Jesús Asensi Vendrell. Barricadas a la entrada de los grandes polígonos industriales, silicona en las cerraduras, autobuses y camiones con las ruedas pinchadas, servicios más que mínimos en los medios públicos de transporte, pintadas y pegatinas en los escaparates de los comercios, piquetes que “informan” coaccionando a todos aquellos que desean ejercer su derecho al trabajo, pataleos de impotencia, quejas estériles, reivindicaciones vanas…
Y es que no podemos olvidar que dos cosas son prioritarias para los sindicatos mayoritarios de izquierda que han convocado esta huelga general: Superar esta crisis, que no es tan solo económica, cueste lo que cueste y tumbar a este Gobierno que no es “de los suyos”.
Y es que no podemos olvidar que el mal ya está hecho y que nada se puede hacer por revertir el despilfarro público realizado, las comisiones fraudulentas, el desvío de fondos, las obras mastodónticas deficitarias e inacabadas… Lo que sí se puede hacer es poner los medios para que esto no vuelva a suceder, juzgar a los responsables de tales desatinos y mirar hacia delante con renovada ilusión.
El mal ya está hecho y otra vez toca pagar a justos por pecadores. Pero no podemos lamentarnos mirándonos el ombligo añorando un bienestar que era ficticio. Las arcas están vacías y por eso nos toca trabajar con abnegación, tal y como hicieron nuestros abuelos tras el desastre de la terrible Guerra Civil. No es momento de exigir al Estado que nos saque las castañas del fuego, porque más bien ha de ser lo contrario.
Llegó el día de una nueva huelga general. Una huelga que nada va a solucionar, que nos va a ocasionar pérdidas multimillonarias, y que es fiel reflejo de la irresponsabilidad y demagogia política que ha sido nuestro pan de cada día desde hace un buen puñado de años. Otra vez más de lo mismo, vergüenza parasitaria, pues estos sindicatos juegan con las mismas cartas que sus adversarios políticos. Y es que quizá tenemos lo que nos merecemos. ¿No creen?