José Luis Orella. 3 de febrero.
La elección de Kiril de Smolensko como Patriarca de Moscú abre grandes esperanzas para Rusia y para la Iglesia católica. Vladimir Gundyaev nació en Leningrado el 20 de noviembre de 1946, hijo de un sacerdote ortodoxo. Estudió teología en esta ciudad y se ordenó como hieromonje en 1969, y archimandrita en 1971.Entre 1971 y 1974 fue representante del Patriarcado de Moscú ante el Consejo Ecuménico de las Iglesias. En 1976 fue ordenado obispo de Vyborg, y arzobispo de Smolensko en 1984, de donde se convirtió en Metropoplita en 1991. Desde 1989 era el encargado de las relaciones exteriores de la Iglesia ortodoxa rusa, y como tal, el encargado de relacionarse con la Iglesia Católica.
La Iglesia Ortodoxa Rusa tiene una historia verdaderamente interesante. Hace un milenio que los misioneros bizantinos iniciaron la evangelización en las estepas rusas. En 1035, Kiev se convertía en sede metropolitana y en el 1054 rompían junto a los griegos bizantinos la unidad de la Iglesia, que se mantiene hasta hoy día. Desde entonces, la Iglesia Ortodoxa Rusa ha ido construyendo su propia historia, y la identidad de Rusia como país. La caída de Constantinopla (Bizancio) y el matrimonio de Iván III con Sofía Paleólogo, propició que Moscú fuese reconocida como la tercera Roma, e imitase arquitectónicamente a la Bizancio sometida al turco. Desde entonces el águila bicéfala bizantina ondea en el escudo de Rusia. Sin embargo, desde el reinado de Pedro el Grande, el patriarcado cayó en manos del poder imperial, y el zar fue la máxima autoridad eclesiástica. Zarismo y Patriarcado eran el mismo sistema, por lo que la revolución bolchevique casi provocó la desaparición de la Iglesia Ortodoxa, perseguida y martirizada durante el periodo comunista. Sin embargo, Stalin durante la Segunda Guerra Mundial tuvo que recurrir a ella para poder galvanizar a la población rusa en su combate contra la invasión alemana. La guerra por el comunismo se transformó en la gran guerra patriótica, y la Iglesia Ortodoxa pudo sobrevivir durante el periodo comunista. Como premio, las iglesias ortodoxas de los países sometidos al comunismo, quedaron satelizados por el patriarcado moscovita.
Después de la caída del comunismo, la nueva Rusia revivió un renacimiento espiritual que intentó calmar la sed espiritual de la sociedad rusa, educada en el materialismo ateo comunista. Entre 50 a 100 millones de rusos se consideran creyentes del cristianismo ortodoxo. Vladimir Putín y ahora su sucesor al frente de la presidencia, Dimitri Medvéded, han fomentado la relación entre el poder civil y el espiritual, y han favorecido el proceso de recuperación de la Iglesia Ortodoxa. La Iglesia Ortodoxa es la gran valedora de la identidad nacional rusa, pero también proporciona el alimento valórico necesario para recuperar una sociedad rusa que vive un invierno demográfico, causado por la destrucción de la institución familiar. En este momento, las instituciones políticas rusas confían en el cristianismo ortodoxo como el verdadero fermento del renacimiento nacional ruso. En cuanto al camino ecuménico, el actual patriarca es el hombre que con mayor conocimiento de causa sobre el proceso de acercamiento iniciado por ambas iglesias. En este aspecto, la comunidades católicas uniatas tienen un papel protagonista como puente entre ambos pulmones de la cristiandad.