La guillotina no separaba las tinieblas de la luz
Javier Paredes. El protagonista del día es Jean Lannes, duque de Montebello, mariscal francés que puso fin al segundo sitio de Zaragoza el 21 de febrero de 1809. Lannes ingresó en el ejército como voluntario cuando la revolución se radicalizaba en 1792, lo que supuso la ejecución de miles de franceses, porque contra lo que enseñan algunos libros escolares de España la cuchilla de la guillotina no separaba las tinieblas de la luz, sino la cabeza del tronco de miles de franceses, que engrosaron la lista del primer genocidio de la Historia Contemporánea. Jean Lannes participó en las campañas de Italia y Egipto, y regresó a Francia con Napoleón en 1799, que le confirmó como general de división. Participó en numerosos combates y en 1804 ganó el grado de mariscal. Más tarde estuvo en las grandes batallas de Ulm (14-19-X-1805), Austerlitz (12-XII-1805) y Jena (14-X-1810). En el mes de octubre de 1808 se le encomendó la rendición de Zaragoza. El heroísmo de los españoles que defendieron Zaragoza frente a los franceses es de sobra conocido. A la ciudad del Ebro acudieron a luchar españoles de todo Aragón y de otras regiones de España, y así se explica que en el balance final, tras el segundo sitio se pudieran contabilizar 12.000 prisioneros, 20.000 bajas militares y 50.000 civiles muertos, cuando Zaragoza al comienzo del sitio tenía 55.000 habitantes. La ciudad soportó un asedio de dos meses y un bombardeo que duró muchos días y muchas noches. El segundo sitio de Zaragoza es, sin duda, uno de los momentos épicos de nuestra Historia de España. Hace ya años se celebró un encuentro entre historiadores españoles y franceses, en el que se acordó retirar de los libros de texto los términos despectivos que hacían referencia a las relaciones, no precisamente amistosas, entre franceses y españoles. Desde entonces debíamos dejar de referirnos a los franceses como “los gabachos”. Esta iniciativa era correcta. Sin embrago, el mariscal Lannes no se merece tal consideración. Se le puede perdonar las atrocidades que cometió en el asedio, porque en la guerra como en la guerra… Por eso hasta ahora no le hemos apeado sus títulos de mariscal y duque de Montebello. Pero hay algo que resulta imperdonable y es que una vez rendida la ciudad y entregadas las armas, Jean Lannes arrojó al Ebro todos las normas más elementales de los códigos militares y se sacudió del alma hasta los últimos residuos de su honor. Porque sólo la indignidad y la más vil de las bajezas es capaz de robar, como hizo el muy gabacho de Lannes, todos los objetos de valor del Tesoro del Pilar, valorados en 650.000 reales, incluyendo una corona de la Virgen del Pilar.