La literatura picaresca y la realidad
Pedro Sáez Martínez de Ubago. El hispanista Inglés Alexander Parker redefinió la figura del “pícaro” como un transgresor de las leyes civiles y morales; no sería un malhechor depravado, pero sí una persona infamada y antisocial. Y argumentaba que “La revalorización en nuestros días de la novela picaresca puede encontrar apoyo si descubrimos la actualidad del pícaro oscurecida la interpretación tradicional del género; la proliferación actual de jóvenes desarraigados, así como de la literatura que los describe, puede revelarnos por analogía el carácter del personaje picaresco, que hace su entrada en la literatura de Europa a través de las novelas del género al que da nombre.
No obstante, éste es un género que obedece parcialmente a toda una literatura precedente, así hablemos de Petronio y su Satiricón, de lo goliardesco o los británicos “romances of roguery” hasta Salinger y su Guardián del centeno. Así, a lo largo de la literatura española, encontramos pícaros desde muchos auxiliados por la Virgen en los Milagros de Berceo, hasta no pocos personajes del Arcipreste de Hita o la misma Celestina, bastante anteriores a Lázaro, Guzmán, Pablos, Estebanillo, Justina y otros posteriores, o personajes de Cela, Pascual Duarte, Sender y su Verdugo afable u otros Eslava Galán o Muñoz Molina, que sin duda proliferan y se ven reflejados en una sociedad desarbolada moralmente, propensa a la pequeña corrupción, ávida de enriquecerse por cualquier medio, engendra una clase dirigente que no tiene empacho en hacer lo propio.
Otra constante en la literatura nacional, desde Mio Cid y su proverbial “¡Dios, qué buen vasallo si hubiese buen señor!”, es la dicotomía entre el rey y el pueblo, como personaje colectivo, como en Fuenteovejuna o encarnado en héroes como Pedro Crespo…
Lo cierto es que en una España en crisis y no sólo crisis económica, recuérdese que la RAE entiende por crisis: “1. f. Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente. 2. f. Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales. 3. f. Situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese. 4. f. Momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes. 5. f. Juicio que se hace de algo después de haberlo examinado cuidadosamente. [Y sólo en últimos términos] 6. f. Escasez, carestía. 7. f. Situación dificultosa o complicada”.
Tanto puede proliferar la figura del héroe de la picaresca, como el antagonismo entre el monarca y su pueblo, prueba el que los españoles otorguen una nota de 3,68 puntos a la Monarquía, según refleja el Barómetro de Abril del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Y, considerando que, la última vez que se preguntó sobre esta institución, en octubre de 2011, logró una media de 4,89, esto implica que en año y medio la Corona ha perdido 1,2 puntos tras todos los escándalos que han salpicado a la Casa del Rey, como la cacería de elefantes en compañía de Corinna zu Sayn-Wittgenstein, a quien lo mismo se vincula al CNI que se ve mediando en la compra de REPSOL por los rusos, las irregularidades de los duques de Palma a quienes tan vehementemente parecía defender la infanta Margarita, el comportamiento de la Princesa de Asturias y su familia, las controversias suscitadas por la herencia de don Juan, a quien se supone que la nobleza salvaba en se exilio de la indigencia y la inanición…
Mucho se podría hablar de esos temas, estando, como están documentados tanto le escasa legítima de los herederos de Alfonso XIII, en carta que los infantes don Jaime y don Alfonso dirigieron a Franco a fin de “informarle como regente”; o que descolle en los elencos de Forbes quien que no debería hacer negocios ni tener patrimonio y, cuando era Príncipe de España, no llegaba a lo que hoy llamaríamos “mileurista”.
Así, si en la crisis del siglo XVII que marca el declive del imperio español, el pícaro deja de ser un personaje marginal para, por las complejas realidades de la sociedad, convertirse en algo institucionalizado como un mal necesario; en la crisis actual se podría hablar de los agentes de la economía sumergida y los juicios de justificación de que han sido objeto por algunos destacados políticos.
Y no es de extrañar que, cuando la corrupción campa por sus respetos a todos los niveles y en todos los ámbitos, pero un parado que hace chapuzas pueda perder el subsidio y ser multado, mientras cuando se dirigen ciertos institutos se puede ir a entrenar deportistas a emiratos con los que España no tiene tratados de extradición, cada vez más sectores de la población, inculpen a aquél en cuyo nombre y según el artículo 117 de la Constitución, se administra la justicia” por Jueces y Magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley”, ley ante la que, en virtud del artículo 14 “todos los españoles son iguales”; y a la que, según el artículo 9, se “someten tanto los ciudadanos como los poderes políticos”.
Volviendo a nuestra literatura y al siglo que vio el esplendor de nuestra literatura picaresca, encontraríamos numerosas citas, que, de una u otra forma, abordan este problema. Así, en Francisco de Rojas leemos: “En tanto mi cuello esté/ sobre mis hombros robustos/ no he de permitir me agravie/ del rey abajo ninguno”. A su vez, un poco antes, Antonio Pérez, el secretario de Felipe II escribiría en una de sus cartas: “Guay del reino cuyo rey va perdiendo el respeto a todos”. Y, por citar al final al autor más conocido, Quevedo, en una letrilla satírica, afirma: “Entre nobles no me encojo, que, según dice una ley, si es de buena sangre el rey es de tan buena su piojo”.
Lo malo es que, contra lo que alguno pueda pensar, el pueblo español no es ningún piojo ni merece ser tratado como tal, aunque ahora el rey parezca poder agraviarlo con sus hechos o comparativamente. Por el contrario, se ha dicho que “cuando los españoles se conocen, se estiman y se aman, al descubrirse mutuamente sus tesoros y virtudes; por eso hay que intensificar entre ellos las relaciones humanas, destruyendo barreras y elevando y uniendo a las clases”.
¿No parece esto todo lo contrario de lo que se está haciendo por los gobiernos de los últimos años? En ese caso, convendría recordar aquellas palabras con que, Blas Piñar, reconocido por todos lo que con él compartieron escaños aunque no ideas, como el mejor orador político de la Transición, pareció, como se ha visto en otras cuestiones (economía, separatismo, aborto…) anticiparse a lo por venir, anticipó en su día las causas de este suspenso de hoy de los españoles a su monarquía: “Cuando el Rey deja de ser señor y caballero y se convierte en señorito ocioso, el pueblo se vuelve pícaro”.