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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

La joven Universitaria

José Mª García De Tuñón Aza. Desde aquí, de Madrid, me escribe una joven, que dice estar estudiando Derecho y Económicas en una Universidad de esta capital, y me anota que le han sorprendido las palabras de José Antonio que he publicado en un artículo anterior en este mismo medio, que, como recordarán los que lo hayan leído, reproducía parte de las que pronunció el fundador de Falange en el Parlamento sobre la Reforma Agraria. «Siempre oí decir de él que era un fascista ―me decía la joven universitaria― por lo que después de leer su artículo procuré saber algunas más de este hombre totalmente desconocido para la mayor parte de la juventud española, y me he dado cuenta de que muchas cosas que dijo, en su corta carrera política, las firmaba, ahora y siempre, cualquier líder de la izquierda española, como muy bien dio a entender el comunista José Antonio Balbontín, que Vd. cita en el artículo, y sin que tampoco quiera volver a recordar las que dejó escritas el notable historiador y político que fue Sánchez Albornoz, también citado por Vd. en uno de sus párrafos», escribía mi joven comunicante.

Efectivamente, así es. De todos los políticos que hubo en aquella nefasta II República,  José Antonio es, muy posiblemente, el menos conocido, me refiero, sobre todo, a su ideología sobre lo social, porque ha sido manipulado por unos y por otros, es decir, por los de izquierdas y por los de derechas, incluso por los centristas como el maniobrero Adolfo Suárez el hombre de doble lenguaje. No sólo fue el fundador de Falange el gran manipulado, sino también el gran olvidado, o el gran ocultado, así vino a decir la escritora vallisoletana Rosa Chacel que durante su exilio en Argentina, por haberse decantado durante la guerra por el bando perdedor, leyó sus Obras completas.
 
Me animaba la joven docente a que siguiera recordando algunas palabras más de las que José Antonio dijo sobre la Reforma Agraria ya que procedía de una familia que había trabajado la tierra y en ella sus antepasados habían dejado mucho sudor, lágrimas, y, posiblemente, sangre. Así, pues, con mucho gusto trataré de complacerla comenzando por aquella locución que pronunció José Antonio que alude, en cierta manera, a las que apuntaba la estudiante: «Es muy duro trabajar unas tierras que nunca pueden ser de uno. Los socialistas os iban a entregar las tierras. Las Cortes aprobaron una ley de Reforma Agraria que daba gusto ver». Y continuaba diciendo que «tres años han pasado, y ¿en qué notáis que existe la reforma agraria? En cambio, si alguno de vosotros va a Madrid, yo le enseñaré los efectos de la reforma agraria; le enseñaré el Instituto de Reforma Agraria: verá qué escaleras y qué alfombras, y qué automóviles a la puerta, y cuánta gente con enchufes magníficos. Ahora, que ni las escaleras, ni las alfombras, ni los automóviles, ni las prebendas de los enchufados, sirven para que la tierra produzca más ni para que vosotros tengáis menos hambre».
 
No han cambiado mucho las cosas desde entonces porque automóviles oficiales a la puerta de las casas de los políticos se ven por doquier, y no digamos de la gente con enchufes magníficos en trabajos, muchas veces, fantasmas. Así, pues, el fundador de Falange como no podía callar, seguía diciendo: «Después de la primera y de la segunda liberación, seguís siendo tan esclavos de la tierra, del jornal, del Banco que os aprisiona con sus anticipas a interés usurario, como antes de que llegaran los libertadores. Seguís igualmente necesitados de revolución. Por eso, cuando nos dicen: "Salud y revolución", contestamos en la misma forma: "Salud de cuerpo y alma y revolución que os haga felices y dignos en esta tierra donde pasan vuestras vidas"». 
 
A José Antonio nunca le asustó el nuevo orden en lo económico que querían implantar los socialistas, lo que pasaba era que esa revolución traía algo más profundo, ya que, según él, estaba el sentido materialista de la vida que quería una sustitución violenta de la Religión por la irreligiosidad, la sustitución de la Patria por la clase cerrada y rencorosa, etc. Era, en definitiva, la venida impetuosa de un orden destructor de la civilización occidental y cristiana. Con estas últimas palabras, venía a repetir las de Miguel de Unamuno cuando un día, el ilustre vasco, escribió: «Hay que salvar la civilización occidental, la civilización cristiana, tan amenazada».