La igualdad como pilar de la democracia
José Escandell. 20 de septiembre.
Para muchos la democracia se apoya en la igualdad de todos los hombres, y esta idea recibe aprobación unánime de tirios y troyanos. Aunque no es evidente que los tirios entiendan la igualdad del mismo modo que los troyanos.
Nadie es más que nadie, ni la pretensión de nadie puede pretender, por sí misma, tener valor y alcance universales. Por ser de alguien particular, no es de todos. Porque siempre hay discrepancias. Lo particular se caracteriza como lo que siempre se encuentra con discrepancia, de hecho o de derecho. Sólo la sociedad democrática aporta validez universal. Ciertamente, resulta discutible este esquema, pero sin duda es el vigente. El individuo está recluido en su particularidad; sus opiniones son siempre sus opiniones. Es la sociedad, un sujeto impersonal y vago, la depositaria de la racionalidad, que es la base de lo universal.
Por eso, cuando el individuo –el ciudadano- quiere salir de su individualidad, de su recluimiento en su condición particular, no puede aspirar más que a la afirmación y defensa de la igualdad. Así, la libertad entendida como universal es la voluntad arbitraria de cada uno que se enfrenta a la de otro como límite. Se dice que la libertad de cada uno termina en donde comienza la de otro.
La universalidad a la que puede aspirar hoy un ciudadano es tan sólo la de la abstracción. Eso mismo es la igualdad. Afirmar la igualdad de todos los seres humanos exige abstraer, es decir, pasar por alto las más que evidentes diferencias entre los hombres; abstraer, y nada más. Pero abstraer dejando de lado las diferencias es recortar la realidad.
Este cercenamiento del horizonte vital de los individuos es el precio que la modernidad exige por la paz. Fuera de la sociedad sólo hay la ley de la selva. Con la ley de la selva, unos hombres se ponen por encima de otros para someterlos y dominarlos. La ausencia de dominio y sometimiento sólo se puede dar, según la moderna democracia, con la ausencia de diferencias. Y no hay otro camino.
El dilema es éste: o el hombre es un sujeto racional capaz de verdad y de bien, y entonces hay riesgo para la paz, o el hombre es un individuo particular cuya inclinación es el dominio sobre los demás y que se redime mediante la sociedad.