Miguel Massanet Bosch. Como si no tuviéramos temas más importantes de los que ocuparnos parece que, en España, se haya levantado la veda para que se establezca una carreras al estilo de aquellas de colonos que se hicieron famosas en el Far West americano en el siglo XVIII, en las que carretas y jinetes pugnaban por conseguir los mejores lotes de tierras que el Estado ofrecía al primero que fuera capaz de hincar su jalón en ellas. Sólo que, en este caso, la pugna es menos espectacular, menos grandiosa y, por supuesto, mucho más rastrera que aquellas épicas cabalgadas. Con la excusa de conseguir la transparencia, de erradicar la corrupción ¡que vaya si la hay!, de limpiar la política del emponzoñamiento que entorpece su funcionamiento y de crear un nuevo tipo de sistema de gobierno más justo, más solidario, más igualitario y con menos diferencias sociales; los hay que pretenden hacer tábula rasa de todo el sistema actual, prescindir de las instituciones, cambiar las leyes y volver a los principios, sin darse cuenta o con la intención de lograr el desgobierno, el desconcierto y la anarquía, como medio poco democrático de acceder al poder; sin que tal proyecto tenga otro final que el de un nuevo enfrentamiento entre españoles, el desorden, el empobrecimiento y el rechazo del resto de las naciones europeas, que no pueden menos que mirar con desconfianza algunos de los acontecimientos que, últimamente, afectan a nuestra nación.
Cuentan a su favor con el hecho de que la crisis se está prolongando más de lo previsto; con el hecho innegable de que la ciudadanía, cada día, se siente más inquieta, menos confiada en el futuro y más agobiada por los continuos sacrificios a los que se la está sometiendo. El descontento social se hace palpable y ya son muchos los que empiezan a mostrar, públicamente, su descontento mediante protestas de las que se valen aquellos que esperan sacar ventaja política de la situación. Es evidente que nuestros gobernantes parece que se ven impotentes para superar la crisis, que actúan con una tibieza que dice poco en su favor y que dejan de ejercer su derecho a poner orden dentro de una nación que sufre los embates del desempleo, del separatismo, de la falta de solidaridad de algunas castas de la sociedad, de la corrupción ( una tara de la que la mayoría de partidos está infectada) y de la abulia de las instituciones, cuando no de su rebeldía ante el orden establecido; como podemos comprobar en el comportamiento de algunos partidos políticos, de una parte de la Administración de Justicia y de determinados corpúsculos de activistas y de una parte importante de la ciudadanía, que parece dispuesta a resolver sus problemas apelando a la revolución de las masas en contra de la propia democracia y sus leyes.
De los muchos artificios de los que se vienen valiendo los agitadores, que se han hecho fuertes en la izquierda antidemocrática de nuestro país, parece que ahora van surgiendo especialistas en ir rebuscando en la vida de los políticos; no precisamente de aquellos que hayan cometido fraudes, abusos, robos, corruptelas o tráfico de influencias, no, no señores, ahora se trata de diseccionar la vida de las personas objeto de su insana curiosidad para intentar hallar, más allá de su carrera política o en tiempos lejanos; algún defecto, determinada falta, una amistad peligrosa o un lío amoroso que poder resucitar para usarlo a modo de ariete sobre el político en cuestión. Pocas personas, no sólo entre las que se dedican a la política, están a salvo de que, en algún momento de su existencia no hayan cometido errores, no hayan incurrido en algo reprobable o no hayan estado relacionados con personas que posteriormente hayan sido causadas de algún delito. ¿Se va a establecer un puritanismo inquisitivo, para purgar a toda los sociedad?
Estos mismos que se constituyen en inquisidores de los demás, estos que pretenden juzgar a aquellos que constituyen un obstáculo para sus ambiciones políticas, es seguro que, si se los analizara con detalle, aparecerían ciertas facetas de su vida que no les gustaría que salieran a la luz. Lo que distingue la persecución de un delito de lo que puedan ser simples faltas, cuestiones privadas o circunstancias de la vida personal de una persona, que no están penadas ni constituyen impedimentos para que el político pueda continuar ejerciendo su función pública, sin tener que dar explicaciones por imputaciones que carecen de otro fin que el de conseguir, de forma espuria y fraudulenta, socavar el honor y la dignidad del personaje en cuestión.
Estos días hemos tenido ocasión de ver como, de las cloacas del periodismo, alguien ha sacada o relucir una fotografía del señor Feijöo, de hace veinte años, en la que compartía imagen con una persona que, posteriormente, fue acusada de narcotráfico. Aquí viene bien el dicho evangélico de “Quien este libre de culpa que tire la primera piedra”, ¿cuántos políticos, sean de un partido u otro, de derechas o izquierdas, resistirían un análisis de 20 años de su vida pasada sin que se les encontrara alguna amistad o persona de la que prefieren que no se les hable? ¡Seamos serios señores! Si entramos por estos vericuetos es posible que, en unos meses, tengamos que renovar a todo el Parlamento de la nación. Lo que sucede es que, con estos métodos, lo que se consigue es crear un ambiente ominoso sobre personas que no tienen de nada de que arrepentirse y que, sin embargo, son unos excelentes gestores públicos. Cada vez más necesarios para intentar superar nuestros problemas.
Como ya comenté en otro artículo, grupos antisistemas, progres, okupas, de extrema izquierda y ácratas se están disfrazando con la piel del cordero, como es el caso reciente de Anna Colau, para, usando como excusa la situación de precariedad de algunas personas, constituirse en improvisados justicieros que, olvidándose de los modos democráticos, haciendo caso omiso de los derechos individuales de los ciudadanos y apelando a la coacción, el acoso, la intimidación, la amenaza y el insulto; se dedican a extorsionar a políticos de derechas para hacerles abjurar de sus ideales con el fin de que se dobleguen a lo que ellos piensan que se debe aprobar en el Parlamento, en relación a la Ley Hipotecaria. Una forma nueva de “representación popular” mediante la que se prescinde de las urnas para validar las intenciones de grupos de personas interesadas en hacer caer al Gobierno y crear una situación de ingobernabilidad que les permita pescar en aguas revueltas, para intentar imponer sus atrabiliarias ideas de una utópica igualdad sólo que, si siguiéramos sus irrealizables proyectos conseguiríamos regresar a los tiempos del obsoleto comunismo de detrás del Telón de Acero, de infausto recuerdo.
Alguien comentaba que ya hay movimientos en grupos antagónicos, de extrema derecha, que parece que pretenden organizarse para dar respuesta a estos desafíos imprudentes de insensatos que se creen que pueden tensar la cuerda de la paciencia ciudadana de una forma indefinida. ¡Cuidado, no es la primera vez que lo advierto, cuidado con esta clase de provocaciones! porque, por si alguien no lo recuerda, de esta forma fue como se dieron los presupuestos para que, en el año 1.936, una parte de España se levantara contra la otra. El que no quiera creerlo que tome los libros de Historia y que bucee en ellos. En todo caso puede que, por desgracia para España, si no se toman medidas contra tales agitadores, no tardemos en averiguar lo que puede ocurrir si se les deja a estos grupos de agitadores, continuar con sus tareas destructivas. O así es, señores, como contemplamos con prevención estos últimos acontecimientos.