La fobia de la izquierda a monumentos y rótulos del franquismo
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Miguel Massanet Bosch. Como decía el poeta y crítico francés Nicolás Boileau: “Muy a menudo el miedo a un mal nos lleva a realizar uno peor.” Y tenemos la impresión de que muchos de aquellos que siguen añorando aquella II República del Frente Popular, aunque sea inconscientemente, aunque ni ellos mismo puedan explicar como, a los 77 años de que finalizara nuestra Guerra Civil, sigan temiéndole, como si todavía pudiera volver a ponerlos en cintura, al fallecido general Francisco Franco.
No se entiende de otra manera que, como han estado haciendo los del EI en la ciudad de Palmira en Siria, existan en nuestro país personas civilizadas, personas que vienen presumiendo de cultura y que serían incapaces de destruir una fotografía de un antepasado que, sin embargo, puedan albergar dentro de sí un sentimiento tan antinatural, un rencor tan absurdo o un instinto tan depredador y destructivo que los pueda llevar a destruir un monumento, un recuerdo de otros tiempos o un símbolo de una época pasada; por muy turbulento, doloroso, desagradable o perturbador que pudiera resultar el revivir unos momentos de especial amargura y tribulación de nuestra vida o de la de nuestros ancestros y amigos.
El cambio que ha experimentado España a raíz de haber padecido la dura crisis que la ha venido azotando desde el año 2008 hasta la fecha, sólo se puede entender por el efecto que ha tenido entre nuestros ciudadanos el haberse visto sometidos a una serie de contratiempos, a recortes, reducción de su capacidad adquisitiva, a la falta de trabajo y a que, muchos de ellos, hayan tenido que pasar por penurias y privaciones que nunca pudieron imaginar que les iban a suceder. Un paro del 24 o 25 por ciento, la quiebra de cientos de miles de empresas y el drama de muchos estudiantes que, recién acabada su carrera, se han visto en la situación de aceptar trabajos muy inferiores a aquellos a los que podían aspirar, y eso cuando han tenido oportunidad de conseguirlos; ha creado en nuestro país una situación de descontento, de rebeldía contra un destino injusto y de insatisfacción con nuestros dirigentes políticos que, aún habiendo hecho todo lo que han podido para remediar una situación no provocada por ellos, sino heredada del gobierno anterior, no han podido evitar que las consecuencia de una crisis mundial unida a una burbuja inmobiliaria, sustentada en parte por la especulación, condujeran al país a una de las peores situaciones en las que se ha encontrado en muchos años.
Lo cierto es que ha habido un cambio generacional, unido a los efectos de dos legislaturas de gobiernos socialistas, empeñados en cambiar los valores familiares, la moral y ética cristianas y las costumbres heredadas de nuestros mayores; resucitando viejos agravios, sacando a la luz los tiempos de la Guerra Civil y buscando llevar a cabo aquella venganza, ajuste de cuentas y represalias que no consiguieron durante los años de la dictadura franquista y que tuvieron que reprimir cuando, la reconciliación nacional, impidió que la transición de dictadura a democracia se convirtiera, como muchos esperaban, en una reedición de las hostilidades que todos ya dábamos por enterradas en nuestras memorias. Curiosamente, la mayor parte del tiempo en el que la crisis tuvo su mayor incidencia, los ciudadanos permanecieron apaciguados, como si tuvieran miedo de moverse o de agravar, con protestas o reclamaciones, la amenaza de aumentar los efectos perniciosos de aquella época de vacas flacas.
Cuando parecía que se empezaban a notar los primeros síntomas de recuperación y, el resto de Europa, comenzaba a confiar en España, se mejoraba la situación de nuestra bolsa y se afianzaba el camino que el gobierno había emprendido para intentar poner remedio a nuestras deficiencias y problemas económicos; cuando el desempleo tocaba fondo y empezaban unos meses de, lenta pero constante, recuperación de puestos de trabajo y las empresas daban las primeras señales de recobrarse; aparecieron de la nada la horda de comunistas bolivarianos, enviados por Maduro y financiados por él, para que intentaran boicotear el inicio de restauración de la economía, la financiación y la contratación que, durante tantos meses, había sido la pesadilla del país.
Tuvieron éxito y el país dio un vuelco que lo ha situado ante una de las peores expectativas económicas, sociales y políticas, situándolo en el centro de las miradas de preocupación de Europa y del resto de países, sorprendidos del cambio experimentado por una nación que ofrecía todas las garantías de estar bien encaminada. Hete aquí que, de una manera insospechada, las hordas desbordadas del comunismo importado salieron reforzadas por todos aquellos revanchistas, que estaban aguardando la ocasión para tomarse cumplida venganza de los “vencedores” de 1939. Consiguieron irrumpir con fuerza en las elecciones autonómicas y municipales, de modo que, en un plis- plas, el poder que el PP había acaparado en los comicios del 20N del 2011 se diluyó en la nada y las izquierdas se hicieron con los antiguos feudos de los populares donde se implantaron con fuerza.
Los resultados no pueden haber sido más dañinos para aquellas localidades que han quedado bajo la autoridad de estos guerrilleros frente populistas que, inmediatamente, han iniciado su labor de ir eliminando cualquier monumento, cualquier rótulo de calle, o cualquier símbolo, por pequeño que sea, que recuerde al franquismo, atreviéndose hasta con el Valle de los Caídos que no saben cómo hacerlo para destruirlo o darle un significado completamente distinto al que tiene en la actualidad.
En Barcelona peligran los nombres de calles como: Juan Carlos I; la plaza de Lluchmayor para llamarla “de la República”, María Cristina, Juan de Borbón etc. y así hasta 16 calles, relacionadas con la monarquía; eso sí, el señor Doménech profesor marxista de B. en Comú, nos ha tranquilizado cuando ha dicho que la revisión se limitaría a los 200 últimos años ¡qué alivio! Un Cristo en la Rápida está siendo investigado por orden del Síndic de Gregues catalán “por si incumpliera con lo dispuesto en “la Memoria Histórica”; esta ley propia de las izquierdas, inventada por una serie de antiguos comunistas y de cuyo contenido se puede decir que: “cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia”. El mismo individuo, en su sectarismo antifranquista investiga, en Vilalba dels Arcs, un monolito franquista situado en la Plaza Mayor, por si es necesario derruirlo.
¿No tendrá algo mejor de que ocuparse? ¿Alguien se ha preguntado lo que costará esa tala de monumentos o si van a ser repuestos? Y lo mismo se puede decir con los perjuicios que, el cambio de nombre de las calles, puede suponer para los ciudadanos que habitan en ellas, teniendo en cuenta las domiciliaciones que puedan tener, los impresos, los folletos, los teléfonos, las propagandas de negocios y comercios etc. La señora Carmena se ha convertido en una apisonadora en Madrid, ya que tiene decidido eliminar 30 calles con nombres que, para ella y sus cómplices, tienen nombres relacionados con el franquismo; así como una serie de “vestigios de exaltación franquista”, como la lápida a “José García Vara” fundador de la CONS; el monolito al “Alférez Provisional”; lápida a los caídos de Chamartín de la Rosa; monumento a los mártires de la Sacramental de San Isidro etc.
Esperemos que no ponga en su lugar placas a Santiago Carrillo, el ejecutor de Paracuellos del Jarama o una lápida para “El carnicero de Albacete” André Marty, chequista de profesión, que tuvo el “honor” de martirizar y asesinar a cientos de inocentes en la Iglesia de la Concepción de Albacete. Para este repugnante personaje, según sus propias declaraciones “ la vida de un hombre valía setenta y cinco céntimos ( de peseta); el precio de un cartucho”. “El artículo 15 de la Ley de Memoria Histórica insta a las Administraciones públicas a tomar las medidas oportunas para retirar escudos, insignias, placas y objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura.”
¿Y porqué se calla las canalladas, asesinatos y robos cometidos por los republicanos y aquellos sindicatos marxistas con plena impunidad y, en ocasiones, alentados por las autoridades de aquel simulacro de república que fue la del Frente Popular, causante de miles de muertes de derechistas, religiosos y católicos por el mero hecho de serlo? ¿No deberían retirarse los nombres que han puesto de algunos conocidos, como Companys, Maciá u otros que participaron en actos contra la República y fueron condenados por ello por los mismos republicanos? Una Ley de Memoria Histórica con distintas varas de medir, en consecuencia, injusta. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, conviene recordar a quienes permanecen ciegos a la realidad, solamente por cerrazón mental, que la guerra civil no vino por un capricho de los militares, sino por culpa de unos dirigentes republicanos, incapaces de frenar el desorden de las calles, los crímenes de los sindicatos y las juventudes socialistas y el terror que el anarquismo sembró en las principales ciudades de la geografía española. Los que no se lo crean, que estudien y aprendan.