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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

Me refiero a la señora Mercedes Milá

La debilidad de una nación sin ética ni moral

Miguel Massanet Bosch. No suelo entrometerme en lo que son programas basura de la TV, porque es de todos conocido lo que se cuece en ellos y la clase de producto que se vende a una audiencia proclive a dejarse atraer por ellos. Sin embargo, me voy a permitir hacer un comentario sobre una señora, una mujer perteneciente a la nobleza catalana, que procede de la época jurásica de la televisión española y que, por mucho que los años pesen sobre ella, es de aquellas personas que se cree que posee el filtro de la juventud eterna. Me refiero a la señora Mercedes Milá, una presentadora que parece que ha sido capaz de olvidar la buena educación que recibió, por pertenecer a la casta alta de la burguesía catalana para dejarse arrastrar por la bohemia de la farándula y que no ha sabido resistirse  a hacerse cargo de uno de los programas más horteras, inmorales, impresentables y poco edificantes de los que se presentan en las TV españolas que, por cierto, no andan escasas de estos bodrios donde el sexo, la chismorrería, la incultura y la ordinariez son los ingredientes principales para conseguir el éxito entre esta clase de público ávido de lo morboso, soez y mediocre, quizá porque son incapaces de alcanzar una cota más alta de perfeccionamiento intelectual, refinamiento estético y cultura.

La señora Milá, doña Mercedes, ha decidido que todo vale cuando se trata de conseguir más audiencia y por ello, aparte de ser el alma del programa Gran Hermano, que lleva conduciendo desde hace años, no está dispuesta a que el público que lo ve se aburra, pierda interés o llegue a asquearse de la monotonía de un tema que no se sale del exhibicionismo, el sexo, la nimiedad de las conversaciones, la estulticia de los personajes y el escaso nivel de su contenido y, por ello, acaben por cambiar de cadena para oxigenarse un poco. Es obvio que el sentido del ridículo es algo de lo que esta presentadora (que hubiera podido optar a un trabajo de mayor categoría) decidió prescindir, desde hace años, a pesar de sus raíces y educación; lo que viene demostrando en cada episodio de su programa, con sus coqueteos de quinceañera, su vestimenta estrafalaria y su desparpajo obsceno en su manera de expresarse. Lo malo es que, entre la juventud española, al no tener ejemplos mejores que los motiven; estando muchos de ellos sin trabajo y sin posibilidades de conseguirlo en un corto plazo, y careciendo, una gran parte de ella, de una preparación ética o religiosa que le ayude a dominar sus instintos primarios; este tipo de programas puede darles una sensación de que, la vida, consiste nada más que en el sexo, en la promiscuidad, en la homosexualidad , la vagancia y las drogas; como si el encerrarse en una casa a vivir en comuna, fuera la solución a la falta de trabajo, a la carencia de principios o al  abandono escolar.

Es evidente que la apariencia física no lo es todo y que personas poco agraciadas han conseguido triunfar por su inteligencia, preparación, vis cómica y don de gentes, que les han granjeado las simpatías del público. Recuerdo a otra catalana, la señora Mary  Sampere, una verdadera estrella cómica, poco agraciada de cara, pero con una simpatía arrolladora innata, que sabía explotar con chistes, a veces subidos de tono – pero sin esta procacidad con la que algunos cómicos, en la actualidad, quieren suplir su falta de ingenio – sin  llegar a la vulgaridad y sin perder su dignidad como mujer. Lo peor que le pude pasar a una persona, y en el caso de una mujer puede alcanzar cotas inimaginables, es que no sepa adaptarse a cada etapa de la vida, aceptando con naturalidad el que los años no pasan en balde y que lo que le está bien y resulta atractivo y gracioso en una niña de 16 años, si lo queremos trasladar a una persona de 62 años, como es el caso de la señora Milá, puede alcanzar la categoría de estrafalario, penoso y cómico.

El que esta señora, en plena Semana Santa (una fiesta que para muchos españoles sigue siendo importante, como lo será El Ramadam para la religión Islámica o el Yom Kipur para los judíos), pretendiendo rivalizar en audiencia con un programa religioso La Biblia ( no lo consiguió porque el share de audiencia de la cadena rival fue del 23’6% mientras que El Gran Hermano sólo consiguió un modesto 16%) decidiera tirar por la borda el poco rubor que le quedaba y organizar un seudo streptease, en el sentido literal de la palabra porque, en el figurado, referido a la utilización de sus neuronas hace tiempo que ha dejado bien claro a que nivel está; suponemos que, con la intención de dejar boquiabiertos a sus compañeros de programa y a toda la audiencia que lo veía; al permitir que un figurante, en el instante en el que ella gritó, en un arrebato narcisista, “¡Bájame la cremallera hasta donde quieras, como si fueras Cristián¡”, cumpliera a rajatabla la orden de su jefa, dejando expuestas a la vista de quien quisiera presenciar aquel evento, dos enormes aldabas, algo escurridas, eso sí, apenas cubiertas por un insignificante sujetador; lo que, como era deseo de la talluda ninfa, produjo una verdadera explosión de entusiasmo jalonada de gritos, carcajadas y piropos de todos los asistentes en el plató. Por si fuera poco, después de hacer que la cremallera cubriera de nuevo tanta abundancia, remató la faena, con una exhibición de trasero al más puro estilo de las bailarinas de can-can.

Ya sé que me dirán que cada cual haga lo que quiera, que quien no quiera ver estos espectáculos que se abstenga de sincronizar la cadena que los emite o que los mojigatos, como yo, debiéramos ocuparnos de otras cosas. Acepto la regañina, pero si estos señores de la “cultura”, estos miembros de la farándula o estos enterados que se benefician de las subvenciones del Estado para crear semejantes bodrios, se permiten meterse en política, criticar a la iglesia católica o hacer chanza de ella, sin escatimarle insultos y descalificaciones; no veo el por qué, cuando tengo conocimiento, a través de los medios de comunicación, de que alguien se está enriqueciendo mediante semejante espectáculo, no pueda poner mi cuarto a espadas y aventar a los cuatro vientos la clase de personajes que se han estado beneficiando, a costa de nuestros impuestos (no sabemos a través de que clase de influencias) de los réditos de este tipo de series carentes del menor sentido educativo, que sólo fomentan el vicio, la lujuria, el egoísmo y la depravación sexual; cuando existe tanta necesidad en el pueblo, tenemos tantos parados que precisan de ayudas y precisamos de que, este país, sea capaz de renacer de sus propias cenizas mediante el esfuerzo de todos, que no radica, precisamente, en que una serie de vagos se encierren en una casa para fornicar, tener conversaciones insultas y desbarrar a costa de sus propios compañeros de encierro.

Todos sabemos lo que ocurrió con el Imperio Romano de Occidente, cuando la ciudadanía, siguiendo el ejemplo de sus emperadores y de la nobleza, se fue dejando llevar por la vida regalada, la del menor esfuerzo y la de los vicios del sexo, de la comida y de la vagancia; aunque no faltan los que hablan de factores exógenos. En todo caso, las legiones romanas de tiempos de Rómulo Augustulo, último emperador romano, nada tenían que ver con la potente, disciplinada y entrenada máquina de guerra de César Augusto. El hecho de que, en España, en tiempos en los que no caben debilidades, programas basura o fomento del individualismo antisocial y egoísta, se continúen promocionando este tipo de espectáculos, es una señal más de que una parte de la ciudadanía no quiere tomar conciencia de nuestras carencias, de la necesidad de la formación, del valor del esfuerzo y la excelencia; puede hacernos pensar que quizá lo que dicen de nosotros algunas naciones del norte de Europa no está tan desencaminado como nos creemos. O esta es mi visión, señores, de lo que está sucediendo en este país.