórico.
Nuestra nación, al ir abandonando los valores que le han configurado ha ido cayendo de lleno en los siete pecados sociales denunciados por Gandhi:
Política sin Principios, Riqueza sin Trabajo, Placer sin Conciencia, Saber sin Carácter, Comercio sin Moralidad, Ciencia sin Humanidad y Religión sin Sacrificio.
Pecados de los que tenemos abundantes, permanentes y generales ejemplos en todos los campos, donde se desprecia el derecho natural.
Pero, como indica Maeztu, para España su decadencia, que se refleja en estos pecados sociales, puede ser el anuncio de una situación nueva. Desde un periodo de reposo, de olvido de la iniciativa histórica, a cambio de perder durante un tiempo el rango, podemos volver en el futuro al ideal, recuperar la energía con que mantenerlo.
Y para ello, un gran pensador español nos propone como debemos combatir la tentación vehemente e insistente a resignarse y a entregarse y debemos hacer frente a los dardos venenosos que se han clavado en la mente, en la conciencia, en la voluntad y en el corazón de los españoles.
Y así, al dardo que se hinca en la mente, y que ha provocado la confusión ideológica, que en nombre del pluralismo, como conquista, nos lleva a la tiniebla doctrinal y, como antídoto, a la indiferencia, hay que oponerse iluminándonos con la buena doctrina de la Verdad, filosófica, política y social
Y al dardo que ataca a la conciencia y nos priva de la moral objetiva como norma de conducta, y nos conduce a un subjetivismo ético que se deja llevar por el Hedos o el Eros, que no entiende más que de placer o de egoísmo, hay que oponerse con un retorno a las normas del Decálogo, en la vida privada y publica
Y al dardo que punza la voluntad, la debilita y enferma hay que oponerle la exaltación de la fortaleza de la magnanimidad, como virtud frente a la pusilanimidad como imperfección
Y al dardo que penetrando en el corazón le hace latir a ritmo tan lento, que la sangre apenas discurre por el sistema arterial de la nación, y la totalidad del ser languidece insomne, sin reacción ante el latigazo constante de un enemigo que le apalea sin misericordia hay que oponerle un corazón caldeado
Porque, el dilema está claro: o seguimos inactivos, cediendo a la tentación, o nos disponemos, a partir de una minoría que varonilmente la rechaza, a arrancar los dardos que nos precipitan por el camino de la decadencia y de la dimisión histórica.
Pero a pesar de esto, de nuevo con Maeztu, nosotros preferimos vivir estos tiempos, no porque sean, como son, bárbaros, sino porque contienen la promesa de un mundo mejor, mientras que los anteriores estaban ennegrecidos por el temor a la caída, que al fin ha venido.
Las nuevas generaciones tenemos la gran suerte de tener que elegir entre la fe y el escepticismo, en vez de perdernos, como en generaciones anteriores, en verdades a medias e ideales truncos.