La lengua y la espada
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José V. Rioseco. Es poco conocido el hecho de que los Reyes Católicos estuvieron en Galicia. Primero en Santiago de Compostela, después en La Coruña.
Corría el año 1.486. La guerra con el moro de Granada iba por buen camino para los ejércitos cristianos. Aprovechando que los Reyes estaban en Andalucía y amparándose en la lejanía y la dificultad que para cualquier ejército era el actuar en las tierras gallegas a causa de su geografía y la falta de comunicaciones; los señores de Galicia, mitad señores, mitad bandoleros, se dedicaban al pillaje y a las luchas entre nobles, sabedores que la justicia real no llegaría.
Y fue esa ansia de someter a la nobleza y de pacificar el reino lo que decidió a los Reyes a venir a Galicia y hacer justicia. La Reina Justiciera, apoyada por el Rey soldado (luego serían los Reyes Católicos) no estaban dispuestos a permitir que en esta parte del reino de Castilla que era Galicia, no se acatase la ley.
La Reina mostró su rigor. Buen número de delincuentes dieron trabajo al verdugo y no pocas fortalezas nobiliarias, en realidad nichos de malhechores, fueron derribadas.
Por aquel entonces Santiago era meta de peregrinos y los Reyes impetraron el favor del Santo, para las tropas cristianas en las guerras de la Reconquista.
El Rey en una carta, diría de los gallegos "… "la gente de aquella tierra es feroce y no se gobierna ni se puede gobernar por los perlados de la manera que las otras gentes de aquellos reinos…"
Llegados a La Coruña los Reyes dejaron a Galicia pacificada.
De regreso a la meseta pasando por Lugo y Triacastela, los Reyes pasaron por Zamora de camino a Salamanca. Probablemente allí se encontraron con Colón, el obsesionado navegante genovés que pretendía llegar a las Indias navegando hacia Occidente. Lo que sí es seguro fue que la Reina aprovechó su paso por Salamanca para visitar el estudio Universitario, recorrer su claustro, entrar en sus aulas y hablar con los profesores. Y fue allí donde sucedió el encuentro con Nebrija, el gran humanista creador de la primera Gramática Castellana. Es entonces cuando la Reina le pregunta a Nebrija, que explicaba y para que servía:…para que podía aprovechar…. Es la eterna pregunta del profano, del político escéptico y práctico. ¿Para qué sirve el estudio de la historia, de las letras, de la filosofía? Y es también entonces cuando el estudioso orgulloso de su trabajo y además consciente de las preocupaciones del poderoso y de su pragmatismo le responde a la Reina “que el hacía tanto con su trabajo de gramática por el imperio, como pudieran hacer los capitanes con su espada.”
Así la gramática, la lengua, es un instrumento para la construcción del imperio. También Colón era consciente de la importancia que tenía la lengua: “Que siempre la lengua fue compañera del Imperio”.
En efecto, en la construcción de un imperio, también de una nación, la lengua común es uno de los instrumentos de los que se vale el poderoso para mantener unida a la nación. Eso lo entendieron muy bien los romanos, ese gran imperio, quizás el único verdadero gran imperio que hubo en la historia de la humanidad, cuando utilizaron y extendieron su lengua, el latín, a lo largo y ancho de sus posesiones. Desde Petra a León y desde el Rhin hasta el norte de África un solo idioma unía más y mejor a aquel inmenso Imperio. También las vías, también las leyes, por supuesto la espada, pero tanto como cualquiera de estos, el latín. La lengua.
Cuando un trozo de una nación quiere separarse del resto, sea cual fuese el motivo, siempre utilizaran la lengua como instrumento. Se hace con el flamenco y el valón en Bélgica, con el francés en Canadá; con el catalán, el vasco y el gallego en España. La lengua aquí, no es un instrumento para unir, sino para separar. Es un medio para conseguir la secesión.
Conscientes de este hecho, los separadores en cuanto consiguen el poder, adoptan políticas lingüísticas para fortalecer la lengua que les hace distintos, convirtiendo así a esta, que debería ser un instrumento para entendernos mejor, para favorecer el comercio y expandir la cultura, en el útil principal a esgrimir en su afán secesionista.
Por todo ello no se comprende muy bien, la dejadez del Estado, que debe velar por la unidad de la nación, a la hora de hacer una política integradora y de comunión para todas las regiones de España. No se comprende que la educación, esencial para la buena formación del individuo y del ciudadano, se haya dejado en manos de aquel que quiere romper la nación.
Es probable que haya llegado la hora de que el gobierno de la nación recupere algunas de las competencias que en aquel tiempo de “café para todos”, cedió a las comunidades, que ahora son claramente secesionistas.
Más que probable, es seguro que solo de esa forma se pueda impedir la secesión.
Ya veremos.
José V. Rioseco
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