LA DIGNIDAD Y LA MISERIA
Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio, en Radio Inter Estábamos esperando todos lo que pueda pasar mañana, lunes 16 de octubre, día en el que expira el plazo que ha dado Mariano Rajoy a Carlos Puigdemont para que aclare si ha dado un golpe de Estado o no lo ha dado. Porque parece ser que no está claro. Alguien tendría que haber preguntado también a Antonio Tejero Molina, cuando salió de la sede de la soberanía con dirección a la cárcel en 1981, si había dado un golpe de Estado o había sido un sueño colectivo. Al parecer, la declaración de independencia que firmó Puigdemont este martes, con los miembros de su gobierno de sediciosos, no está claro que sea un golpe de Estado. Mañana nos enteraremos, si es que Puigdemont se digna a responder.
Pero este jueves, después del desfile con motivo del Día de la Hispanidad, ocurrió un hecho dramático, terrible, pero también extraordinario y grandioso. Cruel pero hermoso. Un poco..., como la vida misma. El capitán Borja Aybar regresaba pilotando su avión militar a la base de Los Llanos, en Albacete. Probablemente, regresaba feliz, satisfecho por su labor y porque hacía años que no se veía a tantas familias, ni tantas banderas, ni tantos vítores a nuestros soldados, ni tanta alegría compartida en forma de sano patriotismo. Hacía años que Madrid no estaba tan expectante para recibir a nuestros ejércitos, desfilando por la Castellana. La amenaza separatista que sufre España ha conseguido despertar al león dormido. Pero el capitán Aybar no imaginaba que este jueves iba a ser el último día de su vida en este mundo. Porque su Eurofighter sufrió una inesperada avería en el momento de aterrizar, sin tiempo de reaccionar ni de pedir ayuda. Demasiado tarde. Su cabeza sólo pudo elegir, en décimas de segundo, entre salvar su vida o salvar las vidas de los demás, entre seguir al mando del aparato e inmolarse, o saltar y dejar que el avión se estrellase contra un edificio de viviendas, lo que hubiera provocado, probablemente, decenas de víctimas. El capitán Aybar puso las vidas de los otros por delante de la suya, y murió en acto de servicio, dejando, con sólo 34 años, una mujer viuda y un niño huérfano de cuatro meses.
Este hombre es, desde el jueves, otro héroe nacional. Su muerte dignifica no solamente al pueblo español, al que sirvió con lealtad, sino en general a toda la especie humana. Actos tan generosos y entregados como el suyo nos redimen, en parte, de los muchos pecados que cometemos todos, a nivel individual y colectivo. Porque sólo un alma tocada por Dios, sólo un corazón donde habita nuestro Señor, es capaz de dar la vida por los demás, es capaz de entregar lo que más quiere, su mujer y su hijo, para que otros puedan seguir viviendo. Este jueves, no sólo hemos ganado en patriotismo y en amor a España, también estamos, gracias al capitán Aybar, un poco más cerca de Dios. Pero, como digo, en la condición humana está presente lo más elevado y lo más mezquino, la dignidad y la miseria, el Bien con mayúsculas y el Mal en su grado máximo.
Al rato de conocerse la noticia de su muerte, algunos indeseables empezaron a echar su hiel sobre el cadáver, riéndose del accidente, celebrando su muerte y haciendo bromas macabras. Como un miembro de ERC, los que quieren gobernar en la república catalana, un tal Domingo Mir, que se puso a hacer chistecitos mientras la familia del piloto lloraba su pérdida. Sólo un alma podrida de odio, una excrecencia del género humano, puede comportarse de esa forma.
Da pavor imaginar lo que sería una Cataluña independiente gobernada por sujetos como Domingo Mir. Porque quien es capaz de celebrar una muerte en accidente de avión, es capaz de celebrar otras muchas muertes, y es capaz, en fin, de llevar el odio hasta sus últimas consecuencias. Este elemento representa a otros muchos que piensan como él, y que se asoman al balcón de las redes sociales para llevar a cabo su guerra contra España, una guerra que conseguirán ganar si los que estamos enfrente no actuamos de alguna manera. Porque si hemos de depender de nuestros políticos, les aseguro que estamos perdidos.