M. Landaluce. Como la Historia de España ha estado mal enseñada y pésimamente aprendida, durante decenios, a todos los niveles, desde la escuela a la universidad pasando por cualquier instituto, ahora nos encontramos con situaciones grotescas.
Tan grotescas como las pretensiones separatistas de vascos y catalanes, sin excluir las que puedan surgir, justificando situaciones históricas que nunca existieron y que nunca se hubiesen atrevido a plantear sin caer en el ridículo público, si esa”aburrida” asignatura se hubiese impartido racionalmente sin amontonar infinitas fechas e inútiles listas de reyes godos. Pero no es lo único.
El abandono es injustificable en centros de enseñanza de raíz conservadora y comprensible en otros, visto el jaez de rectores y decanos de ciertas universidades españolas, empeñados en torcer la Historia para que concuerde con sus postulados, en los que el ser humano es solo un instrumento de producción y de consumo, en el que la vertiente espiritual solo ha servido, a lo largo de la Historia, para justificar invasiones, abusos y matanzas. Están bien apoyados por historiadores y escritores del mismo pelo, nacionales y foráneos que apuntan a logias y a asociaciones internacionales, hasta hace poco financiadas por servicios secretos extranjeros.
Aunque parezca increíble, también la llamada Leyenda Negra ha hecho y sigue haciendo mucho daño, en esa magnífica campaña de márketing internacional, nefasta para España, pero que sobrevive al paso de los siglos. Asombrosamente asumida la falacia de la leyenda por los propios españoles durante siglos, ha conseguido crear rechazo hacia nuestro propio pasado, al dar por bueno situaciones que causan desagrado y por tanto tratan de olvidarse; a pesar que la realidad fue justo al contrario de lo popularmente aceptado.
Mal contada Historia, que ha logrado sembrar la duda entre los jóvenes estudiantes de hoy, sobre la existencia real de personajes como El Cid, e ignorar que hombres y naves de España llevaron el evangelio y la cultura por los cuatro rincones del globo, erigiendo catedrales y universidades como ninguna otra nación lo ha hecho, ni hará ya nunca.
En base a esta situación y a pesar del éxito editorial que han tenido hasta hace poco las novelas históricas o pseudohistóricas, la realidad es que vulgarmente se tiene un escaso conocimiento de nuestro verídico pasado histórico y lo poco que se tiene es en base a unos clichés largamente difundidos y estrechamente veraces. De ellos se deduce, por ejemplo, que la Conquista de América, magnífico ejemplo de esfuerzo conjunto que a cualquier otra nación del mundo hubiera gustado rubricar, no fue si no una alocada carrera sin control en busca de riquezas; realmente y por encima de ambiciones personales y de casos particulares también por encima de las leyes, fue un proceso de evangelización y de difusión de la Fe, desde primerísima hora y bajo férreo control de la administración de la corona. La reina Isabel, por ejemplo, hizo a Colón devolver como hombres libres, a los primeros indios que se trajeron a la península, amparándolos como súbditos suyos con los mismos derechos de cualquier otro español.
Esa defensa de la religión católica y de la evangelización fue el norte de la política española durante siglos, alguno de los cuales España era la primera potencia mundial. En el caso español, esa defensa fue sincera a costa de lo que eso pudiera suponer en sangre, esfuerzo sin límite y oro. No fue así en otros casos, como la “Católica Francia” que no tuvo nunca reparo en aliarse con herejes, luteranos, otomanos o musulmanes de cualquier estirpe con tal de sacar la más mínima tajada de esa alianza donde y como fuera.
Se ignora por completo que gracias a la conciencia de humanistas, teólogos y juristas españoles, apoyados sinceramente por sus soberanos, se pusieron los cimientos a lo que hoy se conoce como los Derechos Humanos y al Derecho Internacional, en base a las denominadas Leyes de Burgos y a la posterior Escuela de Salamanca.
Sin embargo, no fue el fanatismo religioso y la intolerancia, como se empeñan airear nuestros tradicionales adversarios en el tablero mundial, nuestro rasgo determinante en comparación con otros pueblos europeos. Pero lo asumimos gratuitamente. No fue tampoco la Santa Inquisición algo puramente español; Santa Juana de Arco, Giordano Bruno, Miguel Servet, etc. no ardieron en hogueras españolas, y solo en pocos años quemaron en Alemania más brujas que durante todo el tiempo que duró la Inquisición en España y en el que apenas hubo algún proceso en su contra.
Tenemos muy presentes derrotas como la de Trafalgar, en base a la incompetencia y la cobardía francesa, contra la flota británica y sin embargo apenas nadie recuerda gloriosas victorias a costa de las derrotas infligidas a las armadas de la pérfida Albión durante siglos, en los mares de medio mundo; como la de Tenerife, donde Nelson perdió su brazo, Las Azores, Cartagena de Indias donde los ingleses sufrieron la mayor derrota naval de su historia, etc, etc.
Dando un salto en el tiempo se acepta sin pestañear la cantinela de los cuatro presidentes de la 1ª República española, cuando realmente no llegó a tener ninguno. Hubo, sí, cuatro presidentes del ejecutivo y varios de la Asamblea, pero nadie llegó a ser nombrado oficialmente “Presidente de la República” y el proyecto constitucional se quedó en un borrador jamás aprobado.
El millón de muertos de la guerra civil 1936/39 es otro invento, esta vez de un escritor, tragado popularmente como una verdad pétrea. Cuando las cifras reales se acercan más a la cuarta parte de esos números, por ambos bandos, según demuestran los especialistas.
Desgraciadamente los ejemplos pueden llenar varios tomos. No aprendemos. A pesar de ser cierto eso de que no puedes saber a donde vas, si no sabes de donde vienes.