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Diario YA


 

Mater Dei - 20 de Septiembre

La fecundidad de los neveros

Mater Dei. Cuenta una bella tradición que, en el s. IV, un matrimonio anciano y sin descendencia nombró heredera de todos sus bienes a la Virgen María, pidiéndole que les mostrara cómo emplear su cuantiosa fortuna. La noche del 4 de agosto, la Virgen les mostró en una aparición su deseo de que se construyera un templo en su honor. Al día siguiente, en plena canícula romana, apareció sobre el monte Esquilino, una de las siete colinas de Roma, un enorme campo nevado en el punto en que más tarde se construyó la bella y grandiosa Basílica de Santa María la Mayor. Nace así esa popular advocación de Santa María de las Nieves, como nevero majestuoso que embellece la adustez y dureza de los calores del verano.
Los neveros suelen morar en las altas cumbres, allí donde las pisadas del hombre sólo se topan con su propia soledad, entre la inmensidad del cielo y la pequeñez de la tierra. Esas cumbres, acostumbradas a la dureza del hielo y del viento, suelen agradecer la suave presencia de las nieves, cuya blancura adorna y embellece el rostro arisco de las más duras peñas. Cuando arrecia el calor, la belleza de los neveros se deshace silenciosamente, para hacerse agua escondida en la tierra, capaz de fecundar y dar vida allí donde ya nadie advierte su presencia. Nadie sabe de esta entrega y, sin embargo, a medida que la blancura de los neveros se va enterrando en los campos, su belleza se hace, si cabe, aún mayor. La nieve sólo es fecunda cuando pierde su blancura y belleza externa, cuando abandona sus altas cumbres, para convertirse en agua incolora y sin sabor, que se entierra y se esconde entre los más hondos valles.
Mucho de nevero ha de tener tu vida interior, si quieres dar fecundidad a tus trabajos apostólicos y a tu vida cristiana. Has de aprender de sus nieves a dejarte transformar por la acción de Dios. Y, cuando parezca que pierdes belleza y atractivo a los ojos de los demás, cuando parezca que caes de las altas cumbres y el polvo de tu propia tierra te enfanga y ahoga, deja que el Señor te convierta en agua fecunda y escondida, para que su vida divina llegue a empapar el corazón de tus hermanos. 
Mater Dei
Archidiócesis de Madrid
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