La guerra de los botones
Victor Alvarado
Cuando un cineasta triunfa en una ópera prima como, en este caso, con Los chicos del coro (2004), a lo mejor es una casualidad. Sin embargo, si en su tercera producción mantiene el listón de las dos primeras, quizá estamos ante un cineasta que merece la pena el seguimiento por parte de todo buen aficionado al séptimo arte.
Este relato cinematográfico está basado en un libro de Louis Pergaud, que ha hecho las delicias de varias generaciones de niños franceses y del mismísimo director, que lo leyó con diez años. Este texto ha sido llevado anteriormente a la gran pantalla en tres ocasiones, aunque la fuente de inspiración para Christophe Barratier fue la versión de Yves Robert, rodada en 1962.
La guerra de los botones (2011) cuenta las aventuras y desventuras de un grupo de chavales del pueblo de Longeverne, que se enfrentan en una batalla campal a los habitantes de la cercana población de Velrans. El botín de cada una de las escaramuzas consiste en quedarse con todos los botones de los perdedores.
La licencia que se ha tomado Christophe Barratier ha sido la de cambiar la época en la que se ambienta la novela, trasladándola a los últimos años de La Segunda Guerra Mundial para jugar con los problemas propios de la invasión nazi como los colaboracionistas, la persecución a los judíos o la resistencia, dándole un toque ligerísimamente izquierdista. La intención en palabras del director a la prensa sobre la película fueron las siguientes:”La cinta se ha realizado para recordar a los niños lo que fue el periodo de la Ocupación y el poderoso viento de esperanza que sopló sobre Francia en el momento de la Liberación.”
Para la selección de los niños se realizó un casting en una gran cantidad de colegios franceses, que fue visto como un auténtico evento. El resultado fue muy positivo porque parecen niños de otra época, puesto que están muy bien caracterizados y sus interpretaciones están llenas de frescura. La banda sonora, sin parecernos espectacular, enfatiza gran cantidad de escenas, imprimiéndole gran dinamismo a los combates cuerpo a cuerpo. Los diálogos provocan la sonrisa y captan la esencia de la inocencia y la nobleza de los niños. Algunos críticos la consideran blandita, pero nosotros pensamos que capta la esencia del modo de pensar de los niños de pueblo y no busca la lágrima fácil. La calidad de los paisajes hace el resto porque la fotografía aprovecha esa circunstancia.
La película es un canto a la amistad y la lealtad (reflejado, entre otros, en el guiño a Espartaco de Stanley Kubrick), donde la traición no tiene cabida y aparece como el peor de los defectos. También, el autor ha querido destacar el valor de la unidad y las renuncias de los unos y de los otros para conseguir un objetivo más importante que el que puedan suponer algunas discrepancias entre ellos. Por otro lado, el cineasta intenta dar al ser humano toda la dignidad que se merece en la que lo diferente es igual o más válido que lo supuestamente perfecto.